Estamos en la cocina.
El sol me pega en la cara, pero tengo que hacer como que no pasa nada.
Porque, NO PASA NADA.
Esas palabras que te condenan a una agonía eterna, entre tu conciencia y tu presente, van a persistir en tu mente por el resto de tu vida.
En cuestión de segundos se me exigía hablar.
Esa chiquilla parlanchina que en mí viva, se fue corriendo cuando le gritaron a la cara que no valía nada.
Sigo sentada con el sol dándome a la cara, como si fuese su única función a esa hora.
Me siguen pidiendo que hable.
Es un interrogatorio para cobardes.
Parece que de mí les gusta mofarse.
Porque mis problemas son idiotas.
Porque su realidad, derrota mí capacidad de imaginar volar mientras me alejo de todo(s).