capitulo V

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El monje vio obstinación en mis ojos, sabía que realmente no había un modo de irme de ese lugar. Suspiró y tomó una de las lámparas que alumbraban la capilla.

-Sigueme - dijo.

Salimos de la capilla, y caminamos hasta encontrarnos dentro del templo. Aún no entendía cómo es que un lugar donde se preguntaba el amor y la fé a Dios podía llevar dentro de sí algo cómo lo que acababa de ver. Seguí sus pasos mientras observaba con detenimiento las imágenes religiosas de ese lugar.

-Mi nombre es Alberto, fui el padre de éste templo hace varios años. Pero enfermé y ya no pude seguir dando las misas. - empezó a decir - cómo sabrás, el museo no siempre fue éso que viste. Mucho antes de eso el templo entero estaba conectado con éste lugar. Aquí en un principio los franciscanos ayudaban a la gente y daban clases.
- Algo así recuerdo - respondí - algo nos contaron de ello en la preparatoria.
- Lamentablemente la historia está en manos de gente que la hace a su antojo. Y las memorias, tienen la peculiaridad de que nunca son todas buenas.

Entramos a una biblioteca. Ahí dentro se encontraban libretos tapizados de centenares de libros. La luz ahí también era algo escasa. En el centro de ese lugar, había un escritorio, con apenas una lámpara de luz cálida; junto con algunas hojas manchadas por los años y una pluma cómo las que usaban antes para escribir dentro de su tintero.

Dejó la lámpara que llevaba en la mano y empezó a buscar entre los libros de las repisas. Yo por mi parte me acerqué al escritorio para observar más a detalle e aquella pluma.

-El mundo lleva siempre un equilibrio extraordinario - continuaba diciendo mientras seguía buscando - la misma cantidad de bien que existe es la que hay correspondiendole de mal. A lo largo de los años, hubieron casos de hombres que vivían aquí, pero qué jamás siguieron la palabra de Dios - sacó un libro grueso, de pasta dura y bastante viejo.

Aquél hombre caminó hasta el escritorio y colocó el libro en él. El mismo llevaba en su portada unas palabras en latín que no entendía. El padre, sopló un poco para quitar el exceso de polvo y lo abrió por fin.

- Éste libro - continuó aquél - se llama quia nesciunt quid caelum, de animarum. Traducido es "Las almas que no conocen el cielo". Por muchos años, se dijo que éste libro sólo unos cuántos lo podían leer, se heredaba el permiso de leerlo conforme pasaban las generaciones. Decían que nadie podía leerlo, ya que sí se leía se ganaban el infierno.
-Impresionante - respondí.
- Un día, mientras buscaba algo que leer. Y me di cuenta de algo atroz - señaló una de las páginas - esos nombres, son de niños y niñas, que fueron violados.
-¿¡De qué!? - respondí impactada - ¿Pero cómo?
- El título del libro — prosiguió él — es meramente para espantar personas. Al tenerle miedo por "poder condenarse al infierno" nadie lo abría, así que nadie se daría cuenta de ésta aberración.

Hojee el libro con cuidado, ya que aquellas páginas el tiempo las había vuelto fáciles de romper. Efectivamente, los nombres estaban desde poco después de la construcción del templo. Incluso algunos nombres de niños se repetían pero con diferentes nombres de aquellos que se decían promulgar la palabra de Dios. Es decir, que incluso abusaban entre ellos de los mismos niños. Quedé sorprendida, asqueada y perturbada. No podía creer que dentro de un lugar cómo éste pasarán esas atrocidades, pero quizás fue la venda que me pusieron todo el tiempo lo que no me había dejado reconocerlo.

Aquél monje se acercó a un estante. Donde se encontraba un montículo pequeño de cartas. A pesar de que ya eran antiguas, por el papel del sobre y de la carta se podía ver qué eran mucho más recientes que las páginas de aquél libro.

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⏰ Última actualización: Jul 08, 2020 ⏰

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El demonio de San FranciscoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora