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Laneya Altamirano sintió cómo el frío viento de Holbert le desordenó la bufanda que traía puesta. Varios mechones de su cabello castaño se interpusieron en su rostro entorpeciéndole la visión y ella rápidamente los retiró, llevándolos detrás de su oreja.
La joven había querido salir del hotel donde se hospedaba en un intento de que la inspiración llegara a ella. Aún no tenía nada bueno, ni unas simples notas siquiera que pudiera trasformar en alguna novela.

A Laneya le causaba mucha curiosad el clima de la ciudad de Holbert. Ella misma había oído, de parte de los habitantes, que eran extraños los días en el que el sol se posaba sobre aquel lugar.

Una ciudad perfecta para vampiros.

Pensó la joven con diversión, sonriendo internamente al imaginar una de esas tantas historias sobre aquellos seres que había leído innumerables veces.
Poco conocía de Holbert, tenía exactamente tres días en la ciudad después de todo y a pesar de que no conocía a nadie, de igual manera había decidido tomar unas vacaciones en aquel lugar de clima friolento.

Se sentía un poco frustrada por no iniciar todavía con nada sobre la idea que tenía para su novela. Ella era una estudiante de literatura próxima a graduarse, pero para cumplir tal objetivo primero tenía que pasar la prueba final y pesadilla de todo universitario: la tesis.
Solo eso. Solo ese escalón le faltaba subir para, algún día, llegar a convertirse en la escritora que siempre había soñado con ser. Pero la aplicada joven no solo quería "aprobar" la tesis, sino que también deseaba crear una novela que la llenara de orgullo. Una novela con una historia que expresara todo aquello en lo que ella creía y tocara temas reales con emociones apasionantes, excitantes y únicas, de esas que todo ser humano es capaz de experimentar por naturaleza propia en algún momento de su vida lo quieran o no. Emociones como el amor, por ejemplo, y la fuerza que este poseía.

¿Cómo se reconocían las almas gemelas?

Suspiró. Ella no tenía forma de aquello.
Jamás había estado enamorada, y resultaba graciosamente irónico que quisiera escribir sobre eso cuando era una total inexperta en el rubro.

Laneya jamás tuvo una relación tampoco, lo cual algunos podrían llegar a considear extraño tratándose de una chica de tan solo veinte años de edad que había estado rodeada de universitarios guapos y fiestas alocadas los últimos años; pero ella siempre había preferido centrarse en su carrera y en estar metida en sus libros. Se sentía cómoda así, y eso era una señal para alejar a cualquier pretendiente que se le pudiera llegar a acercar puesto que no acostumbraba a hacer cosas como tomar o fumar para pasarla bien a su manera.
La típica distante y asocial.
Ella era todo lo que las fresitas populares llamarían «un completo bicho raro» y hasta la misma Laneya lo admitía.

La castaña subió su mirada lentamente notando a lo lejos un hermoso parque. Tal vez podría llegar allí y tomar asiento en una de las bancas y dejar que su imaginación volara.
Necesitaba crear con urgencia. Ese había sido el objetivo principal de su viaje después de todo.

Otra violenta ráfaga de viento fresco se levantó y la agenda que ella había sacado minutos atrás salió volando no muy lejos del pequeño parque. Laneya salió casi trotando en busca de esta, pero el viento le jugó una mala pasada alejándola unos metros más, por lo que tuvo que aumentar la velocidad.
Dejó escapar un suspiro de alivio cuando, por fin, logró alcanzar el objeto. Tal vez no había sido buena idea salir tan tarde en Holbert, pero estar encerrada tanto tiempo en la habitación del hotel la podía llegar a desesperar.

Rayos

Pensó cuando sintió el aire gélido calar en todo su cuerpo.
Con la llegada de la noche el frío parecía aumentar en la ciudad, y ella simplemente llevaba puesto una bufanda y una camisa de mangas. Reconocía que ese no era exactamente el atuendo ideal para resguardarse de dicho clima.

Bajo tu miradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora