Cercanía

2.7K 372 97
                                    

Marinette miraba el libro sin emoción alguna. Lo quería abrir, pero sabía que de hacerlo, algo raro pasaría. Algo nuevamente tan loco como lo que había pasado esas semanas, algo intenso, indescriptible. Fue por eso que hizo una mueca y pasó a ocultarlo donde siempre lo ocultaba, acurrucándose en la cama después.

La cicatriz que adornaba su espalda se había transformado más en una especie de marca. Ahora lo rojo que lo dibujaba se veía levemente oscuro, como si se tratase de alguna mancha de sangre que no se quitaba con agua o alcohol. Sí, Marinette había intentado de todo por no tenerla, por hacerla desaparecer, pero no había tenido éxito alguno.

Se estaba quedando dormida cuando entonces sonó su teléfono. Apenas alcanzó a ver el contacto: su mejor amiga.

—¿Hola?— contestó sin efusividad, notablemente cansada

—¡Marinette, amiga! ¡Vístete! ¡Tengo al mismísimo Adrien Agreste tomando un café mientras hace la tarea con mi novio en una cafetería!— animada, Alya intentaba susurrar fallidamente.

Era cierto. Todo este asunto de lo que fuera que estaba pasando la había distraído de su objetivo principal: conquistar a Adrien Agreste, el chico más guapo de Europa. 

Fue por eso que asintió con la cabeza, colgó la llamada tras despedirse con cariño de Alya y comenzó a vestirse. Se vistió con un hermosísimo vestido rojo de motas negras y una chaqueta de cuero blanca, junto con unos zapatos de piso negros. Se peinó en sus típicas dos coletas y salió corriendo de su panadería.

Empezó a correr, cuando, unas cuadras después, se detuvo gradualmente. Una vez quedó quieta, se giró hacia la derecha, descubriendo una bellíisma joyería en la que por los vitrales podía ver su reflejo. Estaba muy linda, pero...

... ¿realmente se arreglaba así por un chico?

Su rostro sonrojó en vergüenza de dicho pensamiento. ¿Acaso empezaba a dudar sobre el amor que le tenía a Adrien? "¡No, imposible!" pensó.

Sacudió la cabeza y siguió su camino hacia la cafetería. Pero no fue más que unos pasos después que ahora se giró a la izquierda, viendo un hermosísimo parque el cual no visitaba hace mucho. Sonrió, y decidió irse por ese lado de la acera, pues aunque no hacía tanto calor, el sol no era amigable ese día en específico.

Cruzó la calle, admirando a lo lejos, más adentro del parque, una figura bellísima. Alta, delgada, con el cabello corto y una cintura finísima. Vio que Kagami estaba ahí, practicando con un arco y flechas. Quedó congelada. La admiró, e inevitablemente se acercó hacia ella lentamente, pues no quería que supiera que estaba ahí, detrás, espiándola.

Una, dos, tres. Las flechas las lanzaba con rapidez, agilidad, como si hubiera tenido una vida entera de práctica. Después, se detuvo, se giró, y ahí fue imposible de evitar que ambas chicas se miraran.

Marinette dio un pequeño brinco de miedo al darse cuenta de que había sido descubierta, mientras que Kagami le sonreía, dejando el arco en el suelo, aún cargando con la bolsa de flechas en su espalda, sujetada a la correa que se aferraba a su pecho.

—Hola— saludó la japonesa, haciendo una leve reverencia como bien era común en su país natal.

—Hola— saludó Marinette con la mano al aire, completamente más occidental.

—¿A que se debe que estés aquí?—

—Ah, bueno, iba pasando y te vi, ya sabes, es una tontería, porque... ¡No, o sea, no me refiero a ti! ¡Ay, no, no!— Marinette, mientras más hablaba, más torpezas cometía.

Cosa que enterneció completamente a Kagami.

—Marinette, me alegra mucho verte— susurró en francés la otra con su notable acento asiático —No importa la circunstancia. Me gusta verte—

Marinette enrojeció nuevamente, y esta vez no supo qué decir.

Kagami rió al verla tan indefensa, y solo puso agarrar su arco para acercarse un poco más y no dejarlo al alcance de cualquiera.

—¿Cómo sigues de tu cicatriz...? He tenido un par de... ¿visiones? bueno, de esas cosas. Pero tú no, porque no me has llamado esta semana. De hecho me has estado evitando en clase, ¿todo bien?— preguntaba Kagami.

Sí, había sido una semana dura. Marinette no se atrevía a abrir el libro, cuando mucho se acariciaba la cicatriz, pensando mil y un veces en ese hermoso abrazo que compartió con Kagami aquel día que corrió a su hogar en busca de sacar la desesperación de no entender nada. Era una buena niña, una niña tranquila, confundida en medio de cosas extrañas que no entendía, pero que sabía que compartía con una chica linda.

"¿Linda? Kagami es más que linda"

—Mi cicatriz está bien, ahora es una manchita café. O roja. O bueno, no, café... e-en realidad sí es roja— balbuceaba la chica de ojos azules —Y no, no he tenido esas cosas en unos días... y por eso no quise molestarte con nada al respecto, pe-pero... ¿Qué clase de cosas has visto tú?— curiosa, Marinette subía y bajaba la vista.

Kagami era más alta, de raza pura, más... imponente.

—Vi... una chica bellísima, que me hablaba en mi idioma, con un vestido de princesa que me confesó había robado... y... y al fin pude ver bien su rostro— confesó Kagami, ahora ella con los colores invadiendo sus mejillas. Levemente, claro.

—¿De verdad?— Marinette, intrigada, se acercaba peligrosamente al rostro de Kagami

—Sí— sonreía la otra, admirando en Marinette el mismo rostro de sus alucinaciones

—¿Y qué tan linda era?—

—Era la chica más hermosa del mundo—

—¡Descríbemela!—

—Marinette— rió Kagami, alejándose levemente para sentarse en el suelo —Mira, ella era bellísima, tanto que pude sentir mi corazón latir tan rápido que dolía. No puedo describirla más—

—¿Por qué no?—

—Porque eso es trampa— insistió Kagami entre risas —Si te cuento, no tendrá sentido cuando tú tengas tus visiones—

Marinette la miró. Metió sus manos en sus bolsillos de su chaqueta para que no viera lo inquieta que estaba, y, de pronto, ahí estaba: delante de ella, una visión. Una que no pudo ver, sino sentir. Una que le quedó claro cuando su vista se volvió borrosa y sus labios empezaron a saborar algo parecido a la miel.

Marinette despertó de la corta fantasía extraña con el rostro rojo y la mente confundida.

Miró a Kagami en el suelo, quien la veía sonriendo

—Tengo que ir a casa— Susurró Dupain-Cheng, dando un par de pasos para regresar a su hogar.


Recuerdos del oriente ; {Marigami / Kagami x Marinette}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora