🔳 CAPÍTULO 3 🔳

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Abrí los ojos con dificultad, parecían que mis párpados estuvieran pegados. Pestañeé seguidamente, me sentí desubicada. Vi muchas personas, sentadas y dormidas, otras de pie hablando. Eran muchas, docenas, más de cuarenta diría yo. Estaba tumbada, me levanté y me di cuenta que estaba sentada sobre una fina colcha azul en el suelo. Eran como camas improvisadas.

Gress estaba a mi lado sentado. Le observé adormilada y con lentitud. El chico ojeaba un cordel de cáñamo entre sus dedos.

—¿Qué ha pasado? —le pregunté soñolienta.

Gress me examinó apacible con sus verdosos ojos que manifestaban pequeños destellos por el sol que se filtraba por las innumerables ventanas.

—¿Cómo estás Cali? —me cuestionó relajado.

Entrecerré los ojos para mirarle, seguido de observar el lugar. Era un gran edificio, uno de los más grandes de los que había estado, detrás del terminal del Banco Hipotecario. Era una chabola de barro inmensa, en la mayor parte del suelo estaban colocadas con una total organización aquellas esterillas azules, repartidas en filas unas detrás de otras. Era una simple estancia sin más habitaciones o salas. Las únicas aperturas era una doble puerta de madera oscura y la hilera de grandes ventanas por todas las paredes de la chabola que estaban casi tapadas por los barrotes que nos separaba del exterior.

Estaba repleto de personas mendigas que se sabía con perfección por sus aspectos. Se habían formado varios grupos que hablaban entre ellos con total normalidad. Entonces pasó aquella pregunta por mi mente "¿Dónde estamos?". No recordaba muy bien lo que había pasado. Solo tenía visiones borrosas de la taberna, de Gress defendiéndome y poca parte de la charla que mantuve con aquel hombre canoso. ¿Nos habían traído a una cárcel? Porque no lo parecía. ¿Era uno de los hombres de los que me persiguieron y este fue el castigo? Recordé al instante que aguanté todo por Gress. Le eché una ojeada relajada, estaba vivo y eso era lo que me importaba.

—¿Qué es este sitio? —solté despreocupaba. Ya no consideraba que fuera de valor donde estábamos, conseguí lo que quería.

Gress procuró sonreír pero algo se lo impidió. —¿Estás bien? —dijo ignorando mi pregunta.

—Gress, contéstame —le ordené con cariño.

Puso una cara dolida y apretó sus labios —Eso no importa ahora. Lo primero es lo primero. Tienes que descansar. Le eché una mirada chocante —¿Qué? ya he descansado lo suficiente. Así que responde a mis preguntas o seré yo quien lo resolverá poniendo patas arriba este desastrado lugar.

Cerró los ojos con disgusto —Esos tipos de la taberna.

—¿Tipos? Solo había uno, Gress.

—Eso fue hasta que te llevó dentro de aquella habitación. Que por cierto, ¿Qué fue lo que te hizo ahí dentro? —dijo con curiosidad.

—¿Vinieron más después? —le pregunté con sorpresa, restándole importancia a su indiscreta pregunta.

—Sí, dos más. Iban igual que el canoso. Con gafas de sol y esos ropajes andrajosos —expresó con resignación.

—¿Nos trajeron aquí cierto?

Gress asintió con aflicción. ¿Por qué le entristecía cada vez que le preguntaba sobre este sitio? Estaba por segura que era una especie de mini prisión para asustarnos durante unos días o algo parecido. Escuché sobre cosas así hace unos meses.

—¿Pasa algo Gress? —le cuestioné con dulzura colocando mi mano en su rodilla.

Este cogió mi mano y me observó con pesar —Saldremos de esta, te lo aseguro Cali. Será muy difícil y, querrás huir y yo también pero, no podemos. Ninguno de aquí puede hacerlo. Solo nos queda la única opción que tenemos, la que siempre hacemos. Estar juntos y confiar en nosotros, pase lo que pase.

La Dama BlancaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora