XIX

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El golpe que recibí en la mandíbula me hizo caer al suelo y escupir un poco de sangre.

Me limpié la boca y me arrastré para girarme. Mi atacante me miró con gesto retador y una sonrisa burlista.

–Sabía que no podía confiar en que la adiestrarías– Diego me dio la espalda al dirigirse a Daniel.

Era mi momento. Me levanté de un salto y me colgué a mi hermano en una llave, con mis piernas en su cintura y mis codos en el cuello para asfixiarlo. Sus manos tiraron de mi ropa y me elevó sobre él para volverme a tirar de boca al piso. Sin darme oportunidad atrapó mi cuerpo entre sus piernas y sujetó mis muñecas, halando mis brazos hacia atrás en un doloroso estiramiento.

Solté un grito y Diego me liberó.

–Holgazana.

–Será mejor que no la hagas enojar– comentó mi esposo –No quiero tener que recoger tus sesos hoy.

Estábamos en la cueva de entrenamiento, la misma donde el Zethee y yo nos habíamos enfrentado la noche en que me entregué a él por primera vez. Elizabeth estaba sentada a orillas de la alberca, cuidaba a Mary Angelle que metía sus pequeñas manos al agua.

–Lamento haber dedicado más tiempo en el alto poder que en sus movimientos– agregó Daniel.

–¿Disculpa?– resoplé –La única que tiene el mérito soy yo.

–¿Mamá?– Adrián se asomaba desde la entrada.

–Volviste– le sonreí, sentándome en mi sitio y extendiendo mi brazo hacia él en un ademán para invitarle a pasar.

–¿Cómo te fue?– quiso saber Elizabeth –¿Terminaste Lord Kranvor?

–Así es. Hoy– se unió a nosotros.

–¿Escribirás un ensayo para mí?– inquirió.

–Como siempre– convino mi hijo.

Yo arrugué la nariz. Eli no me vio, pero Adrián sí.

–Me gusta hacerlo– me dijo él –¿Estás ocupada?

–Sólo entrenábamos un poco, ¿Necesitas algo?

Mi niño asintió.

–Bien– me levanté –Vamos– le confirmé antes de mirar a los demás –Vuelvo al rato.

–¡Hey!– mi hermano frunció el ceño mientras silbaba.

Adrián volteó a verle.

–¿Invitaste a la niña para mañana?

–¿Qué hay mañana?– ladeó la cabeza.

–Nuestra fiesta– extendió las palmas de sus manos como aquello fuera algo obvio.

–Lo siento, tío Diego– curvó su espalda y dejó caer los brazos –Lo olvidé. Talynha no podrá asistir de todos modos, su abuelo irá al exterior todo el fin de semana y ya saben que no sale de su casa si él no está en Montemagno.

–Mal por ti.

Mi hijo asintió soltando un suspiro cansado.

–Buenas noches– se despidió de todos.

Yo le puse una mano sobre los hombros cuando echamos a andar.

–¿Qué tal la cena?– pregunté, caminando junto a él.

–Deliciosa, Don Sergey hace las mejores tartas de limón.

–¡Que Athir no te escuche!– me reí –¿Pasó algo especial?

Segado de Rosas  | Libro 6Donde viven las historias. Descúbrelo ahora