🔲 CAPÍTULO 10 🔲

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El movimiento del carromato donde nos montamos era mucho mejor que aquella carreta, cuando fuimos transportados de la chabola al escaque menor del país. Se notaba con claridad aquellos saltitos de las ruedas al topar con hoyos por el camino, no eran tan repentinos y exagerados como el de aquel carro de madera pobre.

La senda consistía en amarillenta tierra aburrida. Ya había olvidado la sensación de ensuciarme de esos granos de arena que destintaban su color en la ropa. El carromato en el que nos transportaban era de la capital, se reconocía de un simple vistazo. Sus suntuosos colores rojos y dorados, relieves como alas de dragón en los pomos, materiales pesados y telas de terciopelo negro, lo dejaban claro. En el interior, era más de lo mismo. Los asientos acolchados, finas cortinas paras las ventanas y un olor distinto que no reconocía, me inundaba las fosas nasales, supuse que ese olor sería exclusivo para los ricos.

Solo cabíamos unas cuatro personas por carro, por lo que yo iba junto a los dos alfiles y el chico marcado como rey, ya que nos dividieron por jerarquía. Gress estaba sentado en frente mía con la mirada perdida entre tanta ornamentación lujosa. A su lado, estaba aquel chico que le ayudó tan sorprendentemente en su batalla. Tenía entendido que se llamaba Camlow, o algo parecido escuché decir a Gress cuando discutía con él para acomodarse en donde ahora estaba sentado. Y a mi lado, ocupaba un chico que podría tener perfectamente trece años. No era demasiado alto, ni demasiado delgado, solo lucía estándar, menos su rostro. Era un chico adolescente atrapado en un cuerpo más mayor. Aunque eso no era lo más chocante, más bien fue como tuvo victoria en su pelea.

No recordaba bien esos instantes, estuve más centrada en consolarme internamente de lo que hice, matar a aquella chica. No fue más que defensa, que esas ganas instintivas de fuerza y violencia no fueron fruto de mi ser. Estaba confusa e indefensa, no sabía si sería capaz de repetir algo como acabar la vida de un ser humano. Las imágenes de su pelea me volvían a mi mente, al observar al chaval que se quitaba algo de entre sus uñas con suma atención.

El chico corrió en la arena con los gritos del público animándole. Corría y corría en círculo mientras dejaba al contrincante parado en medio del ruedo confundido. El chico que corría se le estampó como un rayo sofocante y lo derribó contra el suelo, después de bastantes segundos, como para marearse y no saber reaccionar. Y de ahí, el chico con un rostro de niño y cuerpo adolescente, encima de él para que no dejarle escapar, con mucha fuerza y sus manos entre el cuello se dispuso a asfixiar al rival. Y como en una escena de un libro, lo mató, sin ni siquiera un simple arma. Lo mató con sus propio cuerpo sin necesidad de nada más. Desde ese momento, a todos nos dio miedo.

Miré por la ventana, el cielo estaba despejado como nunca antes y el sol deslumbraba por cada superficie que pudiera reflejarse, acercando el atardecer. No hacía calor como para sudar, pero reconfortaba el aumento de temperatura, como en esos días que salía a la plaza del mercado y el sol daba una calidez que me entraban ganas de dormir bajo a los rayos.

El carromato que nos transportaba melodioso y moderado, no había pasado mucho tiempo desde que nos habíamos montado pero, no sería un trayecto largo. Solo teníamos que pasar por las murallas exteriores de la capital, entrar en ella y llegar a palacio. No tenía ni una mínima gana de llegar, es decir, la preparación que me esperaba, que nos esperaba a todos. Solo cosas como, la comida, las comodidades y los ambientes decorativos de numerosa riqueza, si lo daría a agradecer. Iba a dar resultado a una vivencia más llevadera quisiera o no. Aunque no sabía con exactitud como estaría organizado aquel nivel de preparación para la batalla final, que en realidad me hacía que me asustara más. Me preguntaba si el resto pensaban igual que yo o, si al tener en bandeja estas facilidades iban a bajar la guardia.

Estaba tan sumergida en mis pensamientos que tardé en notar una voz, escuché en un murmullo débil a mi derecha, junto a Gress.

—No nos han presentado como es debido, soy Camlow —habló el asiático cordial. Camlow era puro estereotipo físico. Alto, musculatura aceptable, formas angulosas en el rostro y piel blanca que tanto se le aspiraba.

La Dama BlancaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora