— ¡Abrí la puerta dale boludo! — dijo golpeándola con brusquedad —.
Estaba nervioso. Muy nervioso. Llevaba una semana encerrado, no comía, no iba al baño, no respondía, no nada.
— Quítate — dijo el mayor, metiendo una llave y la giro a la izquierda y abrió. —.
Ambos entraron rápidamente y lo vieron, ahí estaba.
Cabello despeinado. Ropa llena de sangre al igual que el piso. Sus labios, antes celestes, eran de una violeta apagado. La sangre de sus manos seguía brotando con fuerza, como si no se acabará.