VI

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Arriba en la alcoba encontré a Elizabeth descansando junto a mi hijo. Amanecía y yo estaba especialmente agotada, me habría gustado acurrucarme con Adrián a solas, pero no me sentí cómoda al imaginar acostarme junto a los dos. Suspirando, bebí de la botella que traía y me fui a mi cama, haciéndome la seria promesa personal de recuperar lo que estaba perdiendo también en este terreno.

Al beber sangre, generalmente los sentidos se excitan, pero mezclada con éste licor empezó a provocarme el efecto contrario. Los elixires zansvrikos pueden brindar distintos resultados dependiendo de su clase, tal parecía que éste era especial para conseguir relajación, lo que sumado a mi cansancio, me durmió muy rápido.

Y soñé. Pero tan vívidamente, que no recibí señales de esa parte del cerebro que queda activa entre los vampiros, y aún dentro del sueño no conseguí identificar que era uno.

Me descubrí en la sala de tronos, mirando y escuchando a hurtadillas una reunión entre Daniel y Aer. No sucedía nada fuera de lo común, conversaban sobre trabajo, el genetista reportaba algunos avances de investigación para el Zethee a propósito de su tiempo fuera de Montemagno. Yo estaba ansiosa, un poco nerviosa inclusive, aunque no parecía haber razón, en el fondo de mi corazón yo sabía que la sola presencia de Aer bastaba para hacerme sentir así, y me asustaba que Daniel se diera cuenta. El encuentro entre ellos no tardó en disolverse, y tras su despedida, el invitado salió por la puerta de visitantes mientras que mi esposo simplemente desaparecía de la escena. Determinando la oportunidad, dejé el escondite y corrí desde la plataforma de tronos hasta la misma salida común. Intenté ser lo más rápida, pero mis piernas se movieron a ritmo humano, fui incapaz de deslizarme. La puerta me pareció pesada al empujarla pero lo conseguí, y tras ella no encontré el salón que en la realidad precede a esa área del palacio sino campo abierto. Enormes montañas nevadas custodiaban el lugar como colosos y se escuchaban los sonidos propios de un río. Frente a mí, kilómetros y kilómetros de prado con flores amarillas bordeaban un único camino de tierra que parecía no tener fin, y ya mitad de él, iba caminando Aer. Volví a correr. Quería desesperadamente alcanzar a mi amigo, pero justo a escasa distancia suya, se me ocurrió que no sabría qué decirle. Me detuve. Sentí ganas de llorar al predecir que se perdería el momento, pero entonces él cesó sus pasos también y volteó a verme. Me tragué mi suspiro e intenté sonreírle. Él hizo lo mismo. Cada detalle de su imagen fue perfecta, tan auténticas como si lo hubiera tenido de verdad frente a mí. Las formas de su rostro, los colores de sus ojos, piel, cabello, incluso su olor era el mismo, así como su expresión: Una mirada serena y la sonrisa más cálida que yo había conocido. Avergonzada, me concentré en las flores y entrelacé algunas con mis dedos, la suavidad de sus pétalos no se comparaba con la caricia que sentía en mi corazón.

–Iris pseudacorus– dijo Aer, de repente junto a mí y tomando un par de ellas.

–¿Cómo dices?– tartamudeé, sentí mis mejillas sonrojarse cuando le vi a los ojos.

–Lirio amarillo– especificó.

–Son muy bonitas– bajé la mirada hacia las que él sostenía y me las ofreció.

–Sus semillas son usadas como sustituto del café– mencionó al entregármelas.

–Gracias... Yo...– me permití el suspiro antes de hablar –Quería que te quedaras.

Su gesto demostró curiosidad, gracia, y falso desconcierto. Parecía pretender hacerse el desentendido pero le gano la risa. Se mordió el labio en un esfuerzo por reprimirse, sin éxito, y luciendo encantador.

–Quédate– pedí.

Negó con la cabeza, aún sonreído.

–Ven tú conmigo– invitó.

Segado de Rosas  | Libro 6Donde viven las historias. Descúbrelo ahora