Capítulo 21 | Un poco más abajo

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Imagina.

Imagina su andar, la forma de mirar, la ropa que solía usar cuando quería encender una fogata en medio del bosque. Imagina su sonrisa más ladeada de un lado, del derecho por lo regular y luego piensa en sus manos gruesas y duras. Imagina que estás vacía, que no encuentras un motivo para seguir viviendo y que desearías simplemente desaparecer del mundo y borrar el pasado. Vislumbra en tu mente que se detiene frente a ti y acaricia tu mejilla, después cepilla tu cabello con dulzura, como si fueras la piedra más preciosa.

Imagina que ladea la cabeza y se aclara la garganta, pero luego sonríe y te enreda en un par de brazos, obligándote a rodear su cintura; y te aprieta tanto que crees que son tus brazos y podrás combatir cualquier cosa con ellos. Él era mi fuerza para resistir, para levantarme cada mañana a pesar de que creía que mi vida no valía nada. Me bastaba su calor y su voz un tanto enronquecida, ver su cabello tornándose blanco y unas cejas gruesas y perfiladas.

Ahora piensa en él sentado en el sillón de la sala comiendo frituras contigo, señalando al televisor y lanzando una carcajada cuando el dibujo animado se resbala con una cáscara de plátano. ¿Puedes verlo? Luego te sienta sobre su regazo y te cuenta sus viejas aventuras o cualquier cosa que se le venga a la mente.

Imagínalo adornando un enorme pino de Navidad y alzándote para que puedas colocar la estrella en la parte superior. Él a tu lado enseñándote a resolver un polinomio o explicándote a despejar letras en un cálculo matemático

Podía sentirlo correr a mi lado en el césped, gritándome que si podía alcanzarlo recibiría una ración de dulces, aunque eso significara la furia de mi madre. Aún recuerdo sus brazos alrededor de mi cintura, abrazándome o alzándome para que pudiera alcanzar el tarro de galletas de la alacena. Su dedo índice sobre sus labios ordenándome silencio cuando hacíamos juntos alguna travesura. Su mirada triste cuando le contaba las cosas que me pasaban en la escuela y las palabras de ánimo cuando le contaba lo mucho que amaba a Dave. Con él compartía cada milésima parte de mi existencia, la parte que podía contar para no lastimarlo o perjudicarlo. Amaba las arrugas en las esquinas de sus ojos que significaban una vida llena de risas, y su sonrisa... ¡Su sonrisa era la mejor del mundo! Su sonrisa me hacía sonreír.

Pero a pesar de todo lo que imaginaba, sentía y recordaba, en aquel instante lo único que veía era el inicio de una construcción rectangular de cemento, una tumba fría y helada que no se asemejaba a lo que mi padre era en verdad.

La gente, sus conocidos y amigos, se arremolinaban alrededor con rosas blancas en sus manos. Algunos con la vista fija al frente, otros con la mirada clavada en el gran hueco; y otros como yo, con los ojos cerrados sintiendo la agonía en el pecho, una capaz de matar de a poco.

Me hubiera gustado despedirme de él, decirle lo mucho que lo amaba, contarle cuánta falta me iba a hacer, me hubiera gustado contarle toda mi vida, que lo escuchara con mis propias palabras, decirle en quién me había convertido ella.

Luz de luciérnaga © (WTC #1) [EN LIBRERÍAS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora