XXI

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La mañana del lunes me sentí muy sola. Adrián acababa de volar a Madrid para finalmente asistir al colegio, y yo seguía molesta con Daniel. A Diego lo había evitado, prefería no verlo durante los momentos en que mi matrimonio caía en algún bache. A él no podría ocultárselo y eso no me convenía. Al final todos los baches eran temporales.

Por ratos me deprimía uno y otro problema personal, por ratos lloraba por el tigre ya sacrificado. Pensaba en desahogarme con Elizabeth cuando Ejos llamó a mi puerta.

–La buscan, gran señora.

–¿A mí?

–Don Sergey quiere hablarle.

–Ah– entendí y me miré la ropa.

Yo llevaba un vestido corriente, Daniel había ido al despacho y yo me había quedado en la habitación.

–¿Puede alguien atenderlo mientras me visto?

–Zrasny, me parece que el asunto es un poco urgente.

–¿Por qué lo dices?

–Don Sergey no se encuentra bien.

Ladeé mi cabeza, frunciendo el ceño.

–De acuerdo... ¿En dónde está?– pregunté, buscando una túnica para echármela encima.

–La llevaré.

–¿Ahora qué...? – me quejé por lo bajo, anudando las cintas de la túnica a mi cuello.

Dejándome guiar por Ejos, pronto llegué al salón donde esperaba Don Sergey. Aunque el escolta ya me había advertido del estado del anciano, no me imaginé encontrarlo como lo vi. Estaba deshecho, con sus ojos hinchados y húmedos, tenía la cara roja. Me apretó el corazón.

–¿Qué ha pasado?– pregunté asustada.

–Con permiso– Ejos nos dejó.

El abuelo intentó hablarme pero no emitió sonido, sus manos buscaron mis brazos y se aferró a ellos.

–Dígame que Talynha está aquí por favor– me dijo.

Quedé en blanco.

–Eh– humedecí mis labios con mi lengua –Talynha estuvo aquí el viernes...

–Hoy– sus manos subieron otro poco, hasta mis codos –¿Ha venido hoy?

Me aterraba responderle pero tuve qué, negando con la cabeza.

Él rompió en llanto.

–¿Dijo que vendría?– pregunté.

–No sé en donde está– hipó –Tuve que ir al exterior, cuando volví ya no pude encontrarla.

–Comprendo– intenté calmarlo –No se preocupe, la buscaremos. Ahora mismo mandaré a registrar todo Montemagno si es necesario, ¿Ya buscaron en los sitios que suele frecuentar?, ¿La biblioteca, tal vez?

Sin decir más palabras, el anciano se dedicó a llorar.

Yo sabía que Talynha no acostumbraba a escaparse. No pude evitar pensar en la conversación que tuvimos, donde yo misma le dije que fuera más valiente. Si había decidido explorar los bosques ella sola y por su inexperiencia le había pasado algo, por pequeño que fuera yo no me lo podría perdonar. Me preocupé en silencio, sin confesarle aquello al abuelo.

–Ya, ya– insistí para confortarlo –La encontraremos en seguida, ¿Prefiere quedarse aquí o esperar en su casa? Si Talynha vuelve por sí misma y usted no está...

–Esperaré aquí– su boca temblaba.

–De acuerdo, pediré que lo acompañen a una sala más cómoda...

Segado de Rosas  | Libro 6Donde viven las historias. Descúbrelo ahora