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Me esperaba las preguntas típicas: edad, trabajo, relación... Las tres reglas de la interacción social, la biblia para un cristiano, pero ella simplemente me habló de la mierda de electricidad; del hielo de su bourbon, de la televisión y los productos de consumo que tenían poseído a las mujeres . El mercado "anti edad" tenía el consumo garantizado, y las cremas placebo de crill de ballena y baba de caracol que no escatimaba en maltratar animales para mantener un pellejo estirado en lo que 5 años después abandonaría el marido por alguien más joven. Con cada trago salía más mierda de su boca y yo la escuchaba absorto. Me contó que en un arrebato había tirado la televisión por la ventana y desafortunadamente le cayó a alguien encima y por eso había ido al gabinete. No sabía si me estaba tomando el pelo o era real, pero no me atreví a preguntar cuando una insinuante comisura torcida se dibujó en su boca tras el reflejo en el vaso de su bourbon mientras lo depuraba con ansia, y entonces pude ver, que tenía el labio inferior más grueso. No necesitaba más que eso.
-Antes hiciste una rosca de humo en el ascensor. ¿Sabes hacer más figuras?- Las palabras salieron de mi boca sin pensarlo.
-Entonces me estabas espiando ¿eh?- Ronroneó, sentí que me miró de reojo tras el cristal de sus Ray ban , un vidrio oscuro y advenedizo que escondía sus ojos. Cerró sus labios alrededor de la perilla y aspiró profundamente.
Abrió la boca, mostrando el humo concentrado para paladearlo, degustando todos los matices que le ofrecía y lo exhaló. Una masa vaporosa que formaba una campana seguida de un delgado rastro humeante. Entonces mi memoria cultural lo asimiló con una etérea medusa que flotaba en el aire y comenzaba a extinguirse al abrirse paso entre el oxígeno.
-Impresionante- Le dije, aún centrado en la figura que se disipaba.
Le dio el último trago a su bourbon y lo dejó con fuerza en la barra. El hielo crepitó entre las paredes del vaso.
-Vamos a bailar- declaró mientras agarraba su gabardina.
-¿Qué?¿Ahora?-
-Ahora o nunca, dijo Crystal Connors.- No sé quién era esa, pero seguro que no era inolvidable como ella.
Se levantó del taburete que vibró con su sacudida y salió por la puerta sin esperar a que la siguiera. Andaba con la cabeza erguida mostrando su cara al mundo en cortas pero tajantes pasos con el garbo de una gacela. Me apuré en terminar mi copa, dejé la cuenta y la seguí rápidamente. ¡Dios! ¡No sabía cómo había sucedido aquello, pero era más interesante que volver a casa y poner las cartas sobre la mesa a Olivia! Vi que desaparecía al girar un callejón cercano al lugar, un lugar por el que había circulado muchas veces en mi camino de vuelta. Fácilmente podía ser habitado por algún transeúnte ocasional, pero su estrechez y el desnivel de su asfalto lo hacían difícil de transitar.
En ese momento me acordé de un poema