Hora de pagar la deuda

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El pasar de los años eran una maldición. Un reloj de arena que poco a poco deja que cada grano caiga a lo más profundo de su ser. Si almenos flotáran los días, quizás Carmen, sentiría más poder sobre el destino que Don Cipriano le recordaba. Cierto era que sin él, la joven sería una rata de calle más. Habían pasado 3 años. Era hora de pagar la deuda que hace tantos días había prometido. Sin pensar ni un segundo en ello.

El olor pesado del sudor inundaba el burdel. Los amigos del que había sido el mejor postor se aglomeraron fuera de la puerta, para animar a su amigo y escuchar los chillidos de la joven perdiendo su pureza.
Pureza... Raro concepto. Perder la pureza porque un hombre se adentre en tí. Repugnante.

El hombre entró en la sala con una mirada pícara en los ojos. No perdió tiempo en prepararse para el acto, lanzándo a la joven hacia la cama.
Esto no era a lo que habían acordado. Don Cipriano había hablado con él. Debía ser una experiencia tranquila pero no era para nada lo que estaba ocurriendo.
El agarre del hombre era fuerte, la barba de 3 días arañaba la piel de Carmen con cada beso. Todo estaba siendo mucho peor de lo que se había imaginado. Podía sentir a la sierpe protestar y le hacía daño. Llegó un momento en el que no sabía quien le hacía más daño... Si el comprador o su propio cuerpo.
La necesidad de salir de aquél lugar era imperiosa. Intentaba agarrarse como pudiese a la cama llevándose la almohada con ella. Entonces fue cuando recordó que su querido amigo siempre dormía con ella.
Con los dedos buscó entre las telas, hasta que finalmente pudo sentir el frío y afilado metal del cuchillo.
No tardó mucho en agarrarlo y atacar varias veces el cuello de su invitado.

La sangre que gorgoteaba del hombre llenaba las prendas de Carmen. La fuente de color bañaba su temblorosa cara. Cada vez que abría la boca junto a su respiración agitada, podía sentir el metálico sabor de la sangre de su presa. Sus piernas parecían que iban a ceder delante del muerto, no por lo que había hecho... Le había gustado la sensación, la liberación y ese sabor era demasiado calmante. Se sentía asco y hasta estos días lo sigue sintiendo por los sucesos de aquella noche. Ahora sí que no era pura.

Quería huir de la habitación, empezó quitándose la ropa manchada y dejándola junto al cadaver. Se dispuso a buscar un cambio de ropa en la habitación pero no había nada. Su corazón palpitaba a mil por hora. La sábana fresca dentro del armario debía ser más que suficiente para taparse y rápidamente se lo ató como una toga para salir de la habitación.

Intentó ocultar su piel rojiza bajo su pelo, manteniendo la mirada baja pero la expectación del día había sido demasiado. Los hombres entraron tras ella para hablar con el gran desvirgador, sin embargo, solo encontraron a su compañero desalmado.

Don Cipriano ya se había dado cuenta del crímen, con solo escuchar la muchedumbre y ver a su joven discípula saliendo de la habitación, conocía el resultado de la noche.

Henry, desconocía la situación al completo pero al leer la cara del dueño del burdel, sabía que algo grave había hecho Carmela.

Cipriano corrió hacia ella agarrándola de la muñeca y despejando el pelo de su cara. Efectivamente, la sierpe se encontraba en su cuello, retorciéndose de forma vil... Casi en forma de burla hacia él. Intentó arrastrarla hacia la parte de atrás del edificio, donde la muchedumbre no pudiera alcanzarla y sacarla por la puerta trasera.

Jakar les impidió el paso, elevando su espada al cuello del Don. Ellos habían llegado antes. Pronto, la pareja se vió rodeada enteramente por los rudos hombres de Henry.

-Danos a la chica-Ordenó Jakar acercándose más al premio que querían obtener.

-Pagadme por ella y os la podéis llevar- gruñó Don Cipriano clavándole las uñas a la joven.

-Creo que no entiendes la gravedad del crímen que tu niña ha cometido- comentó Henry saliendo de entre las sombras donde les había estado observando- Ya no estás en posición de negociar, viejo amigo. Si se queda contigo, mínimo la colgarán. Si se viene con nosotros tiene una posibilidad de sobrevivir. Imagínate lo que todos esos hombres de ahí arriba quieren hacerle.

-¿Y qué gano yo?-Escupió Cipriano que ya viéndose arrinconado perdió el control de los agudos en su voz- Tengo a una asesina en mis manos y ninguna ganancia que obtener.

-Que esos hombres sepan que Carmela se ha escapado con nuestra tripulación y que tú no acabes desollado por nuestros sables- contestó Jakar empezando a presionar su arma contra el pecho de él.

-Precio justo- murmullo Don Cipriano tras tragar saliva.
Acto seguido empujó la joven hacia ellos y Henry la recibió como un golpe en el pecho y con los brazos abiertos.

Los hombres rápidamente envainaron sus espadas y Don Cipriano huyó lo más veloz que pudo. Tan veloz que parecía que solo su capa era la que se movía y que él había abandonado el lugar hace tiempo.

Jakar asintió a su capitán y empezó a llevar a los hombres fuera del edificio, dejando al capitán con Carmen.

-Bienvenida pequeño tesoro- rió Henry cogiéndola suavemente de la mandíbula para examinarla bien. No dejó ningún detalle sin estudiar, desde sus labios carmín , el brillo de sus ojos llorosos hasta el tatuaje que tan bien mostraba. Esa era la chica, ahora mujer que había captado su atención hace tantos años- ¿Estás lista? Sigue con atención nuestras órdenes.

- Seré obediente-gruñó la joven, no prestando demasiado atención a lo que decía y contestando de manera casi automática. Era obvio que no creía en las palabras que salían de su boca.

-Serás un hombre más de la tripulación. Vestirás como uno, dejarás los polvos y los delineadores de Khol y ocultarás tu pelo bajo un sombrero. Me obedecerás como Capitán, Carmela, solo eso.

La mirada de Carmela cambió, como si se acabase de dar cuenta de que su vida estaría apunto de cambiar. 


CarmelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora