Evana estaba segura de que había escuchado pasos. Eran tímidos, quedos, pero los había escuchado. Se quedó helada en la cama. ¿Al fin alguien había sentido curiosidad por lo que había al final de aquel estrecho y oscuro pasillo y había descubierto su vulnerabilidad en forma de puerta abierta?
Estaba despierta porque no podía dejar de pensar que quería estar en el piso de al lado junto a aquel hombre. Sospechaba que era el único modo de sentirse segura y dormir bien al fin. La continua tensión a la que se sentía sometida por todo lo que le estaba pasando estaba acabando con sus nervios. Apenas comía y se notaba débil y cansada todo el tiempo, pero era incapaz de dormir, estaba siempre alerta, atenta a cualquier sonido, de día o de noche, que indicase que alguien entraba a robar. Su hermano no había querido arreglar la puerta, se empeñaba en que era culpa de ella, aunque sospechaba que la realidad, por desgracia, es que le importaba poco lo que le pasase, incluso, estaría mejor sin la carga que ella suponía para él.
Los pasos se acercaban y Evana no sabía si reír o llorar. Quizá era lo mejor, acabar con todo aquello, dejar de ser una carga para su hermano, dejar de vivir así... pero... ella quería vivir.
Cuando los pasos del desconocido se detuvieron junto a la cama, ella esperó sin atreverse a mirar, hasta que quien quiera que fuese el intruso, alargó la mano para que ella la tomase.
Levantó la vista y su corazón se aceleró, era él, había venido a por ella incluso sin la tormenta. Tomó su mano sin dudarlo y el calor de la palma áspera de él traspasó su piel, enviando una señal nerviosa por toda su columna.
Caminaron en silencio tomados de la mano, y Evana juraría que él estaba tan nervioso como ella.
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Las ciudades cuando llueve.
RomanceLlovía, mucho. En una pequeña habitación, fría y oscura. Sola, y lejos de casa, lo que menos quieres es oír la gran tormenta ahí fuera. No, cuando no puedes sentirte segura, no, cuando no puedes sentirte a salvo. Pero al parecer alguien puede escuch...