II.

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Alejandro tenía muy claro que no quería estar allí, pero muchas opciones tampoco le habían dado. El cambio de aire se notaba, y la falta de ruido lo abrumaba. Estaba acostumbrado al desastre de la bulliciosa Madrid, y se podría decir que hasta añoraba a la gente con la que nunca se había logrado llevar.

El sol todavía no había salido del todo en el momento en que Alejandro llegó al hogar de sus abuelos. El cielo de una gama de colores rosados le dio la bienvenida, y el aire, cargado de olor a césped húmedo, inundó sus pulmones.

─¿Tienes todo, Alex? ─le preguntó su abuelo, escoltándolo hacia la entrada de la casa. Con un simple movimiento de cabeza, le dio a entender que sí, y sin decir nada más, se dirigió hacia la habitación en la planta alta.

Recordaba que la última vez que había visitado a sus abuelos había sido cuando tenía once años, antes de comenzar la escuela secundaria, en aquel fatídico verano. Desde entonces, siempre ponía excusas algo absurdas para no pisar aquél lugar.
Sin embargo, en cuanto abrió la puerta de la habitación, todos los recuerdos de los momentos vividos lo asaltaron. El cuarto seguía igual a como lo había dejado, tal vez un poco más ordenado, pero todo seguía allí.
La cama, con sus sábanas azules, que estaba al lado de la estantería con todos los libros de arte y de biología, el escritorio, con los estuches llenos de lápices y marcadores, su baúl que estaba lleno de juguetes que había usado a lo largo de su infancia. Todo estaba allí.

Hasta los que pensaba que iban a ser sus últimos bocetos estaban allí.

Después de unos minutos de contemplar la habitación llena de memorias, Alejandro dejó sus pertenencias sobre la cama, e inmediatamente comenzó a ordenar su ropa y utensilios en el ropero. Dejó su celular y cargador sobre el escritorio, y, aprovechando que estaba cerca, abrió las ventanas, dejando al fresco aire matutino entrar.
La brisa trajo un aroma que no recordaba haber sentido cuando era niño. Limones. Frunció el ceño, intentando acordarse si cerca había plantaciones de limones, pero por más que lo intentara con todas sus fuerzas, ninguna imagen de los cítricos le llegaba a la mente.

─Hoy se siente más que nunca ─Alejandro escuchó la suave voz de su abuelo a sus espaldas ─. El aroma a limones.

─¿Siempre hubo olor a limón aquí? ¿O es que mi memoria ya está destruida?

─No, un joven se mudó hace unos cinco años. Desde entonces comenzó a plantar limoneros en su terreno, en verano es cuando más se siente la fragancia.

Alejandro volvió a asentir, sin nada más que decir. Seguía acomodando sus pertenencias en su respectivo lugar, y todavía podía sentir la presencia de su abuelo en el cuarto. Sabía que quería decirle algo, pero desconocía el qué.

Tal vez podrías pasarte por allí luego ─le sugirió luego de unos largos minutos de silencio. Antes de que Alejandro contestara, su abuelo continuó─. Podrías llevarte tu cuadernillo de bocetos y hacer unos cuantos dibujos.

Alejandro no quería llevarle la contraria a su abuelo, al menos no el primer día de su estadía en su casa, así que, soltando un suspiro, volvió a mover su cabeza de arriba hacia abajo.

─De acuerdo, más tarde echaré un vistazo. Ahora me gustaría descansar un poco.

─Claro, Alex, descansa tranquilo. ¿Quieres que te cierre la ventana así el aire no te molesta?

Él se lo pensó por unos segundos, con la mirada fija en las finas cortinas celestes.

─No, déjalo así. Me gusta el aroma a limón.

Y sin decir nada más, el hombre se retiró del cuarto, cerrando la puerta tras de sí.

Alejandro, por su parte, se recostó sobre la cama, sin tomarse el trabajo de desarmarla, cerró los ojos y aspiró profundo un par de veces.

Durante la hora y media que pudo dormir, soñó que corría alegremente entre hileras e hileras de enormes árboles llenos de amarillentos limones. Cuando se despertó, tomó una pequeña libreta, un lápiz, y a pasos lentos se encaminó hacia la casa del vecino.

lemon trees; fargexby!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora