Capítulo V. Transcurre la primera semana

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Darrell no tardó en habituarse a su nuevo ambiente. No sólo aprendió los nombres de las chicas de su curso alojadas en la Torre Norte, sino el de todas las demás que se hospedaban allí, desde la delegada Pamela, hasta Mary-Lou, la más joven del grupo, a excepción de la propia Darrell, que era la menor. No obstante, descubrió que, en muchos aspectos, Mary-Lou era mucho más niña que ella.
   En efecto, Mary-Lou parecía un gatito asustado. Le daban miedo los ratones, los escarabajos, las tormentas, los ruidos nocturnos, la oscuridad y otras mil pequeñeces. No era, pues, de extrañar que la pobre Mary-Lou tuviera siempre la mirada desorbitada. Darrell, muy reacia a asustarse por nada, se reía con gusto al ver que la pobre Mary-Lou huía al otro extremo del dormitorio por la simple presencia de una tijereta en el suelo.
   En el dormitorio de primer curso de la Torre Norte había diez chicas. Katherine, la apacible encargada. Alicia, la charlatana y ocurrente picarona. Las tres alumnas nuevas, Darrell, Gwendoline y Sally. Mary-Lou, con sus grandes ojos asustados, siempre a punto de dar un respingo como un caballo nervioso ante cualquier cosa inesperada.
   Estaba, además, la inteligente Irene, un portento en matemáticas y en música, generalmente la primera de clase, pero tonta perdida en las cosas corrientes de la vida. Si alguien perdía un libro, era Irene. Si alguien se metía en otra aula a deshora, era Irene. Se decía incluso que una vez había ido al aula de dibujo, creyendo que iba a haber una clase de pintura, y había permanecido allí media hora en espera de que apareciese la señorita Linnie. Todas se maravillaban de que no se le hubiera ocurrido pensar a qué obedecía la ausencia de sus compañeras.
   -Pero ¿cómo es posible que pudieras estar tanto rato allí sentada sin extrañarte de que no se presentase ninguna de nosotras? -le preguntó Katherine, asombrada-. ¿En qué estabas pensando, Irene?
   -Pensaba en un problema de matemáticas que nos había propuesto Potty -respondió Irene, con los ojos brillando a través de sus grandes gafas-. Era muy interesante, y había dos o tres sistemas de resolverlo. Atended...
   -¡Por favor, no nos des la lata con tus matemáticas fuera de clase! -gimió Alicia-. ¡Irene, creo sinceramente que estás algo majareta!
   Pero, en realidad, Irene estaba en su sano juicio. Lo único que le sucedía era que, debido a su extraordinaria inteligencia, su mente siempre trabajaba en algo, por lo que pasaba por alto las pequeñeces de la vida cotidiana. Además, tenía sentido del humor, y a la menor provocación, soltaba una explosiva carcajada que alarmaba a sus compañeras y sobresaltaba a la señorita Potts. A veces, Alicia se complacía en provocar aquella explosión y en trastornar a toda la clase.
   Las otras tres chicas del curso eran Jean, una alegre y astuta escocesa, muy hábil en manejar el dinero destinado a varias sociedades escolares y centros benéficos; Emily, una plácida y estudiosa chica, muy hábil en la costura y, gracias a ello, una de las alumnas favoritas de Mademoiselle, y Violet, una niña tímida y apagada, muy al margen de todo debido a su falta de interés por nada. La mitad de la clase ni siquiera se daba cuenta de si Violet estaba presente o no.
   En total eran diez chicas. Darrell tuvo la sensación de conocerlas desde hacía años, tras convivir con ellas unos pocos días. Sabía que a Irene siempre se le caían las medias, formando arrugas. Sabía que Jean hablaba con un peculiar acento escocés, áspero y cortado. Sabía que Mademoiselle detestaba a Jean porque menospreciaba su entusiasmo y su sensibilidad; Jean nunca se entusiasmaba por nada.
   Darrell se había familiarizado con los constantes suspiros y lamentaciones de Gwendoline y con las miedosas exclamaciones de Mary-Lou ante algún insecto o reptil. Le gustaba la voz grave y firme de Katherine y su aire de ser capaz de hacer frente a todo. Sabía muchas cosas de Alicia, pero en eso no aventajaba a sus compañeras, ya que Alicia lo contaba todo: hablaba de sus hermanos, de sus padres, de sus perros, de sus estudios, de sus juegos, de su labor de media, de su opinión sobre todo y todos, en una palabra, de cuanto sucedía bajo el sol.
   Alicia no tenía tiempo para afectaciones de ninguna clase, ni para darse aires ni lanzar suspiros. Era franca como Darrell, pero no tan bondadosa. En ocasiones, se complacía en mostrarse despectiva y mordaz, por lo que las chicas como Gwendoline la detestaban y las miedosas como Mary-Lou la temían. En cambio, Darrell simpatizaba profundamente con ella.
   "¡Es tan animada! -se decía-. ¡Nadie se aburre a su lado! Me gustaría ser como ella. Todo el mundo la escucha, incluso cuando dice algo desagradable. En cambio, nadie presta atención cuando yo quiero decir algo. Me gusta mucho Alicia. Lo único que siento es que ya tenga una amiga. Es justamente la que yo hubiera elegido para intimar."
   Aun así, Darrell necesitó más tiempo para conocer a las alumnas de primer curso procedentes de las demás torres. Las veía en clase, pero no en la sala común ni en los dormitorios, ya que las alumnas de primer curso de las otras torres tenían habitaciones propias en sus respectivas residencias. Con todo, para empezar, ya era suficiente conocer a las chicas de la Torre Norte.
   Tampoco sabía gran cosa de las chicas mayores que se hospedaban en su torre, ya que no coincidía con ellas en clase. Las veía en las oraciones matutinas, en alguna lección canto, cuando el señor Young daba una clase conjunta, y a veces en las pistas de tenis o en la piscina.
   Como es de suponer, se enteró de algunas cosas respecto a varias de ellas. Marylin, una alumna de sexto curso, era capitana de la sección de deportes, y la mayoría de las chicas sentían gran simpatía por ella.
   -Es muy amable y se toma mucha molestia en enseñar a todo el mundo, incluso a las de primer curso -comentaba Alicia-. Sabe tanto como la vieja Remmington, la profesora de deportes, con la diferencia de que ésta no tiene paciencia con las torpes, y ella sí.
   Asimismo, todas parecían apreciar mucho a Pamela, la delegada de la residencia. Además de inteligente, Pamela era muy aficionada a la literatura. Corría el rumor de que estaba escribiendo un libro. Eso impresionó mucho a las alumnas de primero. Si era tan difícil escribir una composición decente, ¿qué sería un libro?
   Por el contrario, nadie simpatizaba con dos chicas, Doris y Fanny.
   -Son unas hipócritas -decía Alicia, que, por supuesto, siempre estaba a punto para opinar sobre todo y sobre todos, desde Winston Churchill hasta el hijito de la cocinera de la Torre Norte-. Unas falsas beatas.
   -¿Qué quiere decir eso? -inquirió Gwendoline, intrigada.
   -¡Caramba! -gruñó Alicia-. ¡Qué ignorante eres! Una falsa beata es la que finge ser religiosa sin serlo. La que se tiene por mucho y a los otros por nada. La que se complace en ser una aguafiestas... Son una pareja repugnante. Siempre al acecho y espiando. Una vez que atravesé el patio a altas horas de la noche para reunirme con Betty Hill en la Torre Oeste para asistir a una fiesta de medianoche, Doris me vio desde la ventana y esperó a que regresara. Es una verdadera arpía.
   -¿Y te echó el guante? -preguntó Mary-Lou con expresión alarmada.
   -¡Qué va! ¿Crees que iba a dejarme cazar por las hermanas beatas? -repuso Alicia despectivamente-. La sorprendí a mi regreso y la encerré en el armario de los zapatos.
   Irene lanzó una de sus explosivas carcajadas y las sobresaltó a todas.
   -¡A mí nunca se me ocurrirían esas cosas tan graciosas, Alicia! -barbotó-. No me sorprende que las hermanas beatas te echen miradas furiosas cada mañana durante las oraciones. Apuesto a que están esperando a que hagas algo reprobable para delatarte.
   -¡Y yo apuesto a que no se saldrán con la suya! -repuso Alicia con expresión ceñuda-. ¡Si intentan jugarme alguna mala pasada, les pagaré con la misma moneda!
   -¡Sí, hazlo, hazlo! -suplicó Darrell, que tenía debilidad por las bromas y las tretas.
   No siempre se atrevía a ponerlas en práctica por sí misma, pero siempre estaba a punto de secundarlas, si se presentaba la ocasión.
   Darrell no tardó en conocer todas las aulas del colegio. Sabía dónde estaba la sala de dibujo, con su clara luz del norte. Aún no había tenido ninguna clase en el laboratorio, que, a decir verdad, le imponía cierto respeto. Le encantaba el gimnasio, grande, con todo su aparato de columpios, cuerdas, caballos de salto y colchones. Destacaba mucho en gimnasia, al igual que Alicia, capaz de trepar como un mono y saltar como un caballo. En cambio, Mary-Lou temía arriesgarse, y naturalmente no hacía nada si no la obligaban.
   Era divertido dormir en las torres y tener las clases en los otros recintos del gran edificio. Darrell sabía dónde residían las maestras. Se hospedaban en el edificio orientado al sur, excepto las que, como la señorita Potts y Mademoiselle, vivían con las chicas para vigilarlas. Darrell no comprendía cómo podía haberse sentido tan sola y desorientada a su llegada al colegio, ya que actualmente se encontraba como pez en el agua en su nuevo ambiente.
   Una de las cosas que más le gustaban era la gran piscina situada junto al mar, construida en un roquedal y con un curioso fondo, rocoso y desigual. En los márgenes crecían abundantes algas y, a veces, el rocoso lecho de la piscina estaba un poco cenagoso y resbaladizo. Pero el mar invadía diariamente la gran piscina natural, y la realzaba con un bello oleaje. Era una delicia bañarse allí.
   Era muy peligroso bañarse en la costa. Las corrientes eran tan fuertes que las alumnas tenían prohibido nadar en el mar abierto. Por el contrario, la piscina era segura. En un extremo alcanzaba mucha profundidad, lo cual permitía que hubiera un hermoso trampolín.
   Mary-Lou y Gwendoline eran enemigas de la piscina, Mary-Lou porque le tenía miedo al agua y Gwendoline porque detestaba la primera impresión de la zambullida. Los ojos de Alicia centelleaban de satisfacción cuando veía a la trémula Gwendoline junto a la piscina. Fueron tantas las veces que la pobre chica recibió un inesperado empujón que la echó al agua, que no tardó en acostumbrarse a meterse precipitadamente cuando advertía la proximidad de Alicia o Betty.
   La primera semana transcurrió con mucha lentitud. Había mucho que aprender, dada la abundancia de cosas nuevas y excitantes. Darrell saboreaba cada minuto y pronto se habituó al ambiente. Era activa y sociable por naturaleza, y las chicas no tardaron en aceptarla con simpatía.
   En cambio rechazaron a la pobre Gwendoline. En cuanto a Sally Hope, tras intentar en vano sonsacarle y arrancarle algo de su familia y de su hogar, las chicas la dejaron vivir tranquila encerrada en sí misma, y ella no hizo ninguna tentativa de salir de su interior.
   -¡Ya ha pasado una semana! -anunció Alicia, unos días más tarde-. La primera semana siempre se hace muy larga. Después, los días vuelan y nos encontramos a medio trimestre sin darnos cuenta, de cara a las vacaciones. Tú te has adaptado muy pronto, ¿verdad, Darrell?
   -¡Desde luego! -asintió Darrell-. Me encanta este colegio. ¡Si cada trimestre es como éste, me daré por satisfecha!
   -No cantes victoria todavía -advirtió Alicia-. Al principio, todo va bien, pero cuando hayas recibido un par de reprimendas de Mademoiselle, una dosis de medicina del ama, un castigo de Potty, un sermón la señorita Remmington y una bronca de una de las mayores...
   -¡Por favor, basta ya! -instó Darrell-. No sucederá nada de eso, Alicia. ¡No trates de asustarme!
   Pero, naturalmente, Alicia tenía razón. ¡No todo iba a ser coser y cantar como se imaginaba Darrell!

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⏰ Última actualización: Aug 30, 2020 ⏰

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