CAPÍTULO NUEVE La señora Rachel se horroriza

19 0 0
                                    

Ana llevaba ya dos semanas en «Tejas Verdes» cuando la señora Lynde fue

a visitarla. Para hacerle justicia, hay que aclarar que no tuvo la culpa de su

tardanza. Una fuerte gripe fuera de estación había confinado a la buena señora

en su casa casi desde su última visita a «Tejas Verdes». La señora Rachel no se

ponía enferma a menudo y despreciaba a quienes lo estaban; pero la gripe,

aseguraba, no era como las demás enfermedades, y sólo podía interpretarse

como una visita especial de la Providencia. Tan pronto como el médico le

permitió salir, se apresuró a correr a «Tejas Verdes», muerta de curiosidad por

ver a la huérfana de Matthew y Marilla, inquieta por las historias y

suposiciones de toda clase que se habían divulgado por Avonlea.

Ana había aprovechado bien cada instante de aquellos quince días. Ya

había trabado conocimiento con cada uno de los árboles y arbustos del lugar.

Había descubierto un sendero que comenzaba más allá del manzanar y subía a

través del bosque y lo había explorado hasta su extremo más lejano, viendo el

arroyo y el puente, los montes de pinos y arcos de cerezos silvestres, rincones

tupidos de helechos y senderos bordeados de arces y fresnos.

Se había hecho amiga del manantial de la hondonada, aquel maravilloso

manantial profundo, claro y frío como el hielo, adornado con calizas rojas y

enmarcado por helechos acuáticos.

Y más allá había un puente de troncos sobre el arroyo.

Aquel puente conducía los danzarines pies de Ana hacia una colina

boscosa donde reinaba un eterno crepúsculo bajo los erguidos pinos y abetos.

Las únicas flores que había eran los miles de