Seven: Gimme love

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Su nombre era originario del abuelo de su madre: Arséne Nightingale. Un francés que se casó con una mujer inglesa y decidió mudarse con ella a su nación. Arséne II Niccals Nightingale es el que asumirá el turno de su padre, el rey. Sangre real corre por sus venas.
El señor Arséne I, honestamente, no esperaba tal desenlace de su historia de amor.

Las niñeras salieron de la habitación luego de la clarísima orden del rey: Quería pasar un rato con su hijo.
Movieron sus faldas y fueron camino a la puerta.

Antes de retirarse, las dos mujeres echaron una última mirada hacia atrás. Que Niccals dijera ese tipo de cosas no era normal; siempre estaba ocupado.
Se acercaba a la cama de Arséne, su hijo de seis meses.
Cerraron la puerta, al fin, dejando al príncipe y al rey.

Se asomó, como padre curioso. Era tan pequeño. Un humano diminuto. Le costaba creer que algún día, él sería de su tamaño, o que alguna vez, él fue así de pequeño. Un chiquillo inocente que ni siquiera lograba estar consciente de su propia existencia.
Miraba sus manos, maravillado aún tras haberlas tocado y visto tantas veces. Sus uñas eran como puntos al final de sus dedos. Puso el índice. La palma entera del pequeño rodeó la yema. Estaba despierto, así que tomó su dedo. Murdoc se estremeció.

—¿Estás aburrido? —Una voz intrusa resonó detrás. Ni siquiera se dio cuenta de que la puerta se abrió—. María está descansando. —Caminó hacia él—. No te había visto desde hace rato. Te extrañé.

Stuart se alegraba de volver a verlo. Sus ojos brillaban con tan sólo mirarle la espalda. Murdoc cambió su humor, y sonrió como niño enamorado.

Fue un hecho trágico, del que Alphonce estaba harto de soportar todos los días. Otros sirvientes empezaron a asistirlo. Siendo el rey, todos debían andar cual cola de perro detrás suyo, atendiéndolo. Stuart tenía menos posibilidades de acercarse, especialmente porque María se lo ordenó, y porque los demás lo apartaban.
Tuvieron que aceptar las condiciones de la reina para no lucir sospechosos. Así, sus charlas durante las comidas, las citas disfrazadas de paseos en el jardín, las caminatas por el castillo y todo el tiempo especial que supieron ocultar, se terminaron. Fue el trabajo de un año. Habían buscado cómo dejar florecer su relación a costa de todos, pero fracasó.
Al menos, les quedó el salón de música distante la madrugada. Cortez ya no hacía escándalo. Murdoc le enseñó a calmar sus nervios luego de una profunda charla.

—¿Nadie te vio? —apuró en interrogar antes que nada. Stu negó con la cabeza, sonriente—. Perfecto. También te extrañé, Stu. —Puso ambas manos en su cadera y lo recibió.

Intentó darle un beso pero recordó que ahí estaba Arséne, moviendo las extremidades y babeando. Se retrajo y dejó de estar de puntillas para alcanzar la altura de Harold. Se disculpó con él. No podía hacerlo.

—Ah, no te preocupes. Lo haremos luego. —Fue comprensivo. Tocó su mejilla y la acarició.

Murdoc agradeció.

Fue hasta la cama y se arrodilló, inspeccionado a la criatura. Vio al niño atentamente. No lo había visto hace días. Reconoció que tenía cambios físicos.

—Se parece mucho a ti —dijo, tras analizar la imagen del niño.

—¿E-eso crees? —Aunque era obvia conclusión, sintió ansias por verse reflejado en el rostro del menor.

Lo observó de cerca, intentando estudiarlo.

Tenía bastantes razgos de la familia Niccals, a decir verdad. La criatura mantenía unos lindos y brillantes ojos cafés, al igual que su padre. Aunque esos no eran lindos, sólo cafés.
Pero el alborotado cabello rubio que se encontraba en su coronilla, evidenciaba que era hijo de María. Eso lo bajoneó. Miró a Stuart de reojo, y se imaginó el cabello rubio de color azul.

❝Our Majesty❞ 2doc/StudocDonde viven las historias. Descúbrelo ahora