🔲 CAPÍTULO 12 🔲

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Me desperté un poco agotada, pero el dolor de mi cuello se marchó después de la cena. La asistencia de Gress a mi lado mientras cenábamos hacía que las miradas de parte de Kilorn no fueran del todo perversas. Teníamos que juntarnos y estar unidos como Gress me dijo. Era la única manera de vencer a personas tan ruines como Kilorn.

Y como era de esperar, mientras desayunaba, Kilorn me acechaba de vez en cuando junto a su amigo rubio y, no hacían más que reírse en mi cara. Por suerte, el desayuno no era tan amplio como la cena, que consistió en tres platos, entrante, principal y postre, no había comido tanto en la misma hora en mis veinte años de vida.

Por la mañana, dispusieron bandejas de plata con tostadas, galletas y panecillos dulces; jarras de distintos zumos; y frutas de todo tipo. Era como descubrir un mundo que no existía. E incluso, que yo nunca desayunaba, comí todo lo que pude, devorando en mayoría las galletas con virutas de chocolate.

Cuando terminamos, salimos del amplio comedor, donde podría caber tres de esas mesas como en las que comíamos. En aquella larga mesa, cabíamos los treinta y dos, a un lado el grupo blanco y al otro el grupo negro. Con curiosidad nos dirigimos a la salas de entrenamientos que estaban ubicadas debajo del salón parejo, bajamos los escalones que conducía hasta un piso por debajo del hall. Mientras los miembros del grupo negro ingresaban con tranquilidad y confianza como si ya se conocieran el lugar como su casa. Nosotros nos deteníamos por cualquier detalle, sin ser consciente de ello.

La sala de entrenamiento, no era muy particular. Todo era, gris, negro o plateado. A los lados de la sala se extendían tarimas y, en todo el fondo de la habitación había empotrados unos armarios que estaban revestido de madera plomiza. El suelo y las paredes eran de una piedras gris en un gran formato, como la del escaque menor y, la iluminación consistía en tiras de led que discurrían por el techo guardando un patrón. La única luz natural que entraba eran de las ventanas horizontales por encima de los armarios.

En el centro de la sala, se encontraban tres personas que nos miraban con atención y permanecían quietos aguardando que nos colocáramos en un medio círculo para atender. Solo reconocí al guía que estaba junto a un hombre canoso y una joven mujer. El guía, petulante, se acomodaba con las manos cogidas hacia delante, nos lanzaba miradas generales de una manera cautelosa. Sus ropas pardas que lucía esta vez, tenían un estampado de cebra muy exorbitante.

—Bienvenidos —inició cortés el hombre canoso. —Hoy comenzareis las clases de adiestramiento, pero antes de nada, tendréis una charla con vuestro jugador de cada equipo, que en breve conoceréis —el hombre de una avanzada edad dirigió su mirada a la mujer que sonreía a su lado.

—Así es, esa charlas son catalogadas como debate de estrategias. Ya que, en esas clases podréis aportar todo lo que queráis en equipo y crear vuestras propias tácticas para el torneo final —explicaba la mujer con ímpetu mientras por detrás de su cabeza el pelo que tenía recogido en una cola bien alta, se meneaba cada vez que hacía gestos con vigor.

—Como ya han comentado mis compañeros —anunciaba el guía entre tanto se apartaba el pelo de su frente presumido —tendréis el debate en salas distintas, obviamente, por eso, solicito que el equipo blanco suba al salón parejo, allí os espera vuestro cabecilla. El equipo negro —sonrió —tendrá el debate aquí con su respectivo jugador.

Y con un ademán del guía, que parecía que nos repudiaba, nos marcaba en un rechazo sonriente para que todo el grupo blanco abandonemos la sala para ir al salón de arriba.

De camino, en las escaleras, Aloys se acercó animado —¡Cali!

—Aloys ¿Qué tal? —pregunté amistosa.

—Eso debería preguntártelo yo a ti —mencionó.

—Ya estoy mejor, solo fue un susto —dije atenuada.

La Dama BlancaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora