27- Bad night

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"And we dance all night to the best song ever..."

-Mamá, ¿puedes apagar la radio?

Escuchar su voz no me hacía bien, ya lo había experimentado esa tarde: fue escuchar su voz y reabrir las heridas no solo de mis brazos sino también de mi corazón. Debería haber disfrutado ese día junto a él como si hubiera sido el último día de mi vida, sabía que eso era lo que debía haber hecho y me sigo atormentando por ello.

Mi madre me ignoró, como tantas veces, y no quitó la radio. Pero yo no aguantaba, no podía escuchar esa canción entera, me era imposible terminar de escuchar la canción, así que apagué la radio.

-¿Por qué lo quitas? Me estaba gustando.

-Porque no me gusta, mamá, ¿es que no me has escuchado?

-Aguafiestas. Debes saber disfrutar de la música del momento, hija, no solo de música deprimente como la que escuchas.

-Vale, pero esa canción no, cualquier otra menos esa.

-¿Te pongo flamenco, sevillanas o qué? _________ vas a cumplir 17 años el año que viene y aún no te he visto con un solo chico o con alguna chica... ¿A qué esperas para socializar? ¿Para hacer lo que la gente de tu edad hace, para escuchar lo que todos escuchan?

-No sé, mamá. Tal vez no quiero ser como los demás.

-Renuévate o muere, cariño, renuévate o muere...

"Muere" dijimos la voz y yo a la vez.  Voz suicida, ya te echaba yo de menos.... 

Mi madre aparcó el coche en el aparcamiento de un restaurante japonés. Antes de odiar toda la comida amaba comer sushi, ramen... cualquier comida japonesa que se precie, ahora nada me gustaba, todo me daba arcadas, hasta la más insignificante ensalada. ¿Esto es un problema? Yo más bien diría una solución drástica.

Bajamos del coche, los tacones apretaban mis pies, no eran de mi talla pero yo no podía quejarme. Lo último que quería era otra muestra de victimismo de mi madre diciéndome que no sabía apreciar lo que hacía por mí. Demasiado tenía ya con el día de hoy y con empezar las clases como para tener que aguantar otra pataleta infantil de mi madre...

Yo creo que ese es uno de los muchos motivos por el cual mi padre no viene a casa casi. Siempre he sospechado que realmente nunca han estado juntos, que mi padre tenía una vida que le merecía más la pena que la que tenía con mi madre y conmigo. Siempre he sospechado que yo solo fui un error para los dos y que, en vez echarse mi padre a un lado, se intentó involucrar en todo lo que podía como podía ya que, si tenía una vida mejor en otro lado, ¿por qué iba a querer involucrarse con una mujer psicópata con prontos inmaduros y una hija con una mente suicida y una imagen (según decían todos) distorsionada de sí misma? No merecía la pena. Nada de esto merecía la más mínima pena. Nada de esto tenía un mínimo rayo de esperanza para mejorar. Nada.

-Buenas noches, señora. Señorita...- Un chico de mi edad nos saludó y nos invitó a sentarnos en la mesa junto a ellos. Yo pensaba que seríamos un gran número de personas cenando, no me gustaba la idea de que solo fueramos cuatro: un hombre de la edad de mi madre, su hijo, mi madre y yo. Me sentía como en una estúpida cita doble que no me iba a llevar a ningún lado, no me gustaba esto, demasiada cortesía por todos lados, demasiados clichés, demasiado magnífico todo.

Los platos pasaban de unas manos a otras para repatir la comida. ¿Qué éramos? ¿La representación de una especie de familia perfecta cuando ni siquiera me había fijado en los nombre de ninguno de los dos? Me dediqué a mirar mi plato, destrozar la comida, esparcirla por el plato para que pareciese que comía más de lo que estaba haciendo, sonreír de vez en cuando y responder las típicas preguntas que cualquiera haría en una primera comida.

Let Yourself Be Free.(Niall Horan)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora