capitulo III

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Seguía avanzando, pero conforme creía que me iba acercando, más se perdía su voz. Después de un rato escuchándola, su voz se apagó, y hubo un silencio gélido en todo el lugar.

Por sí mismo se sabe que hubo muchos asesinatos dentro del edificio hace muchos años. Era normal que sonaran las puertas o rechinaran las ventanas. Sin embargo, la voz de Fernanda detrás de las paredes era algo que empezaba a inquietarme.

Seguir caminando, y mientras avanzaba veía todo lo que tenían ahí. Cuadros rústicos enormes, dignos de poner en una cara de terror. Así como vasijas y alfombras. Tenían de todo ahí.

Un ruido extraño me exaltó por completo, se escuchaba que alguien había tirado algo, ¿Habrá sigo alguien que entró e intentó robar?, No me sorprendería de ser así.

Me empecé a acercar al lugar de donde se escuchaba el ruido agazapada. Esperando que no se tratase de nada grave. Cuando pude ver al fin, me encontré con un hombre vestido de monje recogiendo unas cosas que había tirado. A lo lejos se veía aterrador, pero conforme me acerqué noté que no se veía cómo alguien malo. Vestía una túnica completa de color café y tenía partes sin cabello en su cabeza. Cuando volteó hacía un lado, nuestras miradas chocaron causando que ambos nos exaltaramos, por mi parte a eso le añadí un pequeño salto hacía atrás por el susto.

—Shhh — me dijo — Te puede escuchar.
—¿Quién? — pregunté.
— No deberías estar aquí — susurraba — te puede encontrar — se agachó sentándose a mi lado — te puede atrapar.
—¿Pero de qué está hablando? — pregunté desconcertada.

Me jaló hacía con él y con su mano tapó mi boca. Al principio ese acto me asustó de una manera terrible, intenté safarme y gritar, pero poco a poco me fui calmando cuando escuché, en un pasillo aledaño al nuestro unas sonoras pisadas. Parecían de alguien no tan grande y que iba descalzo. Caminaba dando pasos rápidos, cómo si estuviera corriendo.

Aquél hombre me hizo hacía atrás, y ésta vez no puse resistencia. Sentía cómo todo su cuerpo temblaba cuando escuchó esas pisadas. Cuando levanté la mirada ví cómo él tenía los ojos cerrados, y entre dientes estaba rezando.

Después de unos minutos, el sonido desapareció. Dejando otra vez aquél silencio penetrante. El hombre aquél me soltó poco a poco; al hacerlo por completo, se acostó sobre el azulejo respirando con todas sus fuerzas.

— Casi nos encuentra, estuvo cerca — intentó decir entre quejidos — Tú debes salir de aquí.

El demonio de San FranciscoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora