Realeza

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Borja Luzuriaga veía, por la ventana de su habitación, todas las noches la ciudad iluminada y las calles vacías, pero elevando un poco más la vista, podía divisar el palacio del rey. Seguro que allí dentro todo era brillantes, cálido y mejor. Se alejó del ventanal y observó su habitación: una cama, un velador y un armario, nada más. ¿Sabría el rey las condiciones de sus empleados? Se lo preguntaba siempre, pues nadie jamás había visto el rostro del soberano. Según se sabía, únicamente rondaba muy de vez en cuando el interior de su palacio y luego volvía a su confortables habitación. Solo salía para ir a comer, y poco más.

Luzu deseaba conocerle. Tenía la imperiosa necesidad de saber cómo se veía el rey; era un chico curioso. Todo el mundo sabía que el castaño preguntaba cada cosa que veía aún teniendo ya veinte años. Sin embargo, era algo esperado en un guapo chico que no pudo tener una educación adecuada. No obstante, era el hombre más amable de todo el reinado, por lo que también era muy popular y reconocido en su pueblo. Lo que jamás esperó, es que se le llamara al palacio.

Sin comprender y únicamente obedeciendo, Luzu se encaminó a la imponente edificación de mármol, le abrieron las enormes puertas de oro y dos guardias lo fueron guiando por el lugar. Caminó bastante para su gusto, hasta que los guerreros le dejaron frente a una puerta de terciopelo rojo, y con cierto recelo, no de ellos habló.

-El rey quiere conocerte. Ha ordenado de que te dejemos frente a tu habitación y de que pases a verle.

La sorpresa en los ojos del amable castaño no se hizo esperar, y viendo a los guardias irse sin mediar palabra, giró el pomo de la puerta y asomó la cabeza.

-Disculpe, soy Borja Luzuriaga, me han dicho que me ha llamado, su alteza.

-Adelante, pasa. -La profunda voz del rey mandó una corriente eléctrica por todo el cuerpo de Luzu, erizándole la piel. Temeroso y con cautela, Borja se adentró en la habitación, cerrando la puerta tras él. Un hombre con una capa roja, y el cabello café notablemente en punta, estaba de espaldas, mirando por la ventana del enorme cuarto. -Bienvenido.

Dijo el rey, dándose vuelta, y mostrándole a Luzu el rostro de un guapo chico con barba y un mechón rubio resaltando en su castaña cabellera. El rey era joven e intrigante.

-Así que tú eres el famoso y amable Luzu. Soy Raúl Álvarez, tu rey.

Borja no sabía qué hacer, y sin pensarlo demasiado, le hizo una reverencia un poco torpe al soberano de su pueblo. Al segundo, oyó una suave y oxidada risa.

-Hombre, arriba. No te he llamado para que me rindas respeto. Quiero conocerte.

Luzu levantó su cabeza de inmediato, sorprendido.

-¿A mí? ¿Por qué, de entre tantas personas?

-Te he estado observando por mucho tiempo, Luzu. Sé que eres amable con todos y que haces trabajos que incluso no te tocan con tal de poder disminuir la cargad de alguno de los súbditos mayores. También sé que perdiste a tu familia en el derrumbe de la zona norte del año pasado, el ocasionado por la tormenta eléctrica que nos atacó sin poder prevenirla. Quiero ayudarte, así como ayudas a todos, Luzu.

El castaño menor no se lo estaba creyendo. No solo estaba siendo privilegiado de conocer el hermoso rostros de su arisco rey, sino que también éste deseaba ayudarle...

-Pero... ¿Por qué quiere darme ayuda de manera presencial, y no me mandó a uno de sus guardias? -Luzu siempre preguntaba todas sus inquietudes.

El rey rompió de forma casi imperceptible su semblante serio, pareciendo por un segundo nervioso.

-Porque... me pareces interesante, y quería conocerte... Y no me trates de forma tan respetuosa. Por favor, solo llámame Auron tutéame.

Luzu sintió que el rostro se le calentaba. Eso no se lo esperaba.

-Va-vaya... Gracias...


Tal como había dicho, Auron ayudó a Luzu con todo lo que pudo de forma presencial: Le ayudó a tener un mejor hogar, no solo una insípida habitación, que era todo lo que Borja había podido pagar; le cedió un mejor trabajo y fue su profesor particular para ayudarle con su educación. Entre todas esas cosas, ambos comenzaron a pasar mucho tiempo juntos. Raúl hacía que Luzu fuera al palacio todos los días, porque el rey no quería mostrarse. Luzuriaga no pudo controlar su lengua y preguntó la razón de su ausencia en el pueblo.

-Bueno... -comenzó Auron- Tengo miedo. Ya sabes, no sé si me pueden hacer algo u odiarme por no haber podido evitar los desastres de la tormenta ni haberlos ayudado a todos...

Borja se dejó llevar por todas las emociones que estaba sintiendo en ese instante. Se acercó al triste rey, que estaba sentado en una banca en medio de un hermoso jardín de calas; se sentí a su lado y se atrevió a apoyar una mano sobre la de Auron, dándole confort y apoyo.

-Has sido un maravilloso rey, Auroncito. Todos pensamos así. Nos has ayudado siempre lo más que has podido y estamos enormemente agradecidos. -Luzu ya no estaba pensando, solo sintiendo- Eres un rey excepcional, y deberías mostrar tu hermosa cara más. Quiero decir, eres joven, guapo, amable y definitivamente todo un semental. Hasta podrías descubrir a tu reina ideal, ser feliz con ella y...

Sabía que se había ido de la lengua y había comenzado a decir todo lo que pensaba. Sin embargo, las últimas palabras que había dicho le habían ardido en la gargante. Dolían. Y también sabía que no podía evitar esa emoción, ni reprimirla más. En todo el tiempo que había pasado junto al encantador rey, Luzu se había enamorado.

-Pero, Luzu... -Auron dio vuelta la mano que estaba bajo la de Luzu, apretando la del castaño, con dulzura- yo... no quiero una reina. No había sido del todo sincero contigo. Borja Luzuriaga, el motivo real por el que te he llamado es para conocerte mejor y saber más de ti, porque desde el momento que mis ojos te divisaron en la mitad del reino, sonriéndole a todos y saludándoles alegre, mi corazón se sintió cálido y nació en mí el deseo egoísta de tenerte siempre conmigo. Me gustas, mi niño. Quiero casarme contigo y volverte mi rey.

Borja no podía hablar, estaba anonadado. Auron sonrió, por primera vez. Una sonrisa dulce, poco practicaba pero genuina. Brillante. El corazón de Luzu dio un salto de felicidad.

Había perdido todo, pero esa pérdida le había permitido llegar a tenerlo todo lo que necesitaba: Amor.

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