6. Cervezas y catástrofes.

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No he vuelto a ver a Remiel desde ese día en el descampado.

Han pasado un par de semanas desde eso; he dibujado una y otra vez las fotos que le hice esa tarde. Las he visto tantas veces que creo que se han vuelto parte de mi, y mi corazón late con alegría al recordar sus facciones reluciendo al Sol.

Mi ánimo ha mejorado considerablemente desde ese momento.

- ¡Craig!

Wendy ha estado intentando hablar conmigo más a menudo, y he decidido corresponder a sus intentos. No hay nada malo que pueda pasar entre nosotros a partir de ahora.

- ¿Quieres tomar algo después del trabajo? Vamos a ir unos cuantos y pensaba que quizás querrías. Ya sabes, es viernes, ¡Hay que celebrar!

Hace unos meses habría declinado la oferta sin pensarlo mucho, pero esta vez es diferente. Asiento con la cabeza y la sonrisa en el rostro de Wendy no tarda en aparecer; pero comparada con la sonrisa de Remiel, no puedo dejar de pensar que la de Wendy es mucho más sosa, más carente de emoción real. Una copia de cualquier sonrisa televisiva, sin mucho más que ofrecer, pero aún así bonita.

- Me alegro de que salgas de tu coraza, Craig.

Supongo que yo también me alegro de ello, aunque no estuviera en mis planes.

Cuando se acaba nuestro turno, Wendy viene a buscarme con toda la alegría del mundo. El grupo con el que vamos se conforma de unos cuantos compañeros con los que no he hablado mucho antes. Realmente, no es como si me hubiera preocupado nunca de hablar con nadie de mi trabajo. Nunca he pensado que fuera necesario.
Supongo que ha llegado el momento de socializar.

Vamos todos caminando hasta que llegamos a un bar cerca de la oficina. En el camino, todos hablan de sus días y yo intento participar en la conversación. Para mi sorpresa, los demás se alegran de que hable con ellos. Nunca había pensado que alguien se alegraría por hablar conmigo.

Nos sentamos en una mesa con espacio para todos y me doy cuenta de que no conozco a la mitad de los que están ahí. Sé que el moreno se llama Clyde y que ha entrado en la oficina hace poco, pero no tengo ni idea de quiénes son los otros dos. Pero bueno, después de hoy, dudo mucho que vuelva a hablar con ellos, así que está bien.

La verdad, estoy bastante agusto. Hemos pedido unas cervezas y charlamos entre trago y trago.

Y entonces, veo algo que me hace pensar que el alcohol me ha afectado demasiado. Bueno, algo o alguien, mejor dicho.

Remiel se acerca a nuestra mesa con sus característicos movimientos fluidos, como si todo el peso de su cuerpo no fuera más que una simple ilusión, y pudiera flotar sobre el suelo bajo sus pies como una pluma. Sí, esa es definitivamente la mejor manera en la que puedo describirlo.

- ¿Queréis algo más?

Me doy prisa en contestar antes que nadie. Por un momento me viene un recuerdo de mis días de instituto, en esas pocas ocasiones en las que sabía la respuesta de la pregunta planteada y me apresuraba a ser el primero en levantar la mano. Esos días en los que solía pensar el futuro como algo brillante, lleno de dinero y fama.

- ¿Me puedes traer otra cerveza?

Me sonríe. Hay algo diferente en él hoy; me fijo un poco más y veo que lleva algo de maquillaje. No solo eso, si no que lleva el cabello completamente suelto. Hasta ahora, no había caído en cuenta de lo andrógino que es su rostro. O quizás solo es un espejismo causado por la cantidad de alcohol que fluye libremente en mis venas.

- Claro, espera un momento.

Miro por la ventana del bar. Está anocheciendo.

Remiel vuelve a los dos minutos con una cerveza y me la sirve con gracia. Cuando acaba, me mira a los ojos sin tomar en cuenta a mis compañeros allí presentes. Por un momento me convierte en una parte de su pequeño universo: me siento liviano, el corazón me late con fuerza y mis manos luchan contra el impulso de querer acariciar cada centímetro de su piel. ¿Será consciente de todo lo que causa en mi? Por la manera en la que actúa, tiene toda la pinta de que sí. Lo sabe y le encanta. Eso, o aún no se ha dado cuenta de todo el potencial que se esconde en todo su ser. Si ese es el caso, en el momento en el que sea consciente de ello, sus ojos y toda su existencia serán un arma mortal.

Las horas siguen pasando.

- Craig, nos vamos a ir. ¿Te quedas?

Wendy me habla mientras recoge sus cosas. Yo me limito a asentir, mientras le doy otro sorbo a la cerveza. Diría cuántas he bebido, pero he perdido la cuenta hace tiempo, así que es inútil intentar decir una cifra. Lo dejaré en esto: las suficientes para sentir que floto, pero no tantas como para que se desdibuje la línea entre lo real y lo ficticio.

Todos se van. Remiel se acerca y se sienta a mi lado.

- Has bebido demasiado.

- Se me fue de las manos.

Los labios de Remiel se tuercen en una mueca de preocupación.

- Espero que no pienses ir a casa tú solo en estas condiciones.

- Llamaré a un taxi.

La mueca se acentúa más al momento que escucha mis palabras. Cada vez me resulta más difícil predecir sus reacciones.

- Ir solo en un taxi cuando estás así de borracho es prácticamente una invitación a que te maten y tiren tu cadáver descuartizado en una bolsa de basura a un río, que lo sepas.

No puedo evitar reírme ante ese disparate y la expresión de Remiel cambia de preocupación a confusión.

- No le veo lo gracioso.

- Eres todo un catastrofista cuando quieres, ¿Eh?

- No confundas realismo con catástrofes sacadas de la manga. Esa manera de pensar es peligrosa.

Me encojo de hombros.

- Iremos caminando hasta tu casa, ¿Está muy lejos?

- Nah, no mucho.

- Bien, espérame aquí.

No me he dado cuenta de lo ebrio que estoy hasta que me he quedado solo y el suelo ha empezado a ser inestable. No, no es el suelo, soy yo.

Remiel llega de nuevo. Lleva una mochila a los hombres y un abrigo fino. Me ayuda a levantarme, y al darse cuenta de mi falta de equilibrio, apoya uno de mis brazos en sus hombros y me agarra de la cintura. Sé que eso es solo para que no caiga desplomado al suelo, pero no puedo evitar sonreír.

- ¿Puedes decirme tu dirección?

Arrastrando las palabras, consigo decírsela. Él la busca en su teléfono y unos dos minutos después, salimos del bar.

El camino hasta mi casa es silencioso. Tampoco es como si tuviera la capacidad de formular una oración coherente en mi estado. Cuando llegamos, me cuesta sujetar las llaves para abrir la puerta.

No recuerdo mucho de lo que pasó después de entrar; solo que Remiel se quedó mirando el desastre de mi casa con cara de asco, y que me ayudó a meterme en la cama.

No tardé en quedarme dormido; pero recuerdo pensar en la posibilidad de que Remiel se quedara en mi casa esa noche, y desear con todas mis fuerzas que se hiciera real.

Numen;; crennyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora