Prácticamente corremos hasta llegar a su casa, que estaba más cerca de allí que la mía.
Si, era necesario salir corriendo hacia la casa de Leo y si, era necesario porque cuando la excusa para agradarle a un chaval de 19 años te sale mal es mejor huir para que parezca aún más sospechoso todavía.
Realmente sueno como una depravada.
—¿Me puedes explicar por qué tanta prisa?—Se queja Leo mientras coge la llave para abrir el portal.
—¿Acaso eres tonto?—Pregunta estúpida, claro que lo es— Era extremadamente necesario.
Leo abre el portal y nos metemos en el ascensor para subir a su piso.
—Aja, como decir que te ibas a quedar al perro cuando tú y yo sabemos que es mentira.
Frunzo el ceño.
—¿Mentira?¿Que sabrás tú?
El se encoje de hombros y sonríe.
—Entonces dime, cuál es la razón de este cambio de opinión.
Miro para otro lado. ¿Enserio no se dió cuenta de lo buenorro que estaba el chaval de la tienda?¿No es eso suficiente razón?
—Supongo que ayudar a perros abandonados siempre ha sido mi sueño, y ahora lo voy a hacer realidad.—Digo con una sonrisa.
—Pues espero que cumplas ese sueño tu sola, porque no te voy a ayudar a cuidar al perro, que me lo veo venir.—Mierda. Asiento, como si fuera obvio.
Salimos del ascensor y entramos en su piso, no es muy grande, pero está bien.
De repente veo todo extrañamente vacío, como si faltara algo.
—Hey, ¿Has cambiado los muebles? Veo todo muy silencioso.
Leo sube una ceja.
—Que va, ¿Por qué?
—No... Es solo... ¿No te da la sensación de que nos hemos dejado algo?—Cuando esas palabras salen de mi boca mis ojos se abren como platos.
No me lo creo, no me lo creo. Miro al rededor, no está. No esta el maldito perro.
—Leo...
El me mira fijamente mientras se sienta en un sofá que hay después del pasillo de la entrada, está un poco lejos de mi.
—¿Si?
—Nos... ¡Nos hemos dejado el perro!—Estoy alterada. Como he podido olvidarlo.
Para mi sorpresa, Leo no parece alarmarse, solo sonríe.
—Ya.
¿¡Como que ya!? ¿¡Ya lo sabía!?
Ve mi expresión de confusión y prosigue.—Te lo iba a decir, pero tú estabas tan ocupada en salir de allí que no me echaste cuenta.
Voy hacia dónde está y me pongo enfrente suya, el me sigue con la mirada.
—Me estás diciendo, ¿¡Que has dejado que nos vayamos sin el perro!?
—Si.
¡Aghhhh! No puedo con este hombre. Señor dame paciencia.
—Oye pero no pasa nada, vamos a la tienda después y punto.
Lo fulmino con la mirada. Es que justamente lo que quería era no volver a esa tienda nunca jamás de los jamases. Ya había hecho el ridículo suficiente para encima volver por olvidarme del perro.
Me desplomo a su lado.
—Te odio.
El sonrie pícaramente.
—No todo es malo, verás a ese chaval de nuevo.
Lo miro fijamente.
—Y tu vas a ver mi puño en tu cara.—No es momento para utilizar de excusa al crio guapo precioso y tallado por los mismísimos ángeles de la tienda.
Leo suelta una carcajada y se levanta en dirección a la cocina.
—Que agresiva.—Dice sonriendo, ¡ufff! me pone de los nervios.
Se coloca una pinza en el flequillo rubio para ponerse a cocinar.
—Mas te vale que la comida este buena, que si no, lo que he dicho se va a hacer realidad.—Lo miro seria. Pero entoces él sonríe y los dos nos empezamos a reír. Es que lo peor es que me cae bien.
Pasan las horas y se hacen las cinco de la tarde. Lo único que hemos hecho ha sido comer, jugar a un videojuego que tenía guardado y... Bueno, en verdad sólo hemos hecho eso.
Acabamos la partida y apoyamos las espaldas en el sofá, como si la partida nos hubiera dejado cansadisimos.
—He ganado.—Dice.
—¿Ah sí? Solo estaba calentando —me defiendo yo— ahora verás.
Nos disponemos a volver a jugar cuando un cacho de la canción Perfect de Ed Sheeran suena.
Lo miro confusa.
El de repente se pone rojo y saca su móvil del bolsillo del pantalón.
—Es... Espera un momento, tengo que atender la llamada.—Se levanta y se va al pasillo.
Sonrio para mí misma. No me puedo creer que escuche canciones tan cursis.
Lo escucho hablar pero no distingo lo que dice y al cabo de cinco minutos se vuelve a sentar a mi lado.
—¿Quién era?
—Anastasia. Dice que tengo que estar allí en media hora.
Anastasia es su prima, tiene treinta años y ya tiene un hijo de dos. Como ella trabaja muy seguido, Leo se ofreció a cuidar a su bebé cuando no estuviera.
—Asi que supongo que nos vamos.
Él asiente y los dos nos levantamos y salimos del piso. Nos metemos en el ascensor.
—¿Y que hago yo ahora?—Pregunto, un poco para mí misma.
—Ir a la tienda de mascotas, por ejemplo.—Contesta Leo sonriente. Le gusta verme sufrir.
O sea, encima de que no me dice nada del perro, tengo que ir yo sola, que fuerte.
—Te odio.—Sonrie.
Salimos del edificio y nos despedimos con la mano. El tiene prisa así que se va corriendo.
Miro al cielo. Todavía estaba claro pero empezaba a atardecer. Supongo que tendré que ir a la tienda de mascotas y enfrentar la verguenza de ver al chico sexy que hay en ella. Es que de verdad, ¿a quien se le ocurre olvidarse un perro?
Suspiro. Maldito Leo, maldito perro.
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10 perros y 1 chico
RomanceEntro en la tienda de mascotas como todos los días y miró a la increíblemente sexy razón por la que estoy aquí. -Hola josecito.-Creo que se está acostumbrando a que lo llame así. José levanta su mirada y sus ojos negros atraviesan los míos. -¿A que...