Capítulo I. Partida en el internado

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Darrell Rivers se miró al espejo. Era casi hora de ir a la estación, pero la chica decidió que aún le quedaba tiempo para comprobar qué aspecto tenía con su nuevo uniforme escolar.
   -Es precioso -murmuró Darrell, girando lentamente sobre sus talones-. Chaqueta parda, sombrero a tono, cinta de color naranja y blusa marrón con cinturón también de color naranja. Me gusta.
   Su madre se asomó sonriente a la puerta de su habitación.
   -¿Admirando tu figura? -inquirió la señora Rivers-. A mí también me encanta ese conjunto. No cabe duda de que el colegio Torres de Malory tiene un uniforme bonito. Vamos, Darrell. No conviene que perdamos el tren al principio de curso.
   Darrell sentía gran excitación. Por primera vez en su vida iba a ingresar en un internado. Torres de Malory no aceptaba niñas menores de doce años. Por tanto, ella sería una de las más jóvenes del colegio. Tenía en perspectiva muchos cursos repletos de buenos ratos, camaradería, estudio y recreo.
   -"¿Cómo irá? -se preguntaba una y otra vez-. He leído infinidad de historias de internados, pero supongo que Torres de Malory tendrá otro ambiente. Cada colegio es diferente. Espero hacer buenas amistades allí."
   Darrell lamentaba separarse de sus amigas. Ninguna de ellas iba a ir a Torres de Malory. Había ido con ellas a una escuela de alumnas externas, y casi todas iban a seguir allí o iban a ingresar en otros internados.
   Su maleta estaba llena hasta los topes. En uno de sus costados figuraba el nombre "DARRELL RIVERS" en grandes letras negras. Las etiquetas tenían las letras "T. de M.", o sea, las iniciales de Torres de Malory. Darrell sólo tenía que llevar en la mano su raqueta de tenis, protegida por un bastidor, y una maletita, en la que su madre había metido las cosas que necesitaba para la primera noche en el colegio.
   -La primera tarde no podréis deshacer vuestras maletas -advirtió la señora Rivers-. Por eso es preferible que cada chica lleve un maletín con el camisón, el cepillo de dientes y todo lo necesario para el aseo. Aquí tienes un billete de diez chelines. Tienes que procurar que te dure todo el trimestre, porque a las chicas de tu curso no se les permite tener una cantidad superior a ese dinero para sus gastos.
   -¡Me durará! -aseguró Darrell, metiendo el billete en su monedero-. ¡Tendré pocos gastos en la escuela! Ahí está el taxi esperando, mamá. ¡En marcha!
   Ya se había despedido de su padre, antes de que saliera para su trabajo aquella mañana. El señor Rivers le había dado un fuerte abrazo, murmurando estas palabras:
   -Adiós, Darrell, y buena suerte. Aprenderás mucho en Torres de Malory, porque es un buen colegio. ¡Esfuérzate en corresponder a los desvelos de tus profesoras!
   Por fin estuvo todo listo para partir, incluida la maleta, depositada junto al asiento del conductor. Darrell se asomó a la ventanilla del taxi para dar una última mirada a su casa.
   -¡Volveré pronto! -gritó al gato negro que se lavaba en lo alto de la tapia-. Al principio, os echaré mucho de menos a todos, pero pronto me acostumbraré, ¿verdad, mamá?
   -Naturalmente -asintió su madre-. ¡Te lo pasarás divinamente! ¡A lo mejor no quieres volver a casa durante las vacaciones de verano!
   Tenían que dirigirse a Londres para coger el tren de Corwall, donde se hallaba Torres de Malory.
   -Siempre hay un tren especial para Torres de Malory -declaró la señora Rivers-. Mira, allí veo un aviso. Torres de Malory. Andén 7. Vamos allí. Nos sobrará tiempo. Estaré un rato contigo y, cuando la encargada de tu alojamiento se ocupe de ti, te dejaré en compañía de ella y sus chicas.
   Ambas se dirigieron al andén. Había un tren largo con letreros de destino a Torres de Malory. Todos los vagones estaban reservados a las chicas de aquel colegio. En las ventanillas había letreros con pequeñas variantes. La primera tanda de ellos decía la Torre Norte. La segunda, Torre Sur. Luego, había varios compartimentos con la indicación Torre Oeste, y otros con la de Torre Este.
   -Tú perteneces a la Torre Norte -le advirtió su madre-. Torres de Malory tiene cuatro residencias distintas para sus alumnas, todas ellas coronadas por una torre. La directora dijo que tú te alojarías en la Torre Norte. Su encargada es la señorita Potts. Vamos a buscarla.
   Darrell dio una mirada a las chicas del andén abarrotado. Al parecer, todas pertenecían al colegio Malory, ya que se veían chaquetas pardas y sombreros a tono, con cintas de color naranja, por todas partes. Por lo visto, todas se conocían, y hablaban y reían a grandes voces. De pronto, Darrell sintió cierta timidez.
   "Nunca conseguiré conocerlas a todas -pensó contemplándolas-. ¡Cielos! ¡Qué mayores son algunas! Parecen mujeres. ¡Qué respeto me inspiran!"
   Efectivamente, las chicas de los cursos superiores tenían aspecto de personas mayores. Ni siquiera miraban a las pequeñas, que se apartaban a su paso y ellas subían a sus vagones con aire un tanto arrogante.
   -¡Hola, Lottie! ¡Hola, Mary! ¡Caramba! ¡Ahí está Penélope! ¡Eh, Penny, ven aquí! ¡Hilda! ¿Cómo no me has escrito en todas las vacaciones, so vaga? ¡Jean, ven a nuestro vagón!
   Las alegres voces resonaban de punta a punta del andén. Darrell buscó a su madre con la mirada. ¡Ah, allí estaba, hablando con una profesora de expresión sagaz! Sin duda, se trataba de la señorita Potts. Darrell la miró de hito en hito. Sí, le gustaba, le gustaba el centelleo de su mirada, pero su boca expresaba determinación. No le interesaba tener problemas con ella.
   La señorita Potts se acercó a ella y, esbozando una sonrisa, profirió:
   -¡Bien, alumna nueva! Viajarás en mi vagón, aquel de allí. Las novatas siempre van conmigo.
   -¿Así que hay otras alumnas nuevas en mi curso? -preguntó Darrell, ilusionada.
   -Desde luego. Otras dos. Todavía no han llegado. Señora Rivers, le presento a una chica del curso de Darrell: Alicia Johns. Ella se encargará de velar por Darrell cuando usted se despida.
   -Hola -saludó Alicia, posando sus ojos brillantes en Darrell-. Soy de tu curso. ¿Quieres un asiento lateral? En ese caso, te aconsejo que te des prisa.
   -Así yo me voy, querida -decidió la señora Rivers, jovialmente; y besó y abrazó a Darrell-. ¡Te escribiré en cuanto reciba carta tuya! ¡Que te diviertas!
   -Lo procuraré -prometió Darrell, siguiendo a su madre con la mirada, mientras se alejaba por el andén.
   No tuvo tiempo de sentirse sola, porque Alicia se hizo cargo de ella inmediatamente. Tras empujarla al vagón de la señorita Potts, la obligó a subir al estribo.
   -Pon tu maletín en un asiento y yo pondré el mío en el de enfrente -ordenó Alicia-. Ahora nos instalaremos junto a la puerta para ver qué pasa. ¡Fíjate en aquello! ¡La viva estampa de lo que no debe hacer una madre al despedirse de su hija querida!
   Darrell miró hacia donde señalaba su compañera. Al momento, vio a una chica más o menos de su edad, vestida con el mismo uniforme escolar, pero con una larga cabellera flotante en su espalda. La chica estaba abrazada a su madre, sollozando desconsoladamente.
   -¡Ahora lo que debería hacer esa madre es sonreír, darle unas chocolatinas e irse! -gruñó Alicia-. Con una hija así es inútil intentar otra cosa. ¡Pobrecilla, qué mimada!
   La madre estaba casi tan emocionada como la hija. Por su cara se deslizaban también gruesas lágrimas. La señorita Potts se dirigió hacia ella con paso firme.
   -Ahora observa a Potty -masculló Alicia.
   Darrell la miró, asombrada. ¡Potty! ¡Vaya nombre para una profesora! En todo caso, la señorita Potts no tenía el menor aspecto de loca, sino de persona perfectamente cabal.
   -Voy a llevarme a Gwendoline -dijo la profesora a la chica-. Ya es hora de que suba a su vagón. Enseguida se acostumbrará al ambiente del colegio, señora Lacey.
   Gwendoline parecía dispuesta a irse, pero su madre siguió abrazada.
   -¿Ves? -resopló Alicia-. ¡Salta a la vista que la que tiene la culpa de que esa chica sea una tonta es su madre! Me alegro de que la mía sea sensata. La tuya también parece muy simpática, alegre y risueña.
   Darrell acogió con agrado aquel elogio a su madre. Al momento vio que la señorita Potts separaba a Gwendoline de su madre y la conducía hacia ellas.
   -¡Alicia! -exclamó la profesora-. ¡Aquí tienes otra!
   Alicia ayudó a Gwendoline a subir al vagón.
   La madre de la alumna nueva se acercó al coche y, atisbando su interior, aconsejó:
   -Elige un asiento lateral, querida. Y no te pongas de espaldas a la máquina. Ya sabes que te mareas. Y...
   En aquel momento, subió al vagón otra chica, baja y robusta, de rostro vulgar y con el pelo recogido en una trenza.
   -¿Éste es el vagón de la señorita Potts? -preguntó la recién llegada.
   -Sí -contestó Alicia-. ¿Y tú eres la tercera alumna nueva? ¿Vas a la Torre Norte?
   -Sí. Soy Sally Hope.
   -¿Dónde está tu madre? -inquirió Alicia-. Primero debería haberte presentado a la señorita Potts para que te tachara de la lista.
   -Mamá no se ha molestado en acompañarme -repuso Sally-. He venido sola.
   -¡Cielos! -exclamó Alicia-. ¡Qué madres más distintas! Unas vienen y se despiden sonrientes; otras lloran como magdalenas... y otras brillan por su ausencia.
   -Alicia, no hables tanto -reconvino la señorita Potts.
   La profesora conocía la locuacidad de la chica. De repente, la señora Lacey dio muestras de contrariedad y se olvidó de dar más instrucciones a Gwendoline. En lugar de ello, miró a Alicia airadamente. Por suerte, en aquel preciso momento el jefe de estación tocó el silbato y todo el mundo ocupó bulliciosamente su sitio.
   La señorita Potts subió al coche con dos o tres chicas más. La puerta se cerró con estrépito. La madre de Gwendoline escudriñó el interior, pero, ¡ay!, su hija estaba arrodillada en el suelo, buscando algo que se le había caído.
   -¿Dónde está Gwendoline? -profirió la señora Lacey-. ¡Tengo que despedirme de ella! ¿Dónde está?
   Pero el tren ya había arrancado. Gwendoline se incorporó y gimió:
   -¡No me he despedido de mamá!
   -¿Cuántas veces querías hacerlo? -espetó Alicia-. Por lo menos te despediste veinte veces.
   La señorita Potts observó a Gwendoline. La había clasificado ya como el tipo clásico de hija única, egoista y mimada, y creía que daría mucho que hacer al principio de su estancia en el internado.
   Luego miró a la reposada Sally Hope. Era una niña muy especial, con sus trenzas tirantes y su semblante grave remilgado. Su madre no había acudido a despedirla. ¿Estaría triste por ello? La señorita Potts no pudo deducirlo.
   Después posó la mirada en Darrell. Era muy fácil catalogar a Darrell. Nunca ocultaba nada y decía siempre lo que pensaba, aunque no tan bruscamente como Alicia.
