XVII.

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David escuchó un grito que provenía del otro lado de la valla, en la entrada. No reconocía la voz, pero se notaba tan desesperada que pensó que sería algo importante.

Cuando salió, debajo de la lluvia torrencial se encontraba una mujer de mediana edad, empapada. Tenía los ojos rojos, el semblante preocupado, y no podía quedarse quieta.

─Buenas tardes, ¿tú eres David Alonso? ─preguntó la mujer. David asintió y, sin pensarlo dos veces, le entregó el paraguas que sostenía a la mujer.

─Pase, señora, que va a enfermarse si sigue bajo la lluvia. Venga, le prepararé un té.

─¿Está Alejandro contigo?

David se quedó estático en su lugar. ¿De dónde conocía esa mujer a Alex? ¿Quién era y por qué le preguntaba eso?

La señora entendió la confusión que atravesaba el rostro de David, y rápidamente se explicó.

─Soy la madre de Alejandro. Hemos discutido esta mañana y él salió a caminar. He pensado que podría estar aquí contigo, ¿está allí? ─preguntó, señalando hacia la casa con la barbilla. David, absorto en lo que la mujer acababa de revelarle, simplemente negó con la cabeza.

─¿Hace cuánto dice que salió? ─preguntó David. Algo andaba mal, muy mal.

─Antes de que comenzara a llover, a eso de las diez de la mañana. Necesito encontrarlo al bruto insolente...

─Señora, con todo respeto, creo que Alejandro ya está bastante grande para decidir qué hacer. Pero comprendo la preocupación. Si usted quiere, podemos ir a buscarlo. Tal vez llegó al pueblo antes de que se largara a llover y pudo quedarse a resguardo.

─Eso espero.

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