II

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Entré y me situé en mi lugar de siempre. A la izquierda de la barra. La decoración interior iba a cargo de la mujer de Mario, una estudiante de diseño que conoció en la universidad. Maderas claras que rompían con la oscuridad del pasaje exterior, motivos de color salpicados por las sillas de mimbre rodeando las mesas del fondo. Todo el estilo rústico empañaba el lugar a lo que la buena iluminación, el ambiente acogedor y los viernes de espectáculos y chistes hicieron del lugar frecuentado a donde ibas a desconectar de la monotonía y la pesadez de la ciudad.

Mario se acerca y me sirve lo de siempre sin esperar a que se lo pida, un coñac bien cargado con hielo. Era más joven que yo, como dije, pero ya tenía una familia que cuidar y su aspecto henchido por unos kilos de amor no había cambiado con los años, mas bien se había pronunciado, incidiendo en la inocente sonrisa de su cara redonda que evidenciaba a un hombre satisfecho. Su mirada sincera, puesta en la actividad que estaba haciendo, alejaba cualquier señal de amargura y pesar que nos magullaba con la madurez, llena de una nobleza que no había perdido el brillo de la felicidad y reflejando el niño que todos llevamos dentro. Era un papá Noel en edad de merecer. Cuánta gente puede ser feliz con tan poco.

-¿Qué te ocurre hoy?- Me pregunta en una mueca jocosa mientras se sirve otro para él y se lo bebe de un trago. Algún día le diagnosticarían una úlcera de estómago y a mí cáncer de pulmón y moriríamos hermanados por el consumo que nos mató.

Entonces advirtió mis nudillos.

El mundo está loco Mario – balbuceé con la mirada suspendida en el hielo del vaso. El cristal combaba mi reflejo, deformando mi rostro.

Era un fantasma a punto de suceder

¿Qué...? - me miró fijamente, sus pequeños ojos avellana eran lo más grande en mi vida que había visto. - Desde siempre, y ahora todo va a peor.

-Estaba pensando en dejar de fumar- Respondí sin pensarlo mucho mientras me prendía otro cigarro. Aspiré el humo relajando mis músculos.

-Llevas diciendo eso diez años- Pasó un trapo por la barra - vas a acabar siendo una fábrica como ésa- Ladeó la cabeza señalando una dirección, a lo que me volví por encima del hombro.

Al otro extremo de la barra vi una figura, dispuesta en un ángulo de 80 º de manera que tenía una cierta parte de su cuerpo a la vista. Su espalda, levemente inclinada sobre la barra pero sin perder su erguida postura, era la desembocadura de un bruno cabello que se derramaba por toda su espina dorsal hasta ramificarse por su cintura en una perfecta línea recta. Un desganado codo se apoyaba en la barra mostrando el interior de su pálida tesitura mientras con su mano izquierda sostenía el cuerpo de un habano con el que jugueteaba hábilmente deslizándolo entre sus dedos. Mi vista bajó por su falda de tubo por instinto, siguiendo el dibujo de aquella esbelta anatomía, donde se marcaba el envés de su delgada silueta y no pude evitar fijarme en la curvatura de sus muslos que seguía a ella. Dos torneadas piernas entrecruzadas, aburridas, distraídas en su burbuja cotidiana que reposaban sobre el taburete, y de vez en cuando mecidas por el vaivén que ella le daba a cada golpe de humo despedido de su boca. Una boca que no veía, pero que me imaginaba que estaría ahí, inhalando el humo como yo hago cuando salgo en mi descanso y dejando la huella del carmín de sus labios impresa. Empezó a apretarme el pantalón.

-Es una fiel clienta, como tú- la voz de Mario me sacó de mi abducción mental como el puñetazo de un boxeador a mi mandíbula. Incluso me llevé las manos a los ojos para despejarme. -Siempre viene aquí, - continuó sin perder de vista mi reacción -se pide un bourbon con hielo y se va a la esquina a beberlo mientras hace algunos juegos de humo.-

Miré a Mario y nos entendimos. Solo bastaba mirarnos para saber lo que pensaba el otro aunque su sonrisa intrusiva me molestó. Sabía perfectamente que me había distraído en el submundo de colores vivos que aquella mujer me había ofrecido a mi imaginación estéril con su tentadora vista. Quería saber más.

-¿Juegos de humo?- Haciéndome el tonto

Sí -asintió mientras retiraba una pila de vasos vacíos- Ya sabes...esos trucos que se hacen con humo de cigarrillo, aunque ella fuma puros. En alguna ocasión ha tenido público.

-¿Por qué nunca la he visto?- Pregunté indignado antes de darle un trago a mi coñac.

-Porque siempre se va antes de que tú llegues. Ya supuse que sería tu tipo- Se burló acentuando especialmente la última palabra, conteniendo una risa que no podía disimular.

Volví a mirarla esta vez con más curiosidad por las palabras de Mario, aunque solo la podía ver de espaldas con un fino hilo de humo ascendiendo. No sé si miraba la pared o estaba pensando en las musarañas, pero no se había movido un centímetro ni para beber de su bourbon. Quizá fue porque notó la fijación de mi mirada, que vi cómo los músculos de su espalda se tensaron y su cuello se giró para mirar por encima del hombro, pero antes de que pudiera verla noté mi parte baja palpitar y aparté la vista con vergüenza.

-¿Qué estás haciendo? -Me increpo a mí mismo. Me froto el cuello con nerviosismo y le doy una calada a mi cigarro consumido antes de apagarlo en el cenicero de la barra.

-Tengo que irme Mario, ponlo en mi cuenta.- Me largo con rapidez ante la mirada perpleja de Mario. Pero hoy paso de preguntas.

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