Sierpe eres

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Sus rugosos dedos entrelazaron el pelo de la adolescente creando un fuerte agarre del cual tirar. La joven había estado durmiendo pacíficamente... Pero sentir como jalan de tu cabeza pone en alerta a cualquiera.

La reina de la noche observaba la escena desde la ventana, Iluminando la cara del hombre que zarandeába a Carmela intentando hacerla desistir y terminar cayendo al suelo. Tres veces, las manos de aquel hombre, cruzaron su cara.

-¿Dónde lo has escondido? ¡Desagradecida!- preguntó el hombre con aire dificultoso mientras intentaba colocar el brazo de la muchacha en una posición incómoda a su espalda.

Durante un tiempo ambos se retorcieron sobre el suelo oscuro de madera. Creando una sinfonía de arañazos y golpes sordos remarcados por un tema musical de respiración acelerada y pequeños bloqueos en la garganta por el forcejeo.

-No sé de qué me habláis-Escupió Carmela al liberarse de forma parcial del agarre de ese hombre sobre su brazo.

-No uses el mismo hueso que te dieron- respondió tirando de su cabello para escucharle gritar- Especialmente si te lo dí yo.

-Déjeme, Don Cipriano, no tengo vuestro oro-Lloriqueó la niña que ya sentía el frío en su cara contra el suelo.

-Grave error- anunció el señor que acto seguido la giró sobre si misma y le propinó un fuerte puñetazo en la boca del estómago- Si no sabíais de qué hablaba, no sabríais el crimen cometido.

Una vez la niña se encontraba en búsqueda de aire, Don Cipriano, se dispuso a buscar el saquito de oro robado. Conocía bien el lugar y los escondrijos favoritos de Carmela.

Primero miró debajo de la almohada de paja, encontrando un pequeño cuchillo afilado, como de costumbre, ningún rastro del oro.
Comenzó a recordar todas las lecciones que le había dado a la joven.

Esconderlo en un lugar o algo usado y fuera de las sospechas de los que frecuentan el sitio. Miró en los vasos, vasijos, la caja de las tintas, el cajón de la ropa limpia.

Ningún rastro.

Continuó buscando en escondrijos propinados por el paso de los años. El agujero en el suelo desvencijado, el túnel de los ratones de los que se deshicieron la semana pasada, hasta debajo de los muebles por si había algún hueco desconocido para él.

Sabía que Carmela no tenía el oro encima. El metal no había chasqueado entre tanto movimiento y era el peor lugar de todos para ocultar algo que habías robado.

La joven ya se había reincorporado y se había colocado frente a la ventana, observando como aquél hombre deshacía su habitación entera.

Cipriano la observó con atención. Su mirada siguiendo la de ella que no parecía centrarse en ningún punto fijo. Tenía sumo cuidado por mirar todo lo que estuviera delante de ella, almenos una vez, en el mismo orden. Cama, escritorio, suelo, pared de un extremo a otro y el techo. A la mitad de la segunda vuelta, no le hacía falta buscar más. Don Cipriano ya había resuelto en qué lugar de la habitación debía encontrarse el dinero y se lo había contado ella sin decir palabra alguna.

-Cada día te vuelves más idiota... Mirando por toda la habitación menos a tus espaldas. Para levantar sospechas debes crear otra en su lugar. O lo que se sospechará será lo que quieres esconder. Una mirada fría hacia delante hubiese sido la mejor solución sin duda. Tu espalda contra la pared librándote de ser descubierta... ¡Anda! Aparta de la ventana y déjame recuperar lo que es mío- Ordenó el hombre con un tono monótono y severo. Estaba más interesado en encontrar sus pertenencias que perder otro segundo más en esa sala.

No tardó mucho en toquetear la madera de la ventana hasta que una pieza se deslizó suavemente hacia un lado desvelando un pequeño saquito de oro.
Contó las monedas una a una, lanzándolas al aire y acto seguido, atrapándolas para adivinar en qué lado caía. Siempre que desvelaba su mano había acertado.

Carmen se concentró mucho en su adversario, buscando cualquier pequeño brillo en la moneda. Cruz... En el décimo lanzamiento vió el pequeño brillo del símbolo de la ciudad caer en su palma.

-Cara- musitó la chica, señalando la moneda.

Cipriano empezó a sonreír levemente mientras plasmaba la moneda sobre su otra mano para revelar el resultado que ya conocía;

Cara.

-No me vuelvas a robar, pequeña sabandija- dijo lanzándole la moneda acertada a la joven- ¿Para qué querías el dinero? ¿Acaso has encontrado la manera de librarte de mí?

-Quiero unirme a una tripulación. El capitán Henry me dijo que sería una buena aportación para la suya.

-¿Y el oro?

-Es el costo de poder entrar en la tripulación- Dijo dubitativa mientras rasgaba con la uña un poco de las impurezas del oro- Creía que sería buena idea.

-Carmela... Ese hombre te estaba tomando por lo que eres. No solo iban a tirarte por la borda una vez en alta mar, también, te iban a robar el oro por unas simples risas. Y que los Dioses no quisieran que te quedaras en aquél barco, peor que la muerte, sería para mi tesoro. Tu inocencia es mía y solo mía para vender. A todos los hombres no les interesa todas la mujeres que trabajan en este burdel. Pero la pequeña que está recogiendo su dinero al entrar y crece día a día capta la atención de todos. Y a medida que pasan los años pasarán de querer abrazarte y ayudarte... A desearte. Ese beneficio, esa subasta... Es solo mía. ¿Entiendes? Te doy tanto... Por tan poco.

-Lo siento señor- anunció la joven dejando que una lágrima escapase su lacrimal.

En cuánto Don Cipriano se percató, otro puñetazo le dió.

-Cocodrílo, ¡sierpe eres Carmela!- escupió el hombre- No me hagas tener que darte razones para llorar.

Una serpiente negra plasmada en la piel de Carmela empezó a surcar su cuerpo, dejando de estar en su muñeca para llegar a su pecho donde solo la cola se asomaba detrás de la camisa.

Los dos tragaron saliva. Ese movimiento dentro del cuerpo de Carmela podía significar varias cosas... Y casi siempre significaba que algo estaba apunto de ocurrir. Algo, que no saldría en beneficio de ninguno de los dos.

CarmelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora