III

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Vuelvo a casa con paso acelerado. Mis pisadas son lo único que resuenan en un km a la redonda. La luz de las farolas dibujan mi silueta en el asfalto convirtiendo mi pasaje en un carrete animado. No sé qué me había pasado, pero me ajusté la bragueta por el camino y noté una previa calentura. Debería estar preocupado por lo que sucedería, pero todo se desdibujó al ver esas piernas. No podía pensar en otra cosa que en aquella mujer de lustroso cabello y piernas aburridas, que me rodeasen entre ellas y me apretasen bien fuerte...mierda.

Llego a casa, me desvisto rápidamente, apago el móvil y me meto en mi cama, ocupada, por supuesto. Sus manos me recorren la espalda, esperándome. Ella se pega a mí pero le digo que me duele la cabeza y esquivo sus intentos de seducción. Parece que se da por aludida, y se echa a dormir. Pero yo no puedo y comienzo a imaginar a la mujer de la taberna, rodeada en una niebla por su propio humo consumido. Sentí una erección entre mis piernas. Me fui a la ducha y me puse a fumar. Sí, lo habéis leído bien, me fui a fumar a la ducha.

Tengo sueños asfixantes donde una serpiente de humo me rodea el cuello...y nada más.

Al día siguiente me esperaban otras 24 horas más de aburrido trabajo, puesto que me lo llevaba también a casa. Me levanto, me ducho, desayuno y voy al tajo. He desechado el metro, voy andando. Como todo abogado, me dedico a planificar mi jornada laboral, luego examino documentos tediosos durante horas mientras me rondaba la idea de mandar a Olivia muy lejos de mí. Tenía que presentar varios documentos procesales antes de las 15:00 de la tarde. Era un esclavo de los plazos de entrega y redacción de contratos, pero Olivia se había esclavizado a mí. Este tipo de personas que necesitan tener una relación para dar significado a su vida. Así que el sexo esporádico funciona para ellas como una especie de red de pesca. Con el tiempo diría que adoptemos un perro, más adelante matrimonio, luego vendrían los niños... No, no había cosa que me diera más pavor, tenía que arreglar mi vida personal antes de que eso sucediera.

Dos negociaciones con entidades bancarias por teléfono, el retraso de un pago de hipoteca (con su respectivo desahucio), tres redacciones judiciales y examino la documentación entrante por vía e-mail. Antes de darme cuenta la noche estaba al caer. Vacié la montaña de colillas de mi cenicero antes de disponerme a salir.

"Estos cigarrillos son especiales

Esa sonrisa apareció. Aquel hombre y sus boca torcida, sin dientes. Saco uno de mi chaqueta. Lo observo como un tonto en la palma de mi mano. ¿Contienen algún tipo de droga? ¿Burundanga? Estreché los ojos observando el cigarro. Suspiré y prendí fuego olvidándome de todo aquello. Aspiré profundamente el humo y lo dejé escapar echándome sobre el respaldo. Sabía bien...tenía un regusto extraño, casi anestésico, pero no me embotó ni la lengua ni los sentidos. Era como estar fumando una planta de azúcar. Un aroma dulzón que casi empalagaba pero entraba bien. En la segunda calada vi de nuevo aquella sonrisa, las arrugas sedimentadas por la cara del pobre tipejo, la sangre escupiendo de la boca, los puñetazos a la cara , los nudillos despellejados contra la cara del hombre atragantándose en su propia sangre, los huesos doblándose bajo los impactos, el olor a sangre...

No había nada aún. Puede que el chico estuviese esperando el momento de mostrarlo, preparando un golpe personal durante estos días. Tendría cargos penales y se me amputaría. Busqué con todos los hastag que se me ocurrieron, pero nada. ¿La imaginación me dio una mala pasada y nadie grabó nada? Una fotografía de cómo le dejé la cara al menos bajo algún llanto lastimoso. Estaba en una nube de sudapollismo de todo ahora mismo. Debería de estar buscando indicios por las redes sociales, pero lo cierto es que, no tenía tiempo para estar preocupándome. 

Bancos...no había nada más que me disgustase. Si nos visitaran unos extraterrestres, no me quepa duda de que retorcerían la cara de pera al no entender que los humanos tienen que pagar por vivir en su planeta, que los echan de sus propias casas, aquellas por las que han trabajado durante toda su vida en muchos casos. Familias enteras con hijos de una época en crisis que viajan al extranjero para tener un sitio donde caerse muerto. Mientras que otros se compran retretes de oro, para cagar. Yo fui uno de ellos, (de los que se fueron, no de los que se compran un váter de oro, mi culo no vale tanto y mi mierda menos) y Mario es el ejemplo del que siguió la estela de su familia para sobrevivir. Ambos sabíamos que no teníamos futuro, aunque sé que por el mío todos me dirían que soy afortunado. No voy a soltar el rollo de cómo acabé así, pero solo soy un zombie autómata que vive para trabajar sin ningún estímulo más que fumar.

También cabía la posibilidad de que nos conquistasen.

