Una chica en la silla,
un chico sin silla.
Una lágrima,
no de la chica.
¿Porqué tú no estás triste?
Preguntó el chico.
No tengo tiempo para estar triste.
Respondió la chica.
Nadie tiene tiempo suficiente
para vivir.
Dijo el Monstruo.
Ten piedad de nosotros,
déjanos vivir,
no queremos morir.
Dijeron los jóvenes.
Y ese día llovió
agua carmesí.