🔲 CAPÍTULO 23 🔲

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No tuve otro remedio que aceptar. Y aunque de cierta manera estuviera contrariada por Gress, me hacía ilusión ir con él. En realidad las demás chicas parecían más animadas por la fiesta que yo. Fuimos a una sala del palacio, en la que nunca estuvimos. Era espaciosa tanto como el comedor, pero algo más estrecho. Varias modistas pululaban en la sala con libros de muestras de telas, rollos de sedas, pedrería...

Mientras, nosotras quietas, delante de unos espejos individuales de cuerpo entero, una chica nos tomaba las medidas y las apuntaba en un cuaderno con velocidad. Íbamos a elegir el vestido para la fiesta, nos preguntaban que estilo de traje nos gustaría llevar, que colores o detalles queríamos que portase nuestro elegante conjunto. Podría parecer muy fácil pero había tantos tipos de telas, encajes y texturas que no conseguía decidirme por ninguna.

Al tiempo que, la mayoría de las chicas ya tenía casi decidido al milímetro sus vestimentas y se aseguraba echándose las telas por encima, haciendo fruncidos momentáneos y colocando la pedrería con imperdibles para tener una idea del resultado. Una de las chicas que ayudaban en el ajetreo, me mostraba una paleta de colores para unas telas de terciopelo, las veía en las fotografía dando la apariencia tan suaves y pesadas que desistí de esa tela. La chica fue a por otro ejemplar de muestras y quedé sin ayudantes alrededor de mí.

—Nunca pensé que nos llevarían hasta tal punto de elegir nuestros propios vestidos —contaba Anne a mi derecha, otra de las chicas ayudantes le colocaba trozos de telas grandes sobre el cuerpo y Anne se miraba al espejo presumida.

—Yo me impresioné más que las parejas no fueran dictadas por ellos, le gusta tener todo controlado —comenté con mi insistente fastidio hacia los privilegiados.

—Y a ti te gusta des-controlarlo —rió.

Era constante que casi todas las personas hicieran menciones chistosas por mi acción en el Escaque Mayor de la anterior celebración y, haber "desafiado" al desobedecer el quedarme en mi sitio, en las peleas amistosas. Hace unos días se lo tomaban muy en serio y, ahora bromeaban continuamente poniéndolo de ejemplo.

—Prefiero que mis amigos no tengan después heridas irreversibles —respondí firme.

—Tampoco es que acabara muy bien tu amigo —rebatió con una carcajada, era obvio que me molestaba que me refutara con ello, pero por su tono no parecía que lo dijera con mala intención.

—Podría haber acabado peor.

—Eso sí, aunque también te digo, Kilorn no es que precisamente hubiera terminado ileso —soltó con gracia, como un simple cotilleo.

—En realidad, a Gress le suele darse todo bien.

Anne me sonrió —Y al parecer, también se le da bien el tema de las chicas.

—¿Por qué lo dices? —pregunté curiosa.

—Desde que se enteraron de que Gress te pidió ser tú pareja para la fiesta, he escuchado que más de una se ha enfurecido un poquito, especialmente Isul.

* * *

Pasé la tarde en la biblioteca, con unos de los volúmenes de combate con espadas, que supuse que me serviría, a tan pocos días de la batalla final.

Se me erizaba la piel al pensarlo, las posibilidades de que podría morir, de que mis compañeros fallecieran delante de mí, de ver la cara de orgullo y gozo de Kilorn, al ejecutar a los de mi grupo.

Y la creencia en que tenía en Leonard, se hacía cada vez más fuerte y más palpable. Por muy contradictorio que fuera, cada día, con las miradas fieles, encuentros cortos pero vivos como las ideas que se asomaban al formar cada vez el plan más complejo, más seguro, y, sobre todo la ilusión y el deseo de huir de allí, de sobrevivir con los míos, y con Leonard. Me hacía pensar que era afortunada, de que mi culpa de haber llegado hasta donde estaba, aún así arrastrando a Gress por mi espalda, no era tan inútil como en mis primeras reflexiones; afortunada de conocer a las nuevas personas que se convirtieron en amigos, afortunada de ver que era capaz con aquello que me parecía imposible, afortunada de las casualidades que me obtuvieron a Leonard como acompañante secreto, que me daba segundas esperanzas, salidas incluso con aquellos que él mismo ni conocía.

