Eleven: Will he

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Salieron de la sala con un paso molesto y coordinado. Sus zapatos golpeaban el suelo al mismo tiempo. Se agolparon en una pequeña habitación con una mesa y un par de sillas. Ahí empezó su debate. Planeaban salir con alguna solución. El juicio del monarca no terminó. Alguien se quedó afuera, vigilando la puerta en caso de que alguien se acercara. Los demás, vieron con indignación y vergüenza a Eduard Green. Actuó demasiado frágil bajo la amenaza del rey. Lo juzgaron incluso tras contar lo que Murdoc le susurró. Ellos apuntaban con su huesudo dedo, sin ponerse en el lugar de Green.

—¿Qué habrían hecho ustedes? Si lo ejecutamos, el pueblo entero nos odiará. No aceptarán a María Nightingale como reina. El malnacido tiene razón en eso. Murdoc Niccals tiene su reputación.

—Tampoco podríamos ejecutar al polluelo azul aunque él se oponga y por más que nosotros queramos. Están muy ligados. Imaginen su venganza: Seríamos hombres muertos —agregó un señor a su lado.

—Lo sé lo sé. Es complicado —concordó uno.

—¡Es repugnante! —calificó otro.

—Nuestro señor, envuelto en un romance con una de las clases más bajas. Es tan... ugh.

—Debió ser horrible encontrarlos en la cocina como dijo, ¿verdad, señor Duque? —preguntó uno más.

—Por supuesto. Y agradezco a todos los que confiaron en mi palabra. Como buen caballero, no podía quedarme callado ante este... ¡este escándalo! Y, para todos los que dudaron... —Alzó la mirada hacia algunos que estaban pegados a la pared—. Dense cuenta de que su amado rey es un criminal. Un asqueroso e inmoral hombre que ha insultado a todo el linaje. Stuart Pot debió corromperlo, pero ya no podemos salvarlo.

—De hecho, luego de su denuncia, señor Lovelace, mandamos a seguir al rey a su sirviente para analizar su comportamiento. No podíamos confiar totalmente en un borracho. Todos lo vimos en la fiesta —confesó uno de los hombres, sin pena.

El Duque se quedó callado, y bajó su prepotencia.

—Sí, y lo que descubrimos es prueba suficiente para mandar a dar otro juicio. Tampoco podemos decirle que lo estuvimos vigilando. Ni siquiera quiero hablar de eso...

—No podemos dejarlo en el trono. Traicionó la lealtad de esa hermosa mujer y la del príncipe, ¡con otro hombre! Santo cielo.

—Además, con ese fenómeno de cabello azul.

Una bola de voces llenó la habitación. Todos empezaron a dar su opinión. El tipo que estaba afuera empezaba a desesperarse. También quería compartir su pensamiento.

Pero la voz de uno de los funcionarios resaltó entre los demás: Michael Asher propuso algo demasiado fuerte.

—¿Deshacernos del rey? ¿E-estás...?

—¡Es brillante!

—Suena como la única opción viable. No me siento seguro con Murdoc ahí. Al menos Sebastián era sincero. Su hijo es todo un mentiroso.

—Exacto. —Michael miró todo el apoyo que estaba recibiendo, así que se alzó de su silla—. ¿Recuerdan esa enfermedad que persigue al linaje Real? No sería una sorpresa que nuestro señor amanezca "sin vida". El pueblo no podría protestar. Podremos manejar a la señora María desde las sombras. ¡Y así, el reino quedará en nuestras manos!

Muchos sonrieron de inmediato, apoyando esa idea. Un aplauso de aprobación fue iniciado por Lovelace, satisfecho desde su asiento. Otros lo siguieron.
Y los que admiraban al rey con todo su corazón, golpearon sus palmas con un dolor que debían esconder.

Michael fue celebrado, y se nombró la mente maestra detrás de la eliminación de Murdoc Faust Niccals, el rey.
El veredicto fue sentenciado, y claro.

...

Murdoc no paraba de dar vueltas en su habitación.
Luego de mentirle a María, contándole que había sido llamado al juzgado para ayudar con un juicio, se encerró allí junto a Stuart. Aprovecharon su ida inmediatamente.

Pot lo perseguía desde atrás, siguiendo sus pasos. Ambos hablaban al mismo tiempo, y muy rápido. Si una tercera persona se hubiera encontrado allí, no captaría una sola palabra.

—Esto es un desastre —finalizó Murdoc, sentándose en la cama. Llevó la mano a su frente y pasó su flequillo hacia atrás. Intentaba pensar en algo.

El menor se sentó a su lado. El colchón se hundió con el peso de ambos. Apoyó la cabeza en su hombro y se acurrucó allí. Niccals sonrió un poco, apenas cambiando su expresión. Sin embargo, no le devolvió los mimos. No estaba de humor en ese momento. Le pidió perdón en silencio. Se detuvo a ver las suelas del suelo, y a perderse en las líneas de la madera. Necesitaba de una idea.

Ambos se quedaron en silencio. Debieron alegrarse por haberse salvado de Eduard, pero ambos tenían la sensación que no todo terminaba ahí. Ningún problema se soluciona tan fácilmente, y más si hablamos del conflicto en el que se metieron. Hicieron mal, conocían el crimen que sus tiempos señalaban, pero no podían evitar el deseo que sentían. Estaban enamorados, y no había cómo expresarse.
Cuando salieron del juicio, lo primero que hicieron fue mirarse, avergonzados de todo. Caminaron dando distancia entre ellos. Luego de haber revelado su relación, ya nada era como antes. Los descubrieron, los inculparon e intentaron castigarlos.
Era toda una cachetada.

Pero Stuart intentó influir positividad al ambiente, mientras volvía a enderezarse y miraba al Rey con una mueca forzada:

—Y-yo... Yo creo que no debemos preocuparnos, Murdoc. Posiblemente se den cuenta de que les conviene dejarnos en paz. —Movió sus brazos, animando al moreno—. ¡Sí, eso es lo que harán!

Murdoc le dio una sonrisa triste. Negó con la cabeza. Lo miró, se veía rendido.

Pot entendió eso. Difícilmente comprendió que había llegado a la edad donde sus acciones causan un impacto terrible, y que haberse metido con la nobleza, no fue lo más inteligente que haya hecho.
Volvió a acomodarse en el cuello del azabache. Hundiendo su nariz, buscando tener una dulce cercanía con él. Unos segundos después, se oyó cómo empezaba a sollozar.

Tenía una dura presión en el pecho. Estaba lleno de miedo.

Incluso siendo el rey, no podía garantizar la seguridad para ambos, o para ninguno. Los dos estaban conscientes.

Como sirviente, su deber era el atender al rey, pero en vez de eso, buscó la atención de él. Necesitaba la más mínima muestra de afecto. Luego de ese juicio, los dos no evitaron sentirse cual basura por amar a quien amaban.

Stu no soportó, estaba desesperado y adolorido por creer que quizás Murdoc le empezó a sentir asco.

Pero le respondió de inmediato cuando lo oyó llorar. Contradiciendo sus malos pensamientos. Abrazó su espalda y lo puso contra su pecho. Acarició su cabello, lamentándose por no haber evitado su llanto al principio.

—¿Q-qué haremos? —preguntó, con la voz ahogada, mientras le rodeaba el torso con sus brazos.

—No lo sé, rayito de sol. No tengo la más mínima idea... —Se quitó la absurda corona y la dejó a un costado. No quería verla más. Deseaba ser capaz de tirarla y, con eso, borrar su puesto como rey. Era uno de sus mayores anhelos.

Subió el mentón de Stuart y empezó a limpiar sus lágrimas. También lo peinó, le susurraba cosas para que dejara ese llanto. Aunque Pot no podía, ahora lloraba de lo hermoso y tierno que era Murdoc.

Su rostro fue besado varias veces, y sus labios también. Harold quería ser tomado ahí mismo, sobre la cama Real, creyendo que estaban al borde del final de su historia. Pero se contuvo de contárselo al azabache. Se dejó acariciar, y también le devolvió cariño.
Estaban colaborando mutuamente para no sumergirse en una nueva tristeza y arrepentimiento.

La pareja de amantes de quedó así por unos momentos, sin saber que su destino era peor de lo que imaginaban.

❝Our Majesty❞ 2doc/StudocDonde viven las historias. Descúbrelo ahora