3. Media luna.

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Hay mucha menos gente de lo normal. El tren casi parece desierto, cosa que me parece rara, porque a esta hora todos deberían estar volviendo a sus casas desde el trabajo.

Supongo que han decidido empezar a ir en coche colectivamente. Quizás esta es una de esas situaciones en las que todos se conocen y hacen planes en tu contra, si es que eso es una situación de la vida cotidiana.

El tren para en la misma parada en la que ví a Remiel por primera vez.

Pienso en él y como por arte de magia, sube al vagón. Hoy lleva el cabello recogido en un moño prácticamente deshecho, pero lleva la misma chaqueta naranja de la primera vez.

Se sienta a mi lado.

— Buenos días.

Ahora sé que su voz es igual de dulce que su apariencia; entra en mis oídos y puedo sentir como sus simples palabras me hacen temblar.

— Buenos días. —Contesto, inseguro de qué decir.—

— Me suenas de algo.

Sonrío.

— Tú a mi también.

— Vaya, que raro.

La sonrisa de Remiel es una de las cosas más bonitas que he llegado a ver en mi vida. No es de anuncio; tiene los dientes torcidos e incluso tiene un incisivo frontal roto, con una forma que se asemeja a una media luna.

— Mira, me suenas por esto. —Saca su teléfono. Salta a la vista que no es nuevo, pues tiene la pantalla rota a más no poder. Me enseña una foto de su galería; una foto de mi en el tren, el día en que nos vimos por primera vez.— No pude evitar hacerte una foto, perdona.

Pequeño ángel, si tan solo supieras.

— ¿Me puedes decir cómo te llamas?

Aún no sé cómo procesar que esté interesado en saber sobre mi.

— Craig.

Tan solo espero que una respuesta tan seca como esa no le aparte de mi.

El tren vuelve a parar y Remiel se levanta del asiento. No, no quiero que se vaya. Aún es muy temprano, quiero seguir hablando con él, quiero conocer todo lo que se le pasa por la cabeza. No quiero que esto se quede aquí, no me lo puedo permitir.

— Nos volveremos a ver, Craig.

Todo pasa demasiado rápido como para que lo asimile, pero sus suaves labios se posan sobre la comisura de los míos, en un beso que no dura ni dos segundos pero que es lo suficiente para poner mi mundo del revés.

Tiene apariencia de ángel, pero eso no significa que lo sea. Es todo lo contrario a un ángel; es un demonio arrastrándome a la locura del pecado a través de un camino de rosas, rosas recubiertas de espinas que no tardarán en cortarme entero sin miramientos si no tengo cuidado.

Toda inspiración acaba doliendo, eso aprendí de mi musa.

Paso el resto del trayecto mirando la foto que le hice a Remiel. La miro como si fuera la primera vez que la veo, como si no llevara semanas completamente enamorado de la forma en la que el sol se refleja en su cabello como si fuera oro puro.

Llego a casa y todo vuelve a ser lo mismo. Vuelvo a estar solo. Aunque no me puedo quejar; ya me he acostumbrado a no tener a nadie con quien contar.

La pantalla de mi teléfono se ilumina y veo que tengo una llamada entrante. "Miss Perfección", leo en la pantalla. No tengo ganas de responderle pero si no lo hago llamará hasta que lo haga.

— ¿Qué quieres?

Un suspiro de alivio se escucha al otro lado de la línea.

— No sé qué hacer.

Es la primera vez que la escucho desesperada de verdad.

— Wendy lleva un par de semanas muy rara, no quiere hablar con nadie, está faltando al trabajo y dice que está enferma, pero... Craig, no sé qué hacer. En serio.

— Bueno, habértelo pensado antes de ligarte a mi exnovia.

— Ahora no es el momento. Es urgente. Ven a mi casa, por favor.

Y cuelga.

Supongo que no me queda otra opción que ir a su casa y ver qué pasa, y que me restrieguen por toda la cara lo mucho que se aman y lo bien que está Wendy sin mi.

Voy caminando porque viven relativamente cerca de mi casa, y no pienso subirme a otro tren y mucho menos a un autobús. Odio los autobuses.

— Gracias por venir.

Red nunca saluda con un abrazo, mucho menos con dos besos. Red evita a toda costa el contacto físico y esa puede ser que sea la única cosa que tenemos en común.

— ¿Dónde está Wendy?

— En nuestra habitación.

Nuestra habitación. Esas palabras me han dolido mucho más de lo que deberían y ahora me siento como un imbécil.

Wendy está tirada en la cama, tapada hasta la cabeza. Tiene las persianas bajadas y en la televisión se reproduce una película que estoy seguro de que ni siquiera ha comenzado a ver, solo la tiene de fondo para no sentirse sola. Wendy siempre ha sido del tipo de decir que no necesita a nadie, que la soledad le sienta bien. Pero al mismo tiempo odia el silencio que acompaña la soledad.

— Craig, vete.

— Red me ha llamado.

— Le he dicho que no lo haga.

— Bueno, pues lo ha hecho. ¿Qué mierda te pasa?

Se deja ver. Aparta las sábanas de su cabeza y veo como sus ojeras son más prominentes que nunca, y tiene el pelo recogido en la peor coleta que he visto jamás. Su apariencia actual contrasta con lo que siempre he visto. Por momentos dudo de si tan siquiera es la misma que se presentaba en la puerta de mi casa, a las tantas de la noche, con cada detalle de su aspecto pulido a la perfección; desde el peinado hasta la ropa.

— No quiero hablar contigo.

— Te jodes.

— Siempre has sido muy testarudo, ¿No te cansas?

Quiero decirle muchas cosas. Quiero decirle que no, no me canso. Que no me puedo cansar porque aún se me desboca el corazón cuando la veo. Que no me puedo cansar porque adoro verla feliz. Que no me puedo cansar porque a pesar de que pasó por mi vida como un huracán y se llevó todo lo que me importaba con ella, aún hay una parte de mi que la ama como si todo lo que había pasado solo hubiera sido un mal sueño.

— No, no me canso.

Solo me sale decirle eso.

— Pues... ¿Puedes seguir sin cansarte y ser mi amigo? Porque me siento demasiado mal sabiendo que te he hecho daño. Te aprecio, Craig. Déjame intentar arreglar las cosas.

Debería decirle que no porque sé que me va a doler tenerla solo como amiga; prefiero no tenerla directamente.

— Está bien.

No sé por qué, pero siempre acabo diciendo lo contrario a lo que debería decir.

Numen;; crennyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora