capitulo IV

1 0 0
                                    

Yo aun seguía muy desconcertada por lo que se escuchaba, pero era demasiado obstinada cómo para creer qué de verdad era algo paranormal. Cuando se dejaron de escuchar los pasos, me levanté, y el monje junto conmigo, acomodando el rosario que llevaba colgado.

-Debes irte - negaba con la cabeza -debes irte pronto - tomó mi muñeca y empezó a jalarme por los pasillos - vete por tu bien.
-¡No! -Contesté mientras me safaba - la amiga de mi hermana está aquí, no me iré sin ella. No me importa lo que esté adentro no me voy a marchar.
-¡Qué terca eres! - me dijo en un tono molesto - la amiga de tu hermana seguramente ya está muerta, no puedes salvarla ya. Pero aún puedes salvar tu vida de lo que está aquí.

Antes de que pudiera responder, empezaron otra vez los gritos de Fernanda. Ésta vez no tenían una dirección de origen, se escuchaban por todos lados. Gritaba "¡Ayuda! ¡Por favor salvenme!"

-¡¿Fernanda dónde estás!? - empecé a caminar por el pasillo dónde nos encontrábamos con desesperación.
-¡Te digo que te va a escuchar! - me intentó jalar de nuevo.

En ese momento, al final del pasillo se veía la silueta de una niña. Aproximadamente de unos 15 años, con el cabello cubriendo su rostro y con un vestido de los años 50 rasgado. No sé denotaba tan bien por los fallos en las luces.

Di un par de pasos hacía enfrente intentando ver sí se trataba de Fernanda, pero cuando di un tercer paso, aquél ser se colocó el el suelo sosteniéndose de manos y piernas, y cómo sí se tratase de un animal empezó a acercarse a nosotros, con movimientos algo perturbadores. Podía escucharse que se quejaba, pero más que quejidos de humano sonaban igual a los de un cerdo.

-¡¡CORRE!! - gritó el monje.

Le seguí inmediatamente, y conforme corríamos los chillidos de escuchaban casa vez más fuerte. Voltee un poco y cada vez estaba más cerca.

Seguimos corriendo por los pasillos y no dejaba de perseguirnos. Yo aún no entendía el por qué. Bajamos por unas escaleras y tras una puerta, se encontraba una especie de capilla que conectaba con el templo, esa era la única conexión entre dicho lugar y el museo.

Al atravesar el umbral, ambos caímos al suelo uno junto del otro, cuando volteamos vimos cómo aquél ser intentó abalanzarse con toda sus fuerzas, pero cuando se encontró contra el umbral, se disolvió dejando una espesa niebla donde se encontraba.

Empecé a jadear por el cansancio, el monje aquél solamente recargó su cabeza en el suelo susurrando cosas que no lograba entender. Me levanté sacudiéndome la ropa por el polvo obtenido del suelo.

Aquél hombre se levantó de igual modo persinandose mientras veía el pasillo a obscuras que dejamos atrás, ninguno podía mantenerse en paz después de lo que acabábamos de vivir.

—Tu — intentaba decir — debes irte, no debes quedarte aquí.
—¡Ya le dije que no! — contesté aún agitada — no me iré hasta encontrar a mi amiga — voltee a ver aquél pasillo por el que habíamos corrido — y saber, qué diablos era eso.

El demonio de San FranciscoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora