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Park JiMin había llegado a Jibsan de pura suerte, creyendo que era un pequeño pueblo escondido donde su mejor amigo vivía y donde él ahora también lo haría. Llegó a Jibsan queriendo escapar de la monotonía de su agobiante vida, del aburrimiento obsesivo que vivía día a día. Aburrido de las fiestas y el dinero escapó de la capital cuando su mejor amigo le ofreció vivir junto a su abuela y a su pequeño hermano.
Conocía a la familia Min desde hace años, cuando conoció a YoonGi fue un accidente que podía catalogar como el mejor que lo había pasado en su vida. Conoció a Min una noche de borrachera donde un grupo de patanes lo estaba acorralando en una esquina y el Min solo cruzaba la calle, aquella noche estaba de turista por Busan, JiMin tuvo la suerte de encontrarse con una buena persona que fingió ser su pareja para salvarlo de tal vez lo máster feo que podría haber vivido.

Luego se hicieron amigos, durante dos años YoonGi era él que lo visitaba a Busan y cuando cumplieron los cuatro años fue JiMin quien pisó por primera vez las playas de Jibsan, y quedó encantado por el hermoso ambiente del pueblo.
Sin embargo, jamás se le cruzó por la cabeza vivir allí, no lo conocía lo suficiente, porque cuando visitaba a los Min solo se quedaban en su casa y visitaban la playa si era verano. Min YoonGi siempre le reprochó sobre su actitud fiestera, porque se preocupaba por él y lo sabía perfectamente.

Pero JiMin se cansó de su vida de fiestas, tenía tan solo veintidós años cuando se dio cuenta de que estaba haciendo con su vida, YoonGi ese día le agradeció a la vida por abrir los ojos de su mejor amigo. Y apenas terminó la universidad, con un título en danza y bellas artes, y otro de puta, decidió acortar la tanda insistente oferta de su amigo y olvidarse por un tiempo la vida de un alcohólico fiestero.

Tan solo él quería terminar con la rutina y YoonGi se transformó en un buen amigo que le mostró que la vida era mucho más que gastar dinero y hacer fiestas.

Sus padres no se opusieron en ningún momento ante la idea, tampoco es como si les hubiera importado mucho que su único hijo se vaya a vivir con personas desconocidas para ellos, en un lugar también desconocido.

Entonces ahí estaba Park JiMin, siendo un joven bello y lleno de lleno de nuevas cosas, con sus veintidós años, terminando con su monótona vida.
Cuando se mudó con Min, este se encargó de mostrarle todos los encantos que Jibsan tenía.

Los primeros lugares que JiMin conoció fueron la cafetería, la feria y la bonita heladería, le parecieron lugares bonitos, a pesar de que se veían algo congelados en el tiempo no dejaban de ser radiantes, estaba enamorado de Jibsan con cada paso que daba. Hasta que JiMin pisó el museo, aquel gran edificio blanco gastado con una hermosa estructura, sintió algo recorrer todo su cuerpo, una energía que nunca habían sentido, se sentía enamorado del arte que guardaba en las paredes grises.

Siguió visitando el museo semanalmente, estaba encantado, todo Jibsan lo tenía encantado. Desde el café de la señora Jeon hasta el la pequeña tienda de variedad del señor Choi y la poca conocida disco de Kang.

Pero sin duda, el museo había llamado mucho su atención, tanto así que las semanas se convirtieron en días y ahora pasaba su tiempo pintando y analizando en el lugar, llevaba sus útiles básicos y un buen café Jeon para pasar sus días. Jimin, entre tanta observación se encontró con el perfecto perfil de un hombre, hombre que lo dejó encantado. Se habían dedicado a pintar sus perfectos rasgos, enamorándose cada vez más con su anatomía.

Hasta que un día llegó el momento en que sus ojos se conectaron, y JiMin sintió sus mejillas arder, el hombre lo estaba viendo y él lo estaba viendo, se estaban viendo a los ojos, sin hacer gestos alguno. Entonces JiMin estirón apenas su pequeña mano, moviéndola en un saludo y vio como las mejillas del chico se tiñeron de rosado.

Habló con el chico llamado kim TaeHyung por un tiempo, hasta que su amigo apareció para llevárselo del museo pero aquello no le impidió volver a hacerlo la próxima semana, ni la siguiente, ni la otra.

Kim TaeHyung había llamado su atención, se veía como un joven no muy hablador y cuando cumplió los dos meses de conocerse supo que así era. A pesar de paso pocas palabras que TaeHyung soltaba él habló y habló todo lo que pudo con él, le emocionaba conocerle, Kim pintaba bonito. Lo había visto mientras usaba un pincel, y también cuando usaba los lápices y estaba encantado con las manos del hombre, porque lo único que hacían cuando sostenía un pincel era dejarse llevar y lo nombraba arte porque eso era.

—Me encanta lo que haces –Decía, mientras su vista no se despegaba de la mano mágica de su nuevo amigo, mientras este dejaba colores azules en el lienzo pequeño.

—Lo sé, no repites todo el tiempo –dijo TaeHyung, fijando su vista en el rostro del otro, estaban cerca y JiMin entonces se apoyó en su hombro y TaeHyung se tenso. Estaba poco acostumbrado a la cercanía pero incluso así lo dejó.
Finalizó su dibujo con una pequeña firma en la esquina.

—vante... –susurró tan cerca de su cuerpo que logró erizar sus vellos, no dijeron nada mientras la pintura se secaba.

TaeHyung se levantó, JiMin casi cae por la falta de apoyo y vio como Kim guardaba sus cosas en su bolso.

—Ten, te lo regalo –Dejó en sus manos la pintura y lo vio irse. No llego a agradecer que el hombre ya no estaba en el museo.
Jimin no pudo evitar suspirar, mientras el hombre se alejaba solo veía su espalda y por alguna razón en su estómago sintió un remolino. No sabía qué hacer.

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SIN EDITAR
NADA DE NADA

D O L Y

hombre de arte • 𝐕𝐌𝐈𝐍Donde viven las historias. Descúbrelo ahora