Capítulo III. La primera noche y la primera mañana

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Después de cenar, obedeciendo la orden del ama, todas las alumnas de primer curso subieron a su dormitorio. Darrell quedó encantada con la habitación. Era una estancia larga con ventanas en toda su longitud, que, para alborozo de Darrell, tenían vistas al mar. La chica permaneció ante una de ellas, escuchando el lejano rumor de las olas en la orilla y contemplando el suave balanceo del mar azul. ¡Qué hermoso lugar era Torres de Malory!
   -¡Date prisa, soñadora! -advirtió Alicia-. ¡El ama se presentará dentro de un momento!
   Darrell se volvió a mirar la habitación. Había diez camas, separadas unas de otras por cortinas blancas que se podían correr y descorrer a voluntad de las chicas.
   Cada una tenía una cama blanca con un edredón de color. Todos los edredones eran de diferente tono y formaban un bello conjunto a lo largo de la hilera de camas. En cada departamento había un armario para colgar ropa y una cómoda con un espejo en la parte superior. En los lados de la estancia se veían varios lavabos de agua fría y caliente.
   Las chicas empezaron a deshacer sus pequeños maletines. Darrell abrió el suyo y sacó su camisón, su pañito para lavarse la cara, el cepillo de dientes y el dentífrico. De un toallero adosado a un lado de la cómoda colgaba una toalla limpia preparada para ella.
   "Será divertido dormir aquí, con todas las demás -pensó Darrell-. ¡Qué bien lo pasaremos hablando por la noche! Además, supongo que también podremos improvisar algunos juegos."
   Todas las alumnas de primer curso dormían en el mismo dormitorio. Allí estaban Alicia, Darrell, Sally y Gwendoline, juntamente con otras seis chicas. Todas observaban cómo las tres alumnas iban y venían de los lavabos, se lavaban la cara y los dientes.
   Una de las chicas consultó su reloj de pulsera.
   -¡Meteos en la cama todas! -ordenó.
   Era una chica alta, morena y apacible. Todas, excepto Gwendoline, obedecieron. Gwendoline aún estaba cepillándose su hermosa cabellera rubia. A la vez, contaba en voz baja:
   -Cincuenta y cuatro, cincuenta y cinco, cincuenta y seis...
   -¡Eh, tú, novata! ¿Cómo te llamas? ¡Acuéstate! -ordenó la esbelta chica morena.
   -Tengo que cepillarme el pelo cien veces todas las noches -protestó Gwendoline-. ¡Ahora me has hecho perder la cuenta!
   -Cierra el pico y acuéstate, Gwendoline Mary -intervino Alicia, que estaba junto a ella-. Katherine es la delegada de nuestro dormitorio y debes hacer lo que te mande.
   -Pero yo prometí a m-m-ma... -empezó Gwendoline con lágrimas en los ojos-. ¡Prometí a mama que me c-c-c-cepillaría el pelo cien veces todas las noches!
   -Puedes añadir los cepillados que te falten hoy a los de mañana por la noche -repuso la delegada fríamente-. Métete en la cama, por favor.
   -¡Oh, déjame terminar! -insistió Gwendoline, reanudando frenéticamente sus cepillados-. Cincuenta y siete, cincuenta y...
   -¿Quieres que la zurre con mi cepillo, Katherine? -propuso Alicia incorporándose.
   Con un grito de espanto, Gwendoline saltó a su cama. Las chicas se echaron a reír. Todas sabían que Alicia no tenía intención de zurrar a Gwendoline.
   Gwendoline se tendió en la cama enfadada. Estaba dispuesta a hacerse la desdichada y a llorar. Así pues, recordando a su madre y a su lejano hogar, empezó a sorber el moco.
   -Suénate, Gwendoline -aconsejó Alicia con voz soñolienta.
   -Silencio -ordenó Katherine.
   La otra obedeció. Sally Hope lanzó un pequeño suspiro. Darrell se preguntó si estaría dormida. La cortina entre su cama y la de Sally estaba descorrida. No, Sally no dormía. Permanencía con los ojos abiertos. No lloraba, pero su rostro reflejaba tristeza.
   "A lo mejor está añorada", pensó Darrell.
   Y recordó su hogar. Pero su sensatez le impidió ponerse tonta, aparte de que estaba demasiado excitada de hallarse en Torres de Malory como para echar realmente de menos su casa. Al fin y al cabo, había deseado con toda su alma ir allí, y allí estaba... con el firme propósito de ser muy feliz y divertirse por todo lo alto.
   Por fin apareció el ama. La mujer pasó revista a las camas. Una o dos de las chicas dormían ya profundamente, rendidas de cansancio. El ama recorrió la larga habitación, arregló un edredón, dio vuelta a un grifo mal cerrado y corrió las cortinas de las ventanas, ya que había mucha luz en el exterior.
   -Buenas noches -murmuró en voz baja-. ¡Y no habléis, por favor!
   -Buenas noches, ama -murmuraron las chicas aún despiertas.
   Darrell atisbó por encima de la sábana para ver si el ama mostraba su afable sonrisa. La mujer sorprendió la mirada de Darrell y, con una leve inclinación, le dijo sonriendo:
   -¡Que duermas bien!
   Luego salió silenciosamente.
   Gwendoline fue la única que se esforzó en permanecer despierta. ¿Qué le había dicho su madre? "Creo que esta noche te sentirás muy desgraciada, pero sé valiente, querida, ¿oyes?"
   En consecuencia, Gwendoline estaba dispuesta a permanecer despierta y a sentirse desgraciada. ¡Pero los ojos se le cerraban! Y, poco después, se quedó tan profundamente dormida como las demás. Mientras tanto, en su casa, su madre se enjugaba las lágrimas, mientras decía:
   -¡Pobrecilla Gwen! ¡No debería haberla enviado tan lejos de mí! ¡Presiento que está despierta y llorando, a lágrima viva!
   Pero, contra lo que suponía la buena señora, en aquel momento Gwendoline se dedicaba a dar pequeños y satisfechos ronquidos, soñando dichosamente en que sería la reina de todas aquellas chicas, la primera de la clase y la mejor deportista.
   Una clamorosa campana las despertó a todas a la mañana siguiente. Al principio, Darrell no pudo recordar dónde estaba. Hasta que oyó claramente la voz de Alicia, que gritaba:
   -¡Levantaos, holgazanas! ¡Tenéis que haceros la cama antes de desayunar!
   Darrell saltó de la cama. El sol inundaba la habitación, ya que Katherine había descorrido las cortinas. Se alzó un fuerte murmullo de conversaciones. Las chicas se dirigían a los lavabos saltando a la pata coja. Darrell se vistió rápidamente, orgullosa de lucir la blusa parda con su cinturón de color naranja, igual que las demás. Luego se cepilló el pelo hacia atrás y se lo sujetó con dos pasadores para mantenerlo recogido y bien peinado. En cambio, Gwendoline se lo dejó suelto sobre los hombros.
   -No puedes llevarlo así -advirtió Alicia-. ¡Al menos aquí en la escuela, Gwendoline!
   -Siempre lo he llevado así -replicó Gwendoline, con una obstinada expresión en su bella carita de boba.
   -Pues te sienta muy mal -espetó Alicia.
   -¡Mentira! -profirió Gwendoline-. Dices eso porque tú tienes el pelo corto y áspero.
   Alicia guiñó un ojo a Katherine, que en aquel momento se acercaba a ellas.
   -Mejor será dejar que Gwendoline luzca su larga y sedosa cabellera, ¿no crees? -decidió con voz suave-. Es posible que a la señorita Potts le encante verla así.
   -Pues a mi institutriz, la señorita Winter, le gustaba mucho así -insistió Gwendoline con visible complacencia.
   -¡Ah! Según eso, ¿es la primera vez que vas a una escuela? -preguntó Alicia-. ¿Sólo has tenido institutriz? Eso explica muchas cosas.
   -¿Qué cosas? -inquirió Gwendoline arrogantemente.
   -No importa, ya lo averiguarás -masculló Alicia-. ¿Lista, Darrell? Ha sonado el gong del desayuno. Recoge bien la sábana. Eso es. Tú, Gwendoline, dobla tu camisón. Fijaos en Sally. ¡Da gusto ver una alumna nueva así! ¡Tomad ejemplo de ella! Todo a punto a su debido tiempo, sin obligar a nadie a irle detrás. Sally esbozó una leve sonrisa. Apenas pronunciaba una palabra. No parecía tímida, pero era tan reposada y serena que a Darrell le costaba trabajo creer que era una de las nuevas. En todo momento daba la impresión de saber exactamente lo que debía hacer.
   Todas bajaron al comedor. Las largas mesas estaban preparadas para el desayuno, y las chicas se instalaron en ellas, saludando cortésmente a la profesora encargada de la residencia. El ama se hallaba también presente, junto con otra persona mayor a la que Darrell no había visto el día anterior.
   -Ésa es Mademoiselle Dupont -cuchicheó Alicia-. Tenemos dos profesoras francesas en Torres de Malory. Una gorda y alegre y otra flaca y avinagrada. Este curso nos toca la gorda y alegre. Las dos tienen un genio horroroso, de modo que espero que vayas bien en francés.
   -Pues no, no lo voy -farfulló Darrell, deplorando interiormente su ignorancia en aquella materia.
   -Mademoiselle Dupont detesta a Mademoiselle Rougier y Mademoiselle Rougier detesta a Mademoiselle Dupont -prosiguió Alicia-. Deberías ver el jaleo que arman a veces. ¡Con decirte que el ama tiene que acudir a apaciguarlas en más de una ocasión!
   Darrell abrió unos ojos como naranjas, Katherine, al otro lado de la mesa, dijo riendo:
   -No creas todo lo que cuenta Alicia. A veces exagera. Nadie ha visto todavía a nuestras dos Mademoiselles agarrándose por el cuello.
   -¡Ah, pero lo harán algun día...! -pronosticó Alicia-. ¡Y espero estar presente para verlo!
   Mademoiselle Dupont era baja, gruesa y rechoncha. Llevaba el cabello recogido en un pequeño moño sobre la coronilla. Sus ojos, negros y redondos, nunca estaban quietos. La mujer lucía un vestido negro perfectamente a su medida y unos zapatos negros ajustados en los diminutos pies.
   Era corta de vista, pero no llevaba gafas. En su lugar, utilizaba unos anteojos con manija llamados lorgnettes (impertinentes), sujetos a una larga cinta negra. Cuando deseaba ver algo de cerca no tenía más que elevarlos a la altura de los ojos.
   Alicia, muy hábil en el arte de imitar a la gente, solía despertar la hilaridad de sus compañeras, parpadeando como la pobre Mademoiselle y sosteniendo unas gafas imaginarias sobre su nariz. Aun así, temía tanto a Mademoiselle Dupont como las demás y procuraba no incitarla a sacar su mal genio.
   -Las alumnas nuevas deben ir a saludar a la directora después de desayunar -declaró la señorita Potts-. Hay tres en el primer curso, dos en el segundo y una en el cuarto. Podéis ir todas juntas. Después, reuníos con nosotras en la sala de sesiones para rezar las oraciones de la mañana. Por favor, Pamela, ¿quieres acompañar a las chicas al despacho de la directora?
   Pamela, la delegada de la residencia la Torre Norte, se puso en pie. Las alumnas nuevas, entre ellas Darrell, la imitaron, dispuestas a seguirla. Pamela las condujo por la puerta que daba al patio y luego por otra puerta perteneciente al edificio situado entre las Torres Este y Norte. Allí estaban las habitaciones de la directora y la enfermería.
   Por fin llegaron ante una puerta pintada de color crema oscuro. Pamela llamó con los nudillos. Una voz profunda contestó:
   -¡Adelante!
   Pamela abrió la puerta.
   -Le traigo a las nuevas alumnas, señorita Grayling -manifestó.
   -Gracias, Pamela -murmuró la grave voz.
   Y Darrell vio a una mujer de cabello gris sentada ante un escritorio, en actitud de escribir. La desconocida tenía un semblante sereno y desprovisto de arrugas, unos ojos asombrosamente azules y una boca muy firme. Darrell se sintió impresionada por aquella serena directora de voz profunda e hizo votos por no tener que comparecer nunca en su presencia por mal comportamiento.
   Las nuevas alumnas se pusieron en fila ante la directora, y la señorita Grayling las miró a todas atentamente. Darrell notó que se ponía colorada, sin saber por qué. Para colmo, le temblaban un poco las rodillas. ¡Confiaba en que la señorita Grayling no le formulase ninguna pregunta! De lo contrario, tenía la certeza de no poder articular una palabra.
   La señorita Grayling les preguntó sus respectivos nombres y dedicó unas breves palabras a cada una. Luego, dirigiéndose a todas en general, dijo solemnemente:
   -Algún día abandonaréis el colegio para incorporaros al mundo como mujercitas. Desearía que, para entonces, pudierais hacer gala de una mente inquieta, un corazón bondadoso y un deseo de colaborar. Deberíais llevar al mundo un espíritu de comprensión de muchas cosas, juntamente con la voluntad de aceptar todas las responsabilidades y mostraros mujeres dignas de ser amadas y respetadas. Podréis aprender todo eso en Torres de Malory... si queréis. No cuento entre nuestros éxitos a las que obtienen becas y pasan los exámenes, pese al mérito que eso encierra, sino a las que aprenden a ser mujeres buenas y afables, sensatas, dignas de confianza y responsables. Nuestros fracasos los constituyen precisamente las que no aprenden esas cosas durante los años que pasan aquí.
   Tales palabras fueron pronunciadas tan grave y solemnemente que Darrell apenas se atrevía a respirar. Ni que decir tiene que la chica deseó convertirse en uno de los éxitos de Torres de Malory.
   -A algunas de vosotras os resultará fácil aprender esas cosas; a otras, os parecerá más difícil. Pero tanto en un caso como en otro, es necesario aprenderlas si de veras queréis ser felices cuando salgáis de aquí y os proponéis hacer felices a los demás.
   Sobrevino una pausa. Por fin, la señorita Grayling tomó de nuevo la palabra, esta vez en un tono más ligero:
   -Todas sacaréis un gran provecho de vuestra estancia en Torres de Malory. Procurad corresponder en la misma medida a nuestros esfuerzos.
   -¡Oh! -exclamó Darrell, gratamente sorprendida, olvidando por completo que se había propuesto no pronunciar una palabra-. ¡Eso es exactamente lo que me dijo mi padre cuando se despidió de mí, señorita Grayling!
   -¿De veras? -murmuró la directora, mirando con expresión risueña a la vehemente chiquilla-. Bien, puesto que tienes la suerte de tener unos padres que piensan así, supongo que serás una de las afortunadas, para las que no resultará difícil aprender las cosas de que os he hablado. Tal vez algún día la escuela Torres de Malory se sentirá orgullosa de ti.
   Tras añadir otras breves palabras, la señorita Grayling despidió a las chicas, que se retiraron, muy impresionadas. Ni siquiera Gwendoline despegó los labios. Prescindiendo de lo que pudieran hacer en los años sucesivos, durante sus estudios en Torres de Malory, en aquel momento cada una de ellas estaba animada de las mejores intenciones. Que aquel deseo se mantuviera vivo o no dependía de la voluntad de cada una.
   Acto seguido, las seis chicas se dirigieron a la sala de sesiones para rezar las oraciones de la mañana. Una vez allí se instalaron en sus respectivos sitios y aguardaron a que la señorita Grayling acudiese a la tarima.
   Poco después, las palabras de un himno resonaron en la espaciosa sala. Había empezado el primer dia de clase. Darrell cantó con toda su alma, feliz y excitada. ¡Cuánto tendría que contar a su madre cuando le escribiera!

Torres de Malory (todos los cursos)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora