Capítulo 1

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EDITADO
Mis ojos verdes proyectaron la luminosa imagen blanca que se encontraba ante mí. Hoy era el día. Hoy era el día en el que tenía que mirar al frente con la cabeza alta y enfrentarme a la pesadilla que me ha estado atormentando toda mi adolescencia.

El instituto.

Ese lugar en el que todos quieren estar en lo alto de la pirámide, y que aplastan todo lo que se encuentra a su paso, sin importar cuántas emocionen destrocen para conseguirlo.

El lugar del cual siempre huía y evitaba hablar. Donde se me humilló como si fuese basura y todos me repudiaban. Ese sitio del que salía corriendo llorando para después encerrarme en mi habitación odiando mi simple existencia. 

Suspiré y me levanté de un solo golpe. Me desnudé, sintiendo mi piel erizada por el frío ambiente matutino y me metí a la ducha. Las tibias gotas de agua caían por mi cuerpo acariciando cada figura, cada curva, resbalando como lágrimas por mi rostro mientras yo me adentraba en mis terribles recuerdos.

Mis rodillas temblaban de terror. Avancé por el largo pasillo a oscuras, con tan solo la simple compañía que el sobre que descansaba en mi mano agarrotada y sudorosa me ofrecía. Con el corazón en la boca, torcí la esquina y me dirigí hacia el pasillo principal.

Miré mi reloj con inquietud, y mi corazón se paró unos instantes cuando vi que eran y diez. Debería de haber entregado el sobre a en punto, me lo había dejado claro. Las lágrimas comenzaron a formarse en mis ojos con rabia y pánico. Comencé a sentir aquel habitual pero desagradable escalofrío subir por mi espina dorsal, erizando cada bello de mi piel. Estaba muerta. Aline me iba a matar.

Observé la gran puerta ante mí. No quería pasar. Si entraba ahí, saldría de mi zona de confort, la oscuridad, y tendría que enfrentarme a todos ellos al completo.

Tras armarme de valor con un largo suspiro, abrió las puertas y me colé en el interior. El ruido de risas, voces y sonidos inundó mis oídos al instante sin piedad, haciendo que bajase la cabeza con molestia ante las primeras miradas. Ya había salido de mi zona. Me sentía completamente expuesta, vulnerable, y lo que es aún peor, fuera de lugar y sin nadie en quien confiar.

Caminé por el pasillo con la cabeza baja mirando al suelo. El pasillo se encontraba repleto de gente hablando. Había chicos hablando de su vida, jóvenes besándose con su pareja en la esquina y hasta adolescentes enfadados entre ellos. Pero ninguno de ellos valoraba lo que tenían.

Ellos tenían amigos, personas en las que confiar, a diferencia de mí. Yo no tenía a nadie.

¡Ey, aparta vagabunda! me empujó Daniel por detrás.

Daniel era uno de los mejores jugadores del equipo del instituto y para gran sorpresa, al igual que en todos los libros clichés adolescentes, salía con April, la mejor amiga de la capitana de las animadoras, coronada como la chica más encantadora aunque en realidad estuviera podrida por dentro. Muy típico ¿verdad?

Di un tras pies hacia delante y habría caído de bruces de no ser porque me lo habían hecho tantas veces que ya colocaba un pie por delante automáticamente.

Escuché unas risas.

«Puedes hacerlo. Recuerda por qué lo soportas».

Aceleré el paso en dirección el grupo de animadoras que estaban junto a  las taquillas. De repente, alguien me puso la zancadilla. Caí al suelo delante de todos.

Mira por dónde vas escoria —la risa de Marcos sobre mí llegó a mis oídos— ¿acaso tu padre no te enseñó modales? Oh cierto, está muerto.

Ahora síDonde viven las historias. Descúbrelo ahora