Prólogo

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 –Estos cigarrillos son especialessu boca se abrió como la gruta de un pasaje mostrándome sus encías inflamadas  sobre sus labios despellejados, replegando las arrugas y patas de gallo que surcaban como estigmas su rostro famélico.

El hombre desvaído me tendió tres cigarros de liar en la palma de su mano, un trozo de papel calado en sangre seca sobre sus nervios y tendones, marcados como la corteza de un árbol.

Fui a pagar pero negó con la mano. 

-Es un regalo- insistió, zamarreando la mano sin desdibujar su sonrisa lastimosa. Esa mueca congelada en un gesto vago, como si disfrutara luciendo sus encías, aún sangrantes por los golpes.

«Pero estúpido, deja de sonreír» Su mueca hundida entre los pliegues de la comisura, esa cara agrietada como la corteza de un pan blando y su piel tostada bajo esa pelusa hirsuta abierta como un follaje nevado; delimitando su pronunciada calva, me recordaba a una cabeza reducida de puar tsantsa disecada, de esas que se venden en el mercado negro. Sus ojos estaban tan hundidos en su rostro como su cuerpo en el montón de sudaderas y abrigos de colores que lo engullían como una lombriz que se asomaba desde el interior de una manzana. Parecía el puri dae de alguna tribu gitana. Al reparar en ellos un hálito cerúleo se escapó bajo aquellas plegaduras carnosas que embotaban sus párpados, incapaces de apagar su color. El resquicio de una llama azul prendida en el fondo de esa gruta. Sé que me miraban... me incomodaba. Me apuñalaban.

Guardé los cigarrillos en el interior del bolsillo de mi chaqueta y me fui. Me ponía nervioso.

Matt Murdock lo habría hecho mejor, él sí, pero yo no dispongo de traje ni de sentidos superhumanos. Sin vaselina,  frente a todo el mundo, dando ejemplo de cómo abordar la ley... yo, había sentenciado mi carrera. Fue la gasolina que necesitaba.

¿Quizás lo estaba buscando? Sentí que me seguía con sus ojos diminutos, pero no me volví a comprobarlo. Estaba alterado y con el corazón encogido por lo que hice, desaté toda mi ira contenida. Pero no me apetece contarlo. 

Siempre estaba en la misma trayectoria de mi vuelta a casa, con su despliegue de bisutería en el suelo. La policía lo desmanteló varias veces pero siempre volvía al mismo sitio. Al final todos le conocíamos por vender artículos y abalorios exóticos de segunda mano, de los que siempre venían con una historia detrás. Aquel hombre con cara de pera se había convertido en el blanco de acoso de todo puberto estacional. ¿ Por qué lo había hecho? Me sorprendió en el paso y no pude soportarlo. Seguramente ahora circularía por twitter, youtube... ¿en cuánto tiempo se haría viral? Sería todo un titular. Algo dentro de mí hirvió. No, no pude soportarlo... no, no quiero hablar de eso ahora.

No quiero.


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