XVIII

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–Ya no sé qué pensar al respecto– golpeé la mesa con los bordes de los sobres que tenía entre mis manos a fin de alinearlos –Ni cómo manejarlo.

–A mi me parece gracioso– contestó Daniel sin molestarse en mirarme, revisaba algunos informes.

Ambos estábamos en su despacho, yo había pasado a buscar la correspondencia que él me había encargado manejar: Cartas de vampiros interesados en Adrián. Algunas eran respetuosas, donde el padre de alguna o algunas doncellas ofrecía su buena disposición para presentarlas ante mi hijo a futuro, cuando aspirara al matrimonio. Otras misivas rayaban en lo absurdo, donde las mujeres más morbosas y que le centuplicaban la edad, pretendían dirigirse directamente a él para decirle cualquier disparate.

–¿Te pasaba esto?

Daniel suspiró.

–Yo no era hijo del Zethee. Y para cuando la sociedad supo que me coronarían, ya no estaba soltero.

–¿Dices que esto es porque Adrián liderará algún día?– agité un par de cartas en el aire.

–Supongo. Sólo los vampiros que han estado los últimos meses en Montemagno lo conocen. Nos consta que varias chicas lo están sexualizando, ¿Pero cómo explicas que quieran seducirlo aquellas que ni siquiera lo han visto?– me dedicó una ceja enarcada.

Ladeé mi cabeza.

–¿Te pasó después de divorciarte?

–¿De verdad quieres que te diga?– volvió a su documento y le estampó su firma antes de sellarlo con lacre.

Me fui hacia uno de los rincones del salón, en donde había varios obsequios, era común que éstos llegaran junto a las cartas. Tomé uno al azar, contenía una botella de sangre argentina y un cofre de chocolates, ambos de exquisito aroma.

–¿Qué se supone que haga?– elegí una cesta y empecé a llenarla con todo lo que podía compartir con Adrián, eran sus regalos pero algunos no podía entregárselos por razones obvias. Ya que también le enviaban rosas, clavé algunas entre los bordes del canasto.

–Es tu trabajo decidirlo, por esto te lo delegué. Aunque pienso que le das más relevancia de la que tiene.

Llamaron a la puerta, Daniel concedió el permiso y Miguel Angelo entró con nosotros.

–¡Wow!, ¡Cada vez llegan más!– se tiró en un sofá cercano a los paquetes para curiosearlos pero estiró su brazo hacia uno en particular –¿Puedo tomar éste?

Aquel que él señalaba era una bolsa de papel roja que yo aún no había revisado, un perfume de mujer se destilaba suavemente. Me encogí de hombros. Cuando Miguel Angelo lo revisó, soltó un grito eufórico mientras revelaba el contenido: Una prenda íntima femenina y usada.

–¡Qué asco!– gruñí.

–No me parece... ¿Puedo quedármela?– se rió.

–¡Esto debe parar!– me quejé –¡Tiene doce años!, ¡Doce putos años!, ¡Y eso sólo contando los que aparenta porque si nombrara su edad real...!

–Siguen siendo doce– me interrumpió Miguel Angelo, poniéndose la prenda en la cara –No importa si los cumplió en un siglo o en un mes.

Resoplé.

–¿Sabías que esta es otra de las razones por las que el vampiro era considerado un demonio? El hecho de que se desarrollara de un momento a otro.

–¿En serio?, creí que era por beber sangre.

–Dije otra, no la única, señora inteligencia.

Le hice una mueca y él me respondió igual, acentué la mía con un rechinar de dientes pero Miguel Angelo estiró su boca, metiendo los dedos por debajo de la tela que le cubría la cara y aplastando su nariz contra el encaje, sacando la lengua y lamiendo la prenda en el proceso.

Segado de Rosas  | Libro 6Donde viven las historias. Descúbrelo ahora