Capítulo I

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Observaba las casas vecinas la noche en la que todo empezó. La luz de la luna iluminaba mis cabellos y protegía, como un vigilante nocturno, el pueblo. Las calles, silenciosas se tornaron así en un extraño laberinto y por un instante todo se volvió desconocido para mí.
Eran las cuatro y media de la mañana, aquel era el único momento de paz que había logrado en las última veinticuatro horas por lo que pensé que dar un paseo, aunque fuera corto, no dañaría a nadie. Tomé mi móvil, me vestí con una chaqueta gruesa y sin olvidarme de cerrar con llave, bajé al portal y finalmente salí. Una suave brisa, fría y cálida al mismo tiempo, recorrieron con mesura mi piel. Fue entonces cuando comencé el paseo.
Hacía poco tiempo en verdad que me había mudado al singular pueblo de Goaghma, por lo que el riesgo de perderme si bien no era demasiado alto, era real. Aún así, mis ganas de algo de aire superaban al temor de extraviarme y pensé que aquella experiencia serviría para poder superar el bloqueo literario que padecía en ese entonces. Lo primero que hice fue visitar la iglesia, punto de encuentro para la mayoría de gente de Goaghma, no sólo por lo grande del sitio y la facilidad para encontrarlo, sino por la importancia de la religión en el pueblo. Donde vivía antes de mudarme apenas conocí creyentes, no sabía si en sí por puro ateísmo o si se trataba de agnosticismo. Sea como fuere, el impacto que sufrí el día en el que pisé Goaghma fue impresionante. Cruces por todas partes, banderas llenas de bendiciones, cuadros del mesías en colegios y bares... No me incomodaba, pues la gente era hospitalaria y me trataron bien cuando llegué con mis pintas de gótica perdida, pintas que muy a mi pesar aún perduran como "mi estilo".
El lugar al parecer había sido erigido allá por el mil setecientos sesenta por peregrinos que buscaban poder rendir homenaje a su mesías sin sufrir represalias vecinas. Algo así como el Mayflower. Me mudé aquí por problemas que la gran ciudad me provocaba, y tanto mi psicólogo como mi madre me instaron a dejar el urbanismo puro por un estilo de vida más humilde, más campestre, aunque fuera por un tiempo. Yo acepté el consejo pues la ocasión de poder ensimismarme y poder escribir a gusto jamás se me había presentado de forma tan conveniente. Si os cuento todo esto es porque, al llegar a la iglesia recuerdo como una pequeña explosión de curiosidad invadió mi mente y, sentada, bajo el abrigo del fulgor lunar, busqué información que ha permanecido hasta el día de hoy cristalizada en mi mente.
Repentinamente, a través de una de las ventanas de una de las casas vislumbré una extraña figura, junto a la sensación de que una mirada se clavaba en mí. Una indescriptible sensación me azotó, y aunque mi primer pensamiento fue que simplemente se trataría de algún vecino que por error había despertado, instintivamente me fui corriendo del lugar, acabando aún más lejos de casa, en un barrio que jamás había visto.
La calle era estrecha y las casas que poblaban aquella esquina estaban prácticamente pegadas la una a la otra.
—Tener ventanas para esto...—Murumuré para mis adentros.
Caminé por unos quince minutos, sin poder quitarme aún así aquellos ojos en la oscuridad de mi cabeza. Finalmente alcancé lo que parecía ser el límite del pueblo pues si seguía andando lo único que parecía que iba a lograr sería adentrarme en un oscuro bosque. Pensé en retroceder; los árboles moribundos, las hojas caídas, el graznido de los cuervos y la luna, que por momentos parecía carmesí, nada me inspiraba confianza mas, una fuerza extraña, más allá de la curiosidad impulsó mis piernas hacia tan sombrío lugar. El lugar era tan sumamente oscuro que me costaba horrores distinguir mis manos de la negrura, a pesar de que siempre he sido terriblemente pálida. Aún así, no tropecé ni una sola vez, como si la innombrable sensación que me había empujado a entrar estuviera guiando mis pasos. En la oscuridad, de la nada, escuché un lamento lejano. Una especie de quejido agudo, parecía animal aunque claramente gesticulaba letras humanas, palabras en un idioma que jamás había escuchado. Pronto logré divisar a lo lejos un fuego, o lo que al menos parecían ser llamas moradas de fulgor intenso. Atraída cómo las polillas a la luz, marché sin cuestionarme a aquella fuente lumínica. A medida que me acercaba, veía mejor que los árboles que me rodeaban en aquel oscuro bosque tenían más aspecto pétreo que vegetal, que el graznido de los cuervos tenía más de aullido que de lo propio y que el suelo, a pesar de parecer seco poseía una textura fangosa y prácticamente informe. Apartaba las ramas dañando mis manos, hambrienta de saber qué eran aquellos quejidos, ahora convertidos en cánticos. Cada vez el sonido era más fuerte, cada vez más fuerte, como si un tambor quisiese llevarme a un estado de enajenación absoluta y, haciendo mis mayores esfuerzos para no caer sofocada, logré finalmente llegar al núcleo de todo.
Todo se detuvo por instantes, vislumbré junto a las cárdenas llamas una docena de hombres, niños, niñas y mujeres, desnudos al completo salvo por una máscara que poseía una dantesca mueca, imitando a un ser humano sonriendo. Parecían bailar y cantar melodías más viejas que el propio planeta, meneando ratas, pajarillos y otros animaluchos de un lado a otro, los más atrevidos practicando lo que parecían ser ritos de fertilidad y, observándome, causando la misma sensación que sentí al lado de la iglesia. Un hombre, vestido con únicamente una capucha, suficiente para no reconocerlo en medio de toda la confusión, clavó por instantes su mirada en mí. Lo noté porque, aunque fuese por breves instantes, vislumbré en la oscuridad unos ojos verdes, más brillantes que la propia luna, apuñalando con la mirada mi alma.
No sé si por cansancio, impacto, o simplemente algo que me habrían hecho, pero desmayé o perdí el conocimiento, pues no recuerdo como siguió la noche. De alguna forma, logré volver a casa (o eso espero, pues me relaja más a pensar que me trajeron aquellos cultistas) y desperté al día siguiente, jurándome y perjurándome que aquello era real, que aquel terror del bosque no había sido producto de mi imaginación . 

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