Me brindaba un nuevo mundo lleno de libertad, libre de miedos... y la razón de Leonard era que él sabía que sentía la misma necesidad de largarse del lugar, de la inevitable batalla final. Pero siempre se me quedó una cuestión de incertidumbre, por haberme escogido a mí. Aunque no tuviera pensado en elegir a nadie... Llegué tarde, varios minutos de retaso, pero Leonard estaba muy concentrado en unos papeles que tenía en sus manos, que los examinaba sin apartar la vista, ni incluso cuando llegué, cuando me senté en el banco junto al hueco de ventana de la cascada.

—Leonard —llamé y me miró con las cejas alzadas.

—Sí, perdón —dijo y me pasó uno de los folios—. Son los planos. Estos son los túneles desde el Escaque Mayor, hay tres recorridos distintos que dan a tres zonas: la primera más corta al Pequeño Palacio, la segunda a una zona deshabilitada cerca del muro, y la última, la más lejana a la que tendríamos que ir al Escaque menor.

Los planos reflejaban con líneas acotadas y de diferentes colores diferenciando los tramos. Era difícil de comprender aquellos trazos y grosores diferentes .

—Entiendo que pueda haber alguna escalera hacia unos túneles en el Escaque Mayor —era muy grande, incluso al haber estado allí dos veces no había recorrido el lugar ninguna de esas veces, sin embargo, tampoco es que nos dejaran hacerlo—. Pero... ¿El Escaque Menor? He estado allí varios días y no vi ninguna trampilla o algo por el estilo.

—Eso es porque, está fuera del edificio, pero alrededor de este —respondió mi duda.

Asentí comprendiendo.

—¿Y cómo vamos a distinguir los caminos una vez que estemos allí abajo? —le devolví los planos, que estaban dibujados y escalados en un papel más grande de lo normal. Me pregunté, cómo Leonard había traído esos planos sin que nadie se percatara de ello.

—Tenemos que aprendérnoslo —respondió y su labios se formaron en una línea.

—¿Aprendérnoslo? —solté sorprendida y dejé la boca entreabierta—. Ni siquiera tenemos el tiempo, si nos vemos durante varios minutos pocas veces a la semana, no crea que pueda...

—Si podremos —me interrumpió—. Yo seré de los dos quién tenga que memorizar mejor, ya que tendré los planos conmigo. En cambio, ya que no puedo dártelos, lo revisarás las veces que quedemos, unos minutos, eso sería suficiente. —solucionó con optimismo.

—Podría esconderlos en mi habitación, debajo del colchón o algo —dije oponente cuando se me pasó la idea por la mente.

—Será fácil que lo descubran si los tienes, yo sé donde esconderlos, yo puedo escabullirme de mi grupo sin que me hagan preguntas... Tú, sin embargo, estás constantemente rodeada de alguien.

Resoplé indiferente —¿Y si los copiara en un papel más pequeño? Sería factible.

Leonard negó —Cuando los copies en una escala menor sin saber como hacerlo, es como coger un arco sin haber practicado antes, las líneas y los recodos que pintarás serán desiguales, disparatantes, muy distintos a como lo es en la realidad —esclarecía con lógica, a cada cuestión que le ofrecía a cambio de ayudar, a que todo saliera bien.

Agaché la cabeza apenada, observando el banco donde nos sentábamos, entonces una duda que temía que pudiera salir en los momentos que hablábamos del plan, quemó mi fe a que manara como queríamos —¿Y si... nos equivocamos en los túneles? —Leonard me miró pensativo por unos segundos —Esperemos que eso no ocurra.


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La Dama BlancaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora