Habían pasado cuatro o cinco días. Y volvía a llover. Nada raro para una ciudad como aquella. Sin embargo, Dragos se removía incómodo en la cama.
Pensaba.
Pensaba en qué hacía una chica así sola en aquel piso, contiguo al suyo.
Era muy joven. Demasiado inocente para ser prostituta. No se le insinuó, no se pegó a él, no le miró con lascivia. No, ella no era puta, al menos no aún.
Sabía muy poco de las demás personas que vivían por allí. Muchos de paso. Él tenía el piso en propiedad. Bueno, ninguna suerte. Era una ruina en potencia pero lo compró por 3000 irrisorios euros. Un chiste. Pero era suyo. Su pequeño y pútrido agujero al que podía llamar hogar.
No es que tuviera muchas cosas, no necesitaba casi nada. Y siempre se había sentido seguro allí, poca gente se atrevería a robarle o molestarle. Pero no podía dormir.
En la oscuridad de la noche, en el silencio que apenas se rompía por el sonido tenue de la lluvia sobre el cristal, suspiró.
¿Por qué no podía ser un hombre normal? Un hombre de su edad debía tener una casa, una esposa, hijos. Un coche familiar, un trabajo honrado y quizá mal pagado, pero con el que llevar un plato de comida a su familia.
Pero solo tenía dos divorcios a sus espaldas. Con Katrina se casó siendo muy niño. Apenas duraron dos años, para él, como si no hubiera pasado. Con Sandra fue diferente. Creyó que era la buena, lo intentó todo, pero al final del camino no pudo no odiarla. Siete años de mierda tirados a la basura. Todo el dinero que ganaba en su país para pagar la hipoteca del piso en el que ella vivía. Para pagar sus deudas, para sacarla de líos.
El médico dijo que ella tenía un trastorno límite de la personalidad, que no era su culpa. Que no controlaba lo que le pasaba. Pero le destrozó la vida. Por eso simplemente se largó, sin mirar atrás y rezando porque aquel desastre se resolviera solo o al menos para que uno de los dos estuviera muerto pronto. Y no le importaba si ese era él.
Y justo al lado, una pequeña mujercita, sola, llorando. En medio de aquel mundo de locos.
Una flor en el desierto.
Se levantó cansado. No quería pensar más. Tenía algo de vodka por algún sitio, estaba seguro. Un par de tragos y a dormir. Y entonces escuchó el sollozo.
Sí, era ella.
Y no se mentiría a sí mismo diciendo que no deseaba en secreto que lo hiciera, que no estaba esperando despierto para eso, para volver a abrazarla, para sentir que ella descansaba a su lado. Que no podía ni quería dormir por si ella volvía a necesitarle. Esperando a que sucediera y había sido así desde que por la tarde comenzó a llover, mirando al cielo rogando por que no parase. No, no pensaba disimular y fingir que era buena persona.
Aun así no salió enseguida. Esperó un poco más, por si el sonido se detenía. Por si ella se callaba, se dormía.
Esperó allí, de pie en medio de la habitación, con la botella aún en la mano, sin abrir.
No hubo más sollozos. Lo que sí escuchó fueron suaves golpes de nudillos en la puerta.
Se apresuró a guardar la botella en el mueble e ir a abrir.
Estaba descalza, abrazándose a sí misma.
- ¿Puedo dormir aquí? - Preguntó.
Le dieron ganas de estrujarla, de abrazarla hasta fundirse con ella, hasta que supiera que jamás debería tener miedo. Era el único ser humano que buscaba su compañía solo por que sí, sin querer nada más que protección, calor.
Aún era útil.
Aún podía hacer algo.
Aún estaba vivo.
El pelo le caía por la cara, avergonzada miraba hacia abajo.
- Pasa.
Ella entró, pasando al lado de él. Caminó con pasitos cortos y rápidos y se coló en la cama, de lado, tapada hasta las orejas. Dragos rodeó la cama y se metió en el lado que estaba frío, el que antes no ocupaba nadie. Abrazó a la chica y concilió rápidamente el sueño, sintiéndose completo, aun cuando todo acabaría antes del amanecer.
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Las ciudades cuando llueve.
RomanceLlovía, mucho. En una pequeña habitación, fría y oscura. Sola, y lejos de casa, lo que menos quieres es oír la gran tormenta ahí fuera. No, cuando no puedes sentirte segura, no, cuando no puedes sentirte a salvo. Pero al parecer alguien puede escuch...