CAPÍTULO 7

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      Valoro la posibilidad de saltar sobre la barca pero mi lado racional me ordena que me quede quieta. Ni siquiera sé qué es lo que tengo delante. Hay una barca que no flota en el agua sino en el aire. Y el tipo de los remos parece recién sacado del inframundo. Es absurdo, imposible, totalmente irracional.

«Vale, Ava, mantén la mente fría», me digo.

Mientras sigo oculta a la vista del barquero, me pregunto qué debo hacer. Intento trazar un plan, pensar en la forma de sacarlas de ahí. No parece que llamarlas y pedirlas que bajen de la barca vaya a servir de mucho. Creo que sufren algún tipo de trance. Sus ojos perdidos me producen escalofríos. Me pregunto si yo sola lograría arrastrarlas conmigo. Pero, ¿quién sabe cómo reaccionaría ese extraño ser que guía el navío?

Avanzo agazapada tras su rastro. No debo perderlas de vista. Por ahora es lo único que puedo hacer. Me siento como una cobarde. Empiezo a recordar todos esos libros en los que la protagonista se arma de valor y lucha contra el villano para salvar a la humanidad y me doy cuenta de que soy patética.

«Deja de pensar y haz algo de una maldita vez», me ordeno.

De pronto, la niebla se disipa. Lo hace sin más. Apenas logro discernir el momento en el que paso de estar entre una profunda neblura a caminar de nuevo bajo un radiante sol.

Ellas y el barquero comienzan a desaparecer de igual modo. Como si se hubieran convertido en niebla también.

–¡Esperad! –grito–. ¡No! ¡Esperada! ¡Clara, Rue! ¡Saltad, saltad de la barca! –insisto con desesperación mientras presencio como se esfuman. Desaparecen de la misma forma en la que aparecieron.

Se han volatilizado, esfumado.

Y entonces, me dio cuenta que todo ha regresado a la extraña normalidad del jardín, como si nada hubiera pasado.

Me masajeo la sien confusa.

¿Por dónde se han ido? Debo seguirlas.

Busco a mi alrededor y camino en la única dirección que me permite un estrecho reguero de tulipanes dorados. Mientras avanzo, disfruto de un hermoso y extraño paisaje pero no hallo rastro alguno de la barca o la niebla. Comienzo a moverme deprisa, cada vez más deprisa.

Unos minutos después, me doy de bruces con un amplio horizonte repleto de bosque. El sol que luce en el firmamento calienta con fuerza y siento que la sed se apodera de mí. Daría cualquier cosa por un vaso de agua, sin embargo, no veo ningún lago o río cerca. Tengo la boca pastosa y la garganta seca. Calculo que desfalleceré pronto si no encuentro agua o algún otro brebaje que echarme a la boca.

Mientras sigo buscando el rastro de algún arrollo, un leve sonido llama mi atención. Parece un chasquido que se repite una y otra vez.

No me cuesta descubrir que procede de uno de los cientos de árboles que pueblan el bosque.

—Aquí —murmura el árbol.

—¿Eres un insecto parlante? —pregunto—. ¿Donde te escondes? —Reviso la corteza.

El árbol se retuerce y surge de su interior una hermosa joven enfundada en un esplendoroso vestido floral. En su cabello, de color rojizo, muy parecido al mío, se enredan rosas, caléndulas y hortensias.

Extiende sus manos en forma de cuenco y, sin mediar palabra, me ofrece un poco de refrescante agua cristalina.

Puedo imaginar como sabrá el dulce agua en mi lengua, y sé que necesito beber.

La joven insiste con una sonrisa hermosa y agradable, y se acerca un poco más.

En otro momento habría desconfiado de una extraña que me ofrece agua pero por alguna razón me trasmite confianza, y además, tengo mucha sed, mas de la que he sentido nunca.

PIEL DE CEBRADonde viven las historias. Descúbrelo ahora