🔲 CAPÍTULO 17 🔲

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Los peones salieron tal y como ensayaron, con sus cintas en el pelo haciendo una insinuación a las cabezas redondeadas características de los peones. El clamor recobraron fuerzas al instante, los aplausos y chillidos del público no dejaban de sonar. Por la puerta de metal, por donde salieron los peones de mi grupo entraron lo del grupo negro con sonrisas orgullosas de su acto, se ocuparon al lado de Royse observando por las rendijas con detenimiento. Luego salieron las torres, en mi grupo eran dos chicas, tenían recogido el pelo en trenzas de raíz, que caían por sus hombros con gomas de pelo blancas al final de la trenza.

Regresaron los dos chicos torres del grupo negro, satisfechos de su presentación. Ese tipo de exposición a los privilegiados era todo una oportunidad de mostrar tu valentía, pero los puros del grupo negro se lo tomaban con tanta alegría como si fueran a ganar ya de por sí. Daban por hecho que no los impuros teníamos la ocasión de salir vivos. Y si algunos podrían salir vivos, ya que para ganar no era cuestión de matar a todos los fichajes, sino de matar al rey.

Los fichajes caballos del grupo negro habían entrado ya a nuestra localización, un poco apelotonados pero continuaban con un porte bastante tranquilos y divertidos. Vi a Leonard, a las personas marcadas como caballos, le originaron un peinado peculiar de la ficha en sí, levantaron sus mechones en un tupé hacia dentro, parecido a una cresta pero sin cortar el cabello. Siempre le vi con el flequillo sobresaliente a los lados, tan suelto y lacio, que me resultaba un poco extraño el nuevo arreglo que le hicieron, aunque le quedaba realmente bien, aún así, prefería a su pelo original.

Cuando los alfiles blancos salieron al ruedo, mientras los gritos que iban y volvían en pausas cortas de tiempo. En medio de ese estruendo, las luces tenues que entraba a esa zona del edificio, y el ambiente tan cargado de festividad, nuestras miradas se toparon, y pensé en que esa felicidad que demostraba junto a su compañero al volver de su desfile, no era verdadera. Sus labios elevados por su sonrisa se desvaneció en una expresión seria, no como un acto de arrepentimiento en que hubiera presenciado ese gesto jocoso, más bien, de una forma confidente de su propia estrategia, que su plan era en serio, que no era parte de los puros con la pretensión de alcanzar la gloria con las manos manchadas de sangre. Esa gloria de libertad que tanto los impuros deseábamos era distinta, como la que Leonard me ofreció en la cascada.

Era una sensación tan inusual, que la ayuda fuera propinada de un puro, que en el fondo de mí, seguía buscando si había en algún momento, gesto, frase o palabra con intenciones escondidas. Pero por mucho que buscara no lo encontraba. Desconectamos nuestra mirada cuando Royse me habló fuerte a mi lado.

—¿Estás lista? Te toca ahora.

Los alfiles negros andaban con pasos largos y presumidos a la puerta por donde tenía que salir, quedaban segundos para que saliera sola delante de miles de personas que me acecharían como pájaros hambrientos.

No pude responder a mi instructora, cuando los dos chicos alfiles negros entraron, Royse me empujó por la espalda para salir a la arena. El griterío y la excitación no desaparecieron, aumentaron agitados al notar de quien tocaba desfilar a continuación. No podía permitirme otro castigo del Señor Max, ni tampoco que los vítores se convirtieran en abucheos. Con más coraje que pude caminé segura y con la vista al público que aplaudían y silbaban divertidos. Continué y con cada paso que alcanzaba un nerviosismo que incrementaba en mi interior, percibía como mi corazón latía con fuerza y comenzaba a tener una leve agitación. Pero al pararme en el centro del lugar, era tan inmenso, había tantas personas, que aún así, me sentía vacía.

Fue súbito, como una reacción de un susto, que me abandonaba en un campo lleno de arena que cerraba un edificio de piedra, que aunque fueran de colores claros y cremosos como el de un postre, los percibía tan oscuros y densos como una pesadilla. En mi mente: los chillidos incesantes se calmaron en un silencio sepulcral, las débiles luces del atrezo caminaban como luciérnagas de colores por el lugar dándome un ambiente quieto y calmado, como necesitaba en ese momento. Y entonces, en ese trance levanté la mano saludando al público, agitaba mi mano con cortesía como una dama de la realeza.

La Dama BlancaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora