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Era una noche triste podríamos decirlo, podríamos decir también que era fría. Sí, lo era. Pero lo que más sentía Deo, no era el frío ni la tristeza, era el dolor.

Había salido de la casa de sus padres desde muy temprano, listo para hacer lo que fuera necesario para regresar con comida. Le dolía ya el estómago, las manos y, por supuesto, los pies de tanto caminar.

La comida casi nunca escaseaba en su casa, pero esa semana su padre no había podido trabajar, se había lesionado el hombro y estuvo en cama.

Su madre era ama de casa y la comida comenzó a faltar, sus padres pensaban que él no lo notaba, que era muy chico y sí, tal vez lo era, pero no era estúpido.

Sabía lo que pasaba, si bien solo tenía dieciséis años, comenzó a sentir esa necesidad de ser útil desde mucho tiempo antes.

Limítate a estudiar, le dijeron sus padres.

Como si fuera tan fácil sentir el hambre en tu estómago, tener que dormir rogando un plato de comida y no hacer nada.

El pequeño Deo nunca se limitó solo a estudiar, siempre buscó aportar algo.

Dinero, tiempo, apoyo.

Ese día en especial las cosas fueron mal desde temprano, no había podido conseguir casi nada en los cruceros, ni limpiando parabrisas, ni ayudando a las señoras con sus compras y pintaba para terminar igual de mal que cuando empezó, eso lo comprobó cuando llegó a su casa.

- ¿Dónde chingados estabas?- preguntó su madre.

No vamos a mentir, en ese momento Deo pegó un brinco que por poco y lo deja en la esquina, no era usual que el chico llegara tan tarde a su casa, en realidad no era usual que él causara problemas en absoluto.

Era el hijo que toda madre quisiera calmado, tierno, responsable, su único defecto era que confiaba demasiado en las personas y eso lo sabían todos.

- ¡Madre mía!-gritó, aun recuperándose del exabrupto.

- ¿Dónde estabas?-preguntó de nuevo con ese tono que tienen las madres.

Ese tono que causa miedo entre las personas, el tono que evidenciaba que un golpe estaba por venir.

- Trabajando- susurró el aperlado.

Un largo suspiro se escuchó en la habitación.

- ¿Qué te hemos dicho de trabajar, hijo?- preguntó su padre desde el otro lado de la habitación.

- Que no lo haga.

Y sí, sus padres se agotaban diciéndole que no era necesario que él trabajara, pero el chico no quería quedarse sin apoyar.

- Pero eso lo decías antes de lesionarte, tenemos que comer- dijo esta vez un poco más seguro.

- Yo soy el hombre de la casa y mientras esté vivo a ti no te va a faltar la comida-dijo su padre, alzando un poco la voz.

El chico giró sus ojos, perfectamente consciente de que su padre comenzaría el ya tan esperado discurso.

- Papá no hay comida en esta casa, no puedo esperar a que te pares de la cama y salgas a buscar dinero.

La situación los había superado, eso lo sabían, sin embargo los adultos se negaban a poner tanto peso en los hombro de su hijo.

- No te preocupes por eso, mañana vuelvo a trabajar.

- Primero es tu salud, papá, yo voy a trabajar, lo haré mejor, no es mucho pero hoy conseguí dinero, compré pan y me sobró para las tortillas de mañana.

La imagen del pobre chico con pan en una mano y un puñado de monedas en la otra hubiera destrozado a cualquiera, más a su madre, la cual empezó a sollozar en cuanto lo escuchó.

- No debes preocuparte, hijo, vamos a estar bien – dijo mientras abrazaba a su pequeño.

Mientras su padre los observaba a solo unos pasos, tragándose el sentimiento y la culpa. De no ser por su hijo, no tendría que comer esa noche y esa idea lo mataba, se sentía impotente por no poder salir a trabajar, le estaba fallando a su familia, a ese hijo que se encargó de traer al mundo.

Sin hacer ruido se arrodilló frente a ellos y dijo:

- Eres muy fuerte, hijo, gracias por lo que has hecho hoy, pero no es necesario que vuelvas a hacerlo, mañana saldré a conseguir trabajo.

- ¿Pero tu hombro?-preguntó preocupado.

- Ya no me duele- mintió –pero si voy a necesitar que me ayudes con algo.

- ¿En qué?-preguntó el aperlado.

- Necesito que mejores tus calificaciones, para que tu colegio nos dé una beca.

El chico hizo una mueca, si bien no tenía malas calificaciones, no le gustaba matarse como a otros de su salón, suspiró mientras pensaba.

No puedo darme el lujo de ser pobre y burro.

- Claro, papá, lo que sea por ayudarte.

- Eso es todo campeón- dijo mientras alborotaba su cabello.

Esa noche su padre lloró hasta quedarse dormido mientras era consolado por su esposa, pensó en su hijo cargando el pan que los había alimentado.

Eran tiempos difíciles de eso no había duda.

Pero vendrían tiempos mejores.

A PRIORIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora