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El Zethee estaba nervioso, podía escuchar los latidos de su corazón golpear irregulares. Tomando asiento de nuevo, bebió sangre directamente de la botella hasta acabarla toda.

–No quiero que confundas lo que pasó– habló él.

–Si vamos a tener ésta conversación, deberías empezar por dejar la hipocresía, ¿No te parece?

Me crucé de brazos.

–Damara...

–Ni te atrevas a decirme que ella te hechizó porque no lo aceptaré. Es estúpido.

Me miró fijo y boquiabierto. Ladeé la cabeza en espera de una respuesta.

–No sé lo que pasó– se encogió de hombros.

–Estoy cansada, Daniel– hablé sin tomar asiento –No quiero esto, no quiero vivir así. Desde que me convertí no he hecho más que pasar de una desgracia a otra. Pasé toda mi jodida humanidad deseando cambiar, y ahora que soy un maldito vampiro no he podido ser feliz.

–¿No lo has sido?– demostró sorpresa auténtica.

–¿Cómo podría serlo?– reproché –Mi conversión costó la vida de las únicas amigas que he tenido, o tendré, al parecer. El puto líder de los vampiros me humilló desde que lo conocí, y cuando encontró utilidad en mí, me esclavizó. Me embarazó. Me obligó a desposarlo. Mis primeras experiencias conyugales fueron meses de encierro y sufrimiento en los que por cierto se me prohibió compartir con mi propio hijo. Para mi marido, como mujer, y no nombraré otros aspectos, sólo soy un objeto sexual. Nunca me invitó a una cita, de hecho nunca antes tuve una real, y ni siquiera mi esposo pudo dármela, por Let Verth, eso es tan triste... Hay un montón de cosas estúpidas que me hubiera gustado tener... Pero creo que todo el tiempo has estado ocupado pensando en otra como para preocuparte de lo que yo pueda sentir. Había una esperanza– uní las uñas de mi pulgar e índice, él se levantó pero se quedó allí –Así de chica, de poder lograr ahora una estabilidad y sentirme bien con lo que soy... Pero no contaba con que cierta perra volviera de entre los muertos sólo para asegurar que mi vida continuara igual de jodida. Estoy harta. Una vez dijiste que si yo disfrutaba o no de nuestra relación sería asunto mío, ahora entiendo por qué.

–Mucho de lo que dije entonces lo hice para ocultar lo que sentía por ti, tú sabes eso. No puedes comparar.

–¿Y por qué no? Sigues siendo el mismo déspota– di una negativa con expresión asqueada.

–Me decepciona que te declares infeliz... Es cierto que desde el principio nuestro matrimonio ha estado envuelto por circunstancias, pero...

–Dije que sin hipocresías, Daniel.

–¿En qué crees que lo soy exactamente?– desafió.

–Tú eres la circunstancia– acusé –Siempre has sido tú.

–Te salvé la vida al hacerte mi esposa. Te habrían sacrificado cuando supieran lo que puedes hacer.

–Hubiera estado mejor que me salvaras la muerte. ¿De qué me sirve la vida si soy desdichada?

–¿Esto te genera desdicha?– alzó sus manos, refiriéndose a Montemagno.

–Me la generas tú, al no respetarme como debes.

–Lo que pasó con Akie no significa nada.

–Supongo que lo que pasa conmigo significa menos, si no te soy suficiente.

–Claro que lo eres– intentó venir hacia mí.

–No te acerques– pedí, seriamente.

Deteniéndose frente a uno de los sofás, se sentó en el reposabrazos. Sus ojos se pasearon por mi cuerpo con lascivia.

Segado de Rosas  | Libro 6Donde viven las historias. Descúbrelo ahora