Al salir de mi despacho capté un aroma cargado en el ambiente que embotó mi nariz y me entraron unas tremendas ganas de fumar. Como si eso no fuera nada nuevo, pero era verdad, me dieron muchas ganas de fumar. Necesitaba el alquitrán y la nicotina como un drogodependiente. Mientras me dispuse el cigarrillo en la boca y buscaba el mechero en mis bolsillos vi como un relámpago una mujer envuelta en una humareda bajando por las escaleras. Pestañeé con desconcierto y me acerqué al borde de la escalera para no perderla de vista.

Estaba allí, la mujer de la taberna. Cerré la puerta y bajé atropelladamente por las escaleras pensando múltiples posibilidades:  como que se estaba divorciando o su marido la pegaba, o quizá, quería divorciarse de su marido maltratador. La alcancé y la pude ver de nuevo de espaldas, una gabardina kaki cubría la torneada figura que me regaló en la taberna, respaldada por esa frondosa melena que caía como una cascada de ébano líquido. Esperaba al ascensor sin prisa, dejando el peso de la cadera sobre su pierna derecha, grácilmente flexionada y con la mano derecha sosteniendo su habano. Llegué y me dispuse a unos pasos de ella... no quise romper la quietud, mis manos sudaban y esperé al ascensor. Mientras, le dió una calada a su puro, y recordé que aquí no se podía fumar.

Entramos en el ascensor y el humo se concentró en ese espacio reducido. Quería ver su cara pero hubiera sido muy descarado. Era como un espectador sentado en el asiento trasero de un coche. Sus manos enguantadas en elegante cuero sostenían el habano con pericia y entonces una hilera de humo ascendió formándose un denso anillo que se extendía en el aire sin deformarse. El vaho condensado no se evaporó, mantuvo la perfección de su contorno durante unos minutos. Me quedé absorto observando aquella rosca suspendida en el aire mientras los pisos descendían.

El sonido del ascensor me sacó un brinco, Se abrieron las puertas del ascensor y se disipó tenuemente con el golpe de aire entrante al igual que ella. Salió resonando tajantemente el tacón de su calzado en el suelo del edificio, y tras unos instantes, salí yo.

Caminaba apresuradamente dejando una estela de humo y el edificio atrás desapareciendo por la calle. Salí apresurado, miré en ambas direcciones pero no la divisé; ni su cabello, ni su gabardina, ni el olor de su habano. ¡Mierda! Había muy poca gente transitando; pero era como si la hubiera abducido una nave extraterrestre o fuese tragada por el suelo. Estiré el cuello lo más que pude entre la multitud, no sé de dónde había salido tanta gente pero estaba todo abarrotado, las manos me sudaban... qué asco. Volví caminando por el camino de siempre a mi casa, donde no tenía ninguna gana de aparecer pues tenía un problema con el que lidiar.

Iba envuelto en una maraña de finales posibles a mi charla con Olivia, ninguno de ellos acababa bien. Al girar la esquina del final de la calle choqué contra alguien y mi maletín cayó al suelo abriéndose, todos los documentos se esparcieron por el suelo. Empecé a recogerlos atropelladamente, pero al asiar uno de ellos una pisada contundente me lo impidió. Ví un tacón, luego, el arco de una pierna. Alcé la vista y la vi a contraluz. 

El sol se estaba ocultando en ese momento, el viento soplaba revolviendo su melena, creando una telaraña negra que envolvía su silueta en una estampa de efectos inolvidables. Su mirada escondida tras unas Ray ban enmarcaban unas cejas espesas y delineadas con la precisión modelada de un Schiacciato de Donatello. Una boca voluptuosa se coronaba en el centro de aquel mapa exótico de ángulos y que mostraba la carnosidad de su tejido al desplegarse mientras la brisa se llevaba sus palabras bajo el sthendal que me había apresado. Decía algo pero no prestaba atención. Estaba concentrado en su fisionomía: sus pómulos eran dos mesetas que descendían en un arco enérgico, dibujando la trayectoria de una mandíbula simétrica que se unía en un perfecto arco triangular hasta cerrarse en la pequeña barbilla que era el promontorio de su cuadro facial.

Debí de poner cara de gilipollas porque esgrimió una mueca de asco.

-¿Me estás siguiendo?¿Eres un acosador?- El humo concentrado se escapaba de su boca como el vaho del motor de un tren. Suspiré derrotado sin entender muy bien qué estaba haciendo y no sé por qué realmente, pero asentí avergonzado.

No la estaba siguiendo...o eso pensé; pero no pude decir que no, porque en teoría: la seguía. Joder, no tenía intención de hacerlo pero sentí que la vida se me escapaba de las manos si no daba con ella. Esperaba una bofetada o que se marchara no sin darme una amenaza de hablar con su abogado o llamar a la policía. En ese caso estuve a punto de ofrecerme.

-Invítame a una copa- Dijo -¿Era eso lo que querías...verdad?- 

TesterWhere stories live. Discover now