   "Es una chica simpática, franca y digna de confianza -pensó la señorita Potts-. Aunque aseguraría que es un poco traviesa. Parece inteligente. ¡Yo me encargaré de que haga uso de esa inteligencia! ¡Puedo sacar mucho partido de una chica como Darrell en la Torre Norte!"
   Las colegialas entablaron una conversación.
   -¿Qué aspecto tiene Torres de Malory? -preguntó Darrell-. Una vez vi una fotografía del colegio. Me pareció terriblemente grande.
   -Lo es -confirmó Alicia-. Además, tiene una magnifica vista sobre el mar. Está construido en lo alto del acantilado, ¿sabes? Tienes suerte de pertenecer a la Torre Norte. ¡Es la que tiene mejor vista!
   -¿Y cada torre tiene sus aulas? -interrogó Darrell.
   -No- replicó Alicia meneando la cabeza-. Todas las chicas, aunque están alojadas en las cuatro torres, asisten a las mismas aulas. Hay unas sesenta alumnas en cada residencia. Pamela es la delegada de la nuestra. ¡Allí está!
   Pamela era una chica alta y apacible que había subido al vagón con otra jovencita de aproximadamente su edad. Ambas parecían muy amigas de la señorita Potts y discutían vehementemente con ella los proyectos para el curso.
   Alicia, otra chica llamada Tessie, Sally y Darrell también charlaban. Gwendoline permanecía sentada en su asiento lateral con expresión sombría. Nadie le prestaba la menor atención y ella no estaba acostumbrada a aquella indiferencia.
   Con un leve suspiro, miró a las demás con el rabillo del ojo. La perspicaz Alicia sorprendió aquella mirada y, esbozando una sonrisa, cuchicheó a Darrell:
   -¡Todo es comedia! Cuando una persona se siente desdichada de veras suele disimularlo como puede. No hagas el menor caso de nuestra querida Gwendoline.
   ¡Pobre Gwendoline! Ignoraba que aquella falta de compasión por parte de Alicia constituía un gran bien para ella. Había sido siempre objeto de demasiadas atenciones y la vida en Torres de Malory no iba a resultarle fácil.
   -Anímate, Gwendoline -alentó la señorita Potts en tono jovial.
   E inmediatamente reanudó su conversación con las chicas mayores.
   -Estoy mareada -declaró Gwendoline, al fin, dispuesta a pasar a primer plano y ser compadecida a toda costa.
   -Pues no lo pareces -repuso Alicia con su habitual franqueza-. ¿Verdad que no, señorita Potts? Yo siempre palidezco cuando me siento indispuesta.
   Gwendoline hubiera dado cualquier cosa por estar mareada de verdad, para dar una lección a aquella deslenguada.
   -Pues lo cierto es que estoy mareada! -murmuró débilmente, recostándose en el respaldo del asiento-. ¡Dios mío! ¿Cómo me las arreglaré?
   -Aguarda un momento, buscaré una bolsa de papel -masculló Alicia, sacando una muy grande del interior de su maletín-. Tengo un hermano que siempre se marea en el coche y mamá siempre lleva bolsas de papel dondequiera que va para socorrerle. A mí me divierte mucho verle meter la nariz en la bolsa, pobre Sam, como un caballo en su morral.
   Las chicas no pudieron menos de acoger con risas la anécdota de Alicia. Como es de suponer, Gwendoline no se rio. Al contrario. Dio muestras de enfado. ¡Pensar que aquella antipática chica volvía a burlarse de ella! Estaba segura de que nunca haría buenas migas con ella.
   Después de aquel incidente, Gwendoline permaneció callada, y se abstuvo de hacer ningún otro intento de llamar la atención de sus compañeras. Temía otra posible salida de Alicia.
   En cambio, Darrell miraba a Alicia con alborozo y simpatía. ¡Cuánto le gustaría ser su amiga! ¡Qué bien lo pasarían juntas!

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