Henry

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—¿Dónde está Don Cipriano?— preguntó Henry al entrar en el lugar que había quedado mudo con su presencia.

Las normalmente fieles, por el tiempo que pagaras, no podían evitar mirar lascivas al inoportuno hombre debajo del marco de la puerta.

El diablo rojo, como muchos le llamaban, tenía engatusados a todos... Ese pelirojo con apenas 22 años ya era uno de los piratas más temidos de estos mares y su tripulación vivía bastante mejor que cualquier tripulación que se encontraba en el burdel en ese momento.

—Aquí me tienes— respondió Cipriano bajando por las escaleras de su antro. Tras suya, rizos oscuros le seguían como una pequeña sombra— ¿Qué quieres Henry? Me gustaría pensar que vas a desahogarte con alguna de mis chicas... Pero al llamar mi nombre empiezo a pensar que tendré que subastarme a mí mismo.

La sala se llenó de pequeños murmullos y varias risas sofocadas. Un disparo finalizó el gallinero susurrado que se había creado.

Una de las mujeres de placer ya no respiraba y un lunar gigante apareció en su frente... Al menos eso es cómo lo quiere recordar Carmela. La tensión crecía por momentos.

— ¡Había pagado por ella!— gritó un hombre que ahora sujetaba el cuerpo inerte de la mujer.

Al Capitán Henry le entregaron otro arma de fuego. Un niño con aproximadamente 16 años se había encargado de que estuviera preparada.

—Dime, Jakar, mi pequeño aprendiz ¿Cuántos cuerpos crees que deben caer para que todos entiendan quién soy?

—Los que hagan falta— Respondió el muchacho con mirada desafiante hacia las escaleras.

—No será necesario— interrumpió Don Cipriano impidiendo que otra vez disparase un arma. Esta vez contra un cliente —Suba y hablamos, no me cueste más dinero.

Varios hombres se quedaron el la puerta, esperando a su líder como una manada bien entrenada.
Tres hombres subieron hasta donde estában. El capitán, el muchacho y el encargado de las cuentas de la tripulación. Un hombre tan viejo que era obvio que se quedaba en tierra.

Cuando entraron en el despacho Carmen intentó volver a su habitación pero no iba a escaparse tan rápidamente. El brazo de su cuidador ya la estaba arrastrando hacia el interior del lugar.

—Cámbiate Carmela— ordenó Cipriano una vez estaban los 5 solos.

—¿Tan poco confías en mi?— Dijo sonriente Henry que se había tomado la libertad de sentarse junto a sus compañeros.

—Solo quiero saber qué más me vas a costar hoy— respondió lanzándole una prenda a la joven.

Mientras la joven se cambiaba, oculta de los ojos de los hombres, solo se escuchaba golpeteo de la pierna del capitán contra el suelo. Creando un sonido monótono inquietante. Carmela siguió las órdenes de su jefe y se puso la prenda que tanto conocía. Era un vestido de tirantes que le llegaba por encima de los muslos y la espada descubierta. Exponía toda la piel posible sin desvelar sus intimidades. Aún así siempre había sido demasiado para ella. La sierpe seguía en su pecho, nada nuevo.
Salió del vestidor y se dispuso a la altura de los 3 hombres esperando audiencia.

—¿Puedo hablar ya? ¿O vas a humillar a alguna otra cría?— sonrió Henry poniendo los pies sobre la mesa. Tras la pregunta no permitió respuesta y comenzó su discurso— Tenía que venir a solucionar el problema de una bocazas, que se dedicaba a vender la información sobre los barcos comerciales que yo obtenía. Le das a cualquier hombre placer y habla. Es algo que recordaré. Apúntatelo muchacho.

Jakar asintió sin quitarle el ojo a la joven. 

—Ya lo has hecho...¿Y ahora que? Ya me costaste el dinero. ¿Cómo me lo vas a pagar?— preguntó el dueño del lugar.

—No quiero darle problemas señor— discutió Henry con falso respeto— Gracias a este accidente he oído que vendéis ese tipo de información y eso es algo que me interesa. Dadme la información siempre a mí y os haré rico.

—Ya me pagan bien por esa información, los otros capitanes no saldrían satisfechos.

—Véndales la información, solo que véndanosla antes a nosotros. Nadie dirá nada cuando descubran que mi barco siempre llega antes. Verán que es el Diablo rojo el que les quita el tesoro.

Don Cipriano se quedó pensativo un buen rato mirando hacia la joven. Ella entendió el mensaje y se dispuso a concentrarse en lo que ya había hecho millones de veces. No era lo mismo que ocurriera de forma natural que forzarlo. Pequeños gemidos de dolor amenazaban por escapar los labios de la joven mientras lo que parecía el tatuaje de una serpiente negra se movía por su piel hasta transladarse de su pecho hasta la mano de Carmela.

Era buena señal, de entre todas las cosas que podía significar parecía ser que "recibir" era el verbo del momento.

Los ojos de Jakar se abrieron como platos. Nunca había visto tal magia tenebrosa y a nadie de la sala parecía extrañarle.

—¿Voy a dar por hecho que sellamos un trato entonces? De tanto hacer tratos con usted me voy a memorizar los patrones de la sierpe— Aclaró el Capitan acercándole un papel que el viejo había sacado para firmar.

—Parece ser que sí, firmaré este nuevo trato. No vuelvas a arrebatarme a una de mis mujeres, o el trato será para pagar tus deudas— Amenazó Don Cipriano untando una pluma en tinta verde para firmar el contrato.

—No volverá a pasar, señor— dijo sarcástico Henry haciéndole una pequeña reverencia burlona. Su mirada se desplazó hacia Carmela y recordó la conversación que tuvieron— ¿Lista para escaparte con nosotros niña? ¿Has traído el oro?

—Don Cipriano me lo quitó— respondió rápidamente la joven— No he podido conseguir más.

—Que pena, necesitamos que seas una buena ladrona si vas a ser una mujer de barco. Hasta que no muestres tu valía... A los piratas no se les pueden pillar— dijo Henry mientras se dirigía hacia la puerta con el papel firmado.

—No escuches sus bobadas Carmela, te está tomando el pelo— La riñó Don Cipriano.
La única contestación de Henry fue una gran carcajada que cada vez se hacía más lejana.

Cuando los 3 piratas salieron del burdel el muchacho preguntó:

—¿Nos la vamos a llevar  verdad?

—Ya es nuestra, dale un par de años— Contestó el capitán.

CarmelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora