Capítulo 26 | Respirar lejanía

161K 13.1K 2.9K
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


El avión aterrizó cuando estaba anocheciendo, no iba a ir demasiado lejos, las playas mexicanas sonaban bien para mí. Cuando di el primer paso en el suelo y ese aire tropical inundó a mi piel, me relajé, a pesar de que mis ojos estaban tan hinchados que bien podrían haber reventado por tanto llorar.

Dejar a David no había sido una decisión sencilla, por un momento quise mandar todo al carajo y quedarme con él, invitarlo a ir conmigo. Sin embargo, deseaba estar sola, sanarme, levantarme sola por una vez en la vida.

Quería aceptar lo que me había tocado vivir, y eso era un proceso por el que solamente yo tenía que pasar. No sabía cuánto tiempo me iba a llevar, solo sabía que no regresaría hasta que no me sintiera segura.

Los turistas se precipitaron hacia el túnel de salida, yo dejé que la multitud me guiara. No disfruté demasiado de las lindas avenidas de Manzanillo, ni de la diversidad de nacionalidades que se arremolinaban en las aceras y en los puestos ambulantes, me senté en el auto y le indiqué al conductor, quien hablaba mi idioma, el lugar donde debía llevarme.

Entré en la habitación aquella noche, la primera de muchas, y me mantuve de pie en el centro, analizando mi entorno. Entonces todo lo que había guardado durante semanas salió de forma agresiva, comencé a sollozar, a gritar, a balancearme y a preguntarme por qué me había pasado todo eso a mí

¿Por qué mi madre estaba loca? ¿Por qué mi padre había muerto? ¿Por qué lo había matado? ¿Por qué me había hecho eso? ¿Por qué no me atreví a denunciarla? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?

Y no miento, todavía hay veces que me lo cuestionó, pero nunca hay una respuesta, así que prefiero sonreír y no mirar más hacia atrás, no cuestionar el porqué, es mejor encontrar el qué voy a hacer para seguir caminando a pesar de los raspones que lleve tatuados en el alma.

Aquel día, mientras lloraba en el suelo sintiendo el frío del piso calando mi piel, me di cuenta de algo: si mi padre hubiera estado vivo, se habría decepcionado de mí. Él siempre vociferó que yo era su lucecita, una mujer fuerte, llena de esperanzas y sueños, y que podría salir adelante a pesar del camino turbulento. La idea de que estaba olvidando quién era detuvo mi llanto, mis gritos y mis sollozos.

Se habría decepcionado porque me había encargado de convertirme en alguien que no era, me había encargado de distanciar a las personas que amaba. Si mi padre hubiera estado vivo me habría dado una de esas miradas que ponía cada vez que quería decirme que saliera a buscar a David en vez de enfadarme porque había perdido el juego.

Había perdido un juego, más bien varios, pero estaba segura de que habría muchos otros partidos; y me dije que iba a encestar, iba a anotar, por él, por mi papá. Pero también por mí.

Lloré más fuerte, lágrimas empaparon mis mejillas, sin embargo, estas eran diferentes. Seguía teniendo esa sensación de agonía en el pecho, pero me levanté de igual forma y fui por unas tijeras que había empacado.

Luz de luciérnaga © (WTC #1) [EN LIBRERÍAS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora