Capítulo 2

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          Esta vez los golpes son más fuertes. Tanto que los confundo con el estallido de un trueno. Cojo una sartén de la cocina y camino hasta la entrada. Me miro en el espejo y alzo mi arma improvisada con mala cara. No tengo nada que hacer contra un asesino con motosierra. Introduzco la llave, la giro dos veces hasta escuchar el click que me dice que ya está abierto, y tiro hacia mí. La puerta chilla, como hace siempre. Asomo la cabeza despacio y me encuentro con una noche cálida y húmeda. Ha dejado de llover, pero el agua aún pulula por el aire. De pronto, alguien me pone las manos sobre los hombros y me empuja. Logro ver su cabello rubio y me doy cuenta de que se trata de Clara. Tiene los ojos rojos y la cara desencajada.

–¡Me persiguen! –grita como una loca mientras me obliga a entrar dentro. Cierra la puerta y echa la llave nerviosa. Yo la observo perpleja en medio del pasillo.

–¿Es algún tipo de broma, Clara? –No me responde. Deambula por la casa atenta a todo y con las rodillas flexionadas. Se vuelve sobre sí misma y me clava una mirada de duda. Me aparta a un lado y se encorva de nuevo. Como si nos atacara un ejército de francotiradores, continúa merodeando. Alcanza la persiana del ventanal principal, estira el brazo y la baja por completo dejando que golpee contra la base–. Dime de una vez qué sucede.

–Me siguen.

–Eso ya lo has dicho. ¿Quién te sigue, si puede saberse? –Me cruzo de brazos con una mueca de desconcierto absoluto. Sin apartar la vista del ventanal, tira de mí hacia abajo y me obliga a agazaparme a su lado. 

Rue revolotea a nuestro alrededor con la lengua fuera y los ojos vidriosos.

–No estamos seguras. Es una locura, un disparate.

–Para –la pido-. Deja de hacer tonterías. Me pones nerviosa.

–Y no es para menos. Deberías de estar muy asustada.

–¿Por qué? Habla de una vez. Te lo ordeno.

–Hay alguien ahí fuera.

–¿Cómo?

–Lo que oyes, hay un tipo en la calle. Lleva una máscara de hockey y una catana en la mano. Pongo los ojos en blanco y me levanto. Clara explota en un torbellino de carcajadas.

–Pero, ¿qué es lo que pasa contigo? –La apreso por el brazo. Se pone en pie y la empujo fuera del salón. Su sentido del humor a veces resulta insoportable.

–Vale, vale. Perdona. –Se sujeta el estómago con las manos mientras se le escapa la risa.

–¿Y si hubieran estado mis padres en casa?

–Sabía que no estarían. Han cortado la carretera comarcal. Me parece a mí que van a tardar un buen..., pero que muy buen rato.

–Son las tantas de la madrugada. ¿No tenías nada mejor qué hacer?

–No. –Se serena ligeramente–. Mis padres se han enterado de lo del incidente de la carretera. Según parece, la señora Heredia, esa mujer tan fea y arrugada, la que tiene una verruga en la mejilla. Esa que vive en la última casa, la del fondo de la calle...

–Sé de sobra quien es la señora Heredia –la interrumpo.

–Pues eso... Ha dicho que un rayo enorme ha estallado a la altura de la salida 24. –Abre los brazos y escenifica la explosión–. Parece que han caído unos cuantos árboles y otros tantos carteles publicitarios. Se ha formado una buena. Y... Me han pedido que venga a ver qué tal estás.

–Eso no me lo creo –le digo-. Tu madre no te mandaría ir a ver a nadie a estas horas.

–Vale, en realidad, mis padres han ido a buscar a los tuyos y he aprovechado para dar un paseo.

PIEL DE CEBRADonde viven las historias. Descúbrelo ahora