C A P I T U L O I

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"El guardián de las llaves y una chica llamada Nix"

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-¡Han anunciado tormenta para esta noche! -anunció alegremente tío
Vernon, aplaudiendo-. ¡Y este caballero aceptó gentilmente alquilarnos su bote!

Un viejo desdentado se acercó a ellos, señalando un viejo bote que se
balanceaba en el agua grisácea.

-Ya he conseguido algo de comida -dijo tío Vernon-. ¡Así que todos a
bordo!

En el bote hacía un frío terrible. El mar congelado los salpicaba, la lluvia les golpeaba la cabeza y un viento gélido les azotaba el rostro. Después de lo que pareció una eternidad, llegaron al peñasco, donde tío Vernon los condujo hasta la desvencijada casa. El interior era horrible: había un fuerte olor a algas, el viento se colaba por las rendijas de las paredes de madera y la chimenea estaba vacía y húmeda.

Sólo había dos habitaciones.
La comida de tío Vernon resultó ser cuatro plátanos y un paquete de
patatas fritas para cada uno. Trató de encender el fuego con las bolsas vacías, pero sólo salió humo.

-Ahora podríamos utilizar una de esas cartas, ¿no? -dijo alegremente.

Estaba de muy buen humor. Era evidente que creía que nadie se iba a
atrever a buscarlos allí, con una tormenta a punto de estallar. En privado, Harry estaba de acuerdo, aunque el pensamiento no lo alegraba.

Al caer la noche, la tormenta prometida estalló sobre ellos. La espuma de las altas olas chocaba contra las paredes de la cabaña y el feroz viento golpeaba contra los vidrios de las ventanas. Tía Petunia encontró unas pocas mantas en la otra habitación y preparó una cama para Dudley en el sofá. Ella y tío Vernon se acostaron en una cama cerca de la puerta, y Harry tuvo que
contentarse con un trozo de suelo y taparse con la manta más delgada.
La tormenta aumentó su ferocidad durante la noche.

Harry no podía dormir. Se estremecía y daba vueltas, tratando de ponerse cómodo, con el estómago rugiendo de hambre. Los ronquidos de Dudley quedaron amortiguados por los truenos que estallaron cerca de la medianoche. El reloj luminoso de Dudley, colgando de su gorda muñeca, informó a Harry de que tendría once años en diez minutos.

Esperaba acostado a que llegara la hora de su cumpleaños, pensando si los Dursley se acordarían y preguntándose dónde estaría en aquel momento el escritor de cartas.

Cinco minutos. Harry oyó algo que crujía afuera. Esperó que no fuera a
caerse el techo, aunque tal vez hiciera más calor si eso ocurría. Cuatro
minutos. Tal vez la casa de Privet Drive estaría tan llena de cartas, cuando regresaran, que podría robar una.

Tres minutos para la hora. ¿Por qué el mar chocaría con tanta fuerza
contra las rocas? Y (faltaban dos minutos) ¿qué era aquel ruido tan raro? ¿Las rocas se estaban desplomando en el mar? Un minuto y tendría once años. Treinta segundos... veinte... diez... nueve... tal vez despertara a Dudley, sólo para molestarlo... tres... dos... uno...

BUM.

Toda la cabaña se estremeció y Harry se enderezó, mirando fijamente a la
puerta. Alguien estaba fuera, llamando.

BUM. Llamaron otra vez. Dudley se despertó bruscamente.

-¿Dónde está el cañón? -preguntó estúpidamente.

D E S T I N Y [P.J., H.P., T.W.] EN PAUSADonde viven las historias. Descúbrelo ahora