Capítulo II. Torres de Malory

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El viaje a Torres de Malory era muy largo, pero como en el tren había coche restaurante y las chicas fueron en sucesivos turnos para almorzar, el tiempo pasó bastante deprisa. Merendaron también en el tren. Al principio, todas estaban alegres y comunicativas, pero a medida que transcurría el día, se quedaron silenciosas y algunas se durmieron.¡Era un viaje tan largo!
   Por eso fue un motivo de excitación la llegada a la estación de Torres de Malory. El colegio se hallaba a dos o tres kilómetros de distancia, por lo que, junto a la estación, aguardaban grandes coches para trasladar a las chicas a su destino.
   -Vamos -ordenó Alicia tomando del brazo a Darrell-. Si nos damos prisa, podremos sentarnos en los asientos delanteros de uno de los coches, junto al conductor. ¡Date prisa! ¿Ya llevas tu maleta?
   -Yo también voy con vosotras -agregó Gwendoline.
   Pero mientras recogía sus cosas, las otras se alejaron y se instalaron en los asientos anteriores. Las otras chicas salieron en grupos de dos o tres, y el único mozo de la estación ayudó a los chóferes a cargar las numerosas maletas sobre los coches.
   -¿Se ve Torres de Malory desde aquí? -preguntó Darrell, mirando a su alrededor.
   -No. Ya te avisaré cuando se entrevea -replicó Alicia-. A la vuelta de un recodo, aparece de golpe.
   -Sí, es hermoso verlas surgir tan de repente -comentó Pamela, la apacible chica de la Torre Norte que había subido al coche detrás de Alicia y Darrell.
   Y con mirada brillante, agregó:
   -Creo que Torres de Malory tiene su mejor perspectiva desde ese recodo, especialmente si el sol está al fondo.
   Darrell advirtió el afectuoso tono con que Pamela hablaba de su amado colegio y, posando los ojos en ella, llegó a la conclusión de que aquella chica seria le inspiraba simpatía.
   Pamela sorprendió su mirada y exclamó riendo:
   -Eres afortunada, Darrell. Justamente empiezas tus estudios en Torres de Malory. Tienes muchos cursos por delante. En cambio a mí ya se me acaban los días aquí. Uno o dos trimestres más y ya no volveré a Torres de Malory, salvo como antigua alumna. Aprovecha tu estancia todo lo que puedas.
   -Lo haré -asintió Darrell.
   Y miró al frente, en espera de vislumbrar por vez primera el colegio en el que debía estudiar por lo menos seis años.
   El coche describió una curva.
   -¡Mira! -profirió Alicia, tocándola con el codo-. ¡Allí, en aquella colina! El mar está al otro lado, al pie del acantilado, pero desde aquí no se ve, naturalmente.
   Darrell miró en la dirección indicada. Ante sus ojos apareció un gran edificio, cuadrado y de piedra gris claro emplazado en lo alto de un risco. En realidad se trataba de un acantilado con caída casi vertical hacia el mar. A lado y lado del gracioso edificio, se alzaban dos torres redondas. Darrell entrevió otras dos detrás que formaban un conjunto de cuatro. Las torres Norte, Sur, Este y Oeste.
   Las ventanas relucían. La enredadera verde que cubría parte de los muros alcanzaba en algunos puntos el tejado. El edificio tenía aspecto de castillo viejo.
   "¡Mi colegio! -pensó Darrell, con un recóndito sentimiento de afecto en su corazón-. Es muy hermoso. ¡Qué afortunada soy de poder estudiar tantos años en Torres de Malory! Llegaré a amar este lugar."
   -¿Te gusta? -inquirió Alicia impacientemente.
   -Sí, muchísimo -respondió Darrell-. Pero me perderé por los pasillos. ¡Es tan grande!
   -No temas -la tranquilizó Alicia-. Yo te enseñaré todos los rincones. ¡Es asombroso lo pronto que una aprende a andar por allí!
   El coche dobló otro recodo y Torres de Malory se perdió de vista para aparecer de nuevo, aún más cerca, en la curva siguiente. Al poco tiempo, todos los coches avanzaron entre un zumbido de motores hacia el tramo de peldaños que conducían a la gran puerta de acceso.
   -¡Parece la entrada de un castillo! -comentó Darrell.
   -En efecto -convino Gwendoline inesperadamente detrás de ellas-. ¡Me sentiré como una princesa de cuento de hadas subiendo esos escalones! -añadió sacudiendo su dorada melena.
   -¡Me lo figuro! -exclamó Alicia, desdeñosamente-. Pero no tardarás en desechar tales ideas cuando Potty te llame la atención.
   Darrell se apeó del vehículo e inmediatamente se perdió entre una multitud de chicas que se dirigían a los escalones. Buscó a Alicia con la mirada, pero había desaparecido como por encanto, así que subió los peldaños, con su maletín y su raqueta, sintiéndose algo sola y desamparada entre el bullicioso grupo de chicas. Sin la cordial Alicia sentía una especie de pánico.
   A partir de aquel momento, se sucedieron unos momentos de confusión. Darrell no sabía adónde ir ni qué hacer. Buscó en vano a Alicia o a Pamela, la encargada de su residencia. ¿Debía dirigirse directamente a la Torre Norte? ¡Todas parecían saber exactamente adónde dirigirse excepto la pobre Darrell!
   De pronto, vio a la señorita Potts, con gran alivio por su parte. Se acercó a ella, y la profesora la miró, sonriente:
   -¡Hola! Te sientes un poco perdida, ¿verdad? ¿Dónde está esa picarona de Alicia? Debería cuidar de ti. Todas las alumnas que se alojan en la Torre Norte han de ir allí a deshacer sus maletines. El ama de llaves os está esperando a todas.
   Como Darrell no tenía idea de por dónde se iba a la Torre Norte, se quedó junto a la señorita Potts en espera de que alguien la acompañase. Alicia no tardó en reaparecer, acompañada por un tropel de chicas.
   -¡Hola! -le dijo a Darrell-. Te perdí. Todas éstas son alumnas de nuestro curso, pero ahora no voy a decirte sus nombres. Te harías un lío. Algunas se hospedan en la Torre Norte. Otras pertenecen a las demás residencias. Ea, vamos a la Torre Norte a ver al ama. ¿Dónde está nuestra querida Gwendoline?
   -Alicia -intervino la señorita Potts con voz grave, pero con mirada centelleante-. ¡Dale una oportunidad a Gwendoline!
   -¿Y Sally Hope? ¿Por dónde anda? -preguntó Alicia-. Vamos, Sally. De acuerdo, señorita Potts, las acompañaré a la Torre Norte y velaré por ellas.
   Sally, Gwendoline y Darrell siguieron a Alicia. Se hallaban en un gran vestíbulo con puertas a ambos lados y una amplia escalera que ascendía formando una curva.
   -La sala de reuniones, el gimnasio, el laboratorio, los estudios y la sala de costura están todos en esta parte del edificio -explicó Alicia-. Venid, ahora atravesaremos el patio para ir a nuestra torre.
   Darrell se preguntó qué sería aquel patio. No tardó en averiguarlo. Torres de Malory estaba construido en torno a un gran espacio alargado que era el patio. Alicia la condujo junto con las demás compañeras al exterior de una puerta situada enfrente de la entrada principal. Allí estaba el patio rodeado por todas partes de edificios
   -¡Qué lugar más bonito! -ensalzó Darrell-. ¿Qué es ese bache que hay en el centro?
   A la vez indicó un gran círculo de césped verde hundido a considerable profundidad del nivel del patio. Alrededor de sus márgenes oblicuos había asientos de piedra. Parecía una pista de circo al aire libre, en posición algo hundida, con una serie de sillas de piedra alzadas a su alrededor.
   -Aquí es donde representamos obras de teatro en verano -explicó Alicia-. Las actrices actúan en la pista, y las espectadoras se sientan en esas sillas de piedra. Nos divertimos de lo lindo.
   En torno al círculo, sobre el nivel del patio, había un jardín bellamente cuidado, con un sinfín de rosales y toda clase de flores. Entre los macizos discurrían verdes extensiones de césped sin segar.
   -Es un patio muy acogedor -observó Darrell.
   -Demasiado caluroso en verano -objetó Alicia, mientras las conducía a todas al otro lado del lugar-. ¡Pero deberías verlo en el trimestre de Pascua florida! Cuando en enero volvemos al colegio y dejamos nuestras casas rodeadas de escarcha y a veces de nieve, encontramos campanillas blancas, hierbabuena y margaritas en flor en todos esos macizos de este resguardado patio. Es un espectáculo maravilloso. ¡Fijaos cómo brotan los tulipanes! ¡Y estamos sólo en abril!
   En cada extremo de aquel hueco alargado rodeado de edificios se alzaba una torre. Alicia se dirigía a la Torre Norte. Era exactamente igual que las otras tres. Darrell la contempló. Tenía cuatro pisos. Alicia se detuvo en seco ante ella.
   -En la planta baja está nuestro comedor, nuestras salas comunes, donde reunimos cuando no tenemos clase, y las cocinas. En el primer piso están los dormitorios. En el segundo hay más dormitorios. Y en el último las habitaciones del personal y los trasteros para nuestros equipajes.
   -¿Y todas las residencias son iguales? -preguntó Darrell, mirando hacia lo alto de la torre-. Me gustaría dormir allí arriba, en las almenas. ¡Qué vista más hermosa tendría!
   Varias chicas entraban y salían por la puerta abierta situada al pie de la Torre Norte.
   -¡Date prisa! -le gritaron a Alicia-. ¡Dentro de unos minutos servirán la cena y, a juzgar por el olor, será algo estupendo!
   -Siempre nos dan una buena cena el día de nuestra llegada -explicó Alicia-. Después... ya no tan buena. Cacao, galletas y para de contar. En marcha, vamos a buscar al ama.
   Cada una de las torres tenía su propia ama de llaves, responsable de la salud y el bienestar de las chicas. El ama de la Torre Norte era una mujer activa y regordeta, ataviada con un delantal almidonado y un vestido estampado, muy limpia e impecable.
   Alicia presentó a las alumnas nuevas:
   -Aquí tiene usted otras tres a quienes reñir, dar medicinas y perseguir por los pasillos -dijo la chiquilla con una sonrisa.
   Darrell observó al ama, que en aquel momento consultaba las largas listas que tenía en la mano, con el entrecejo fruncido. La mujer llevaba el pelo primorosamente recogido bajo un bonito gorro atado a la barbilla con una lazada. Su aspecto era tan impecable que Darrell tuvo la sensación de que, a su lado, ella parecía muy sucia y desaliñada. El ama le inspiraba cierto temor. Esperaba que no la obligase a tomar repugnantes medicinas con excesiva frecuencia.
   De pronto, el ama levantó la vista, sonriendo. Los temores de Darrell se disiparon al momento. Era ilógico temer a una persona capaz de sonreír de aquella manera, con los ojos, los labios e incluso la nariz.
   -Vamos a ver... Tú eres Darrell Rivers -dijo el ama, marcando el nombre inscrito en la lista-. ¿Traes tu certificado médico? Dámelo, por favor. Y tú eres Sally Hope, ¿no es as?
   -No, yo soy Gwendoline Mary Lacey -repuso Gwendoline.
   -Y no olvide usted el Mary -intervino Alicia, insolentemente-. Nuestra querida Gwendoline Mary.
   -Basta ya, Alicia -reconvino el ama, marcando su lista-. Eres tan mala como solía ser tu madre a tu edad. O peor.
   Alicia se explicó:
   -Mamá fue alumna de Torres de Malory en su juventud -dijo a las otras-. También se alojaba en la Torre Norte, y el ama la tuvo a su cargo muchos años. Me ha encargado sus más afectuosos recuerdos, ama. Dice que le gustaría poder enviarle también a todos mis hermanos, porque está segura de que usted es la única persona capaz de dominarlos.
   -Si se parecen a ti, me alegro muchísimo de no tenerlos aquí -gruñó el ama-. Con un solo miembro de la familia Johns tengo bastante. Tu madre hizo que me salieran algunas canas y tú has contribuido a que me salgan otras pocas.
   La mujer esbozó una nueva sonrisa. Tenía un semblante sensato y afable que inspiraba confianza a las chicas que se ponían enfermas. ¡Pero ay de la que se fingía enferma o se mostraba perezosa o descuidada! Entonces la sonrisa del ama desaparecía como por encanto, su rostro se enfurruñaba y sus ojos destellaban peligrosamente.
   Un sonoro gong resonó por toda la Torre Norte.
   -Es hora de cenar -anunció el ama-. Ya desharéis las maletas luego, Alicia. Vuestro tren ha llegado con retraso y estáis todas muy cansadas. Esta noche todas las alumnas de primer curso deberán acostarse inmediatamente después de cenar.
   -¡Por favor, ama! -suplicó Alicia en tono quejumbroso-. ¿No nos concederá siquiera diez minutos, después?
   -He dicho inmediatamente, Alicia -replicó el ama-. Y ahora, no os entretengáis. Lavaos las manos enseguida y bajad a cenar. ¡Daos prisa!
   A los cinco minutos, Alicia y sus compañeras se hallaban instaladas en el comedor, saboreando una buena cena con excelente apetito. Darrell echó una mirada a las mesas. Estaba segura de que nunca lograría conocer a todas las chicas de su residencia. Y estaba segura de que tampoco se atrevería nunca a participar de sus risas y sus charlas.
   Pero naturalmente se equivocaba, porque en realidad no iba a tardar mucho en hacerlo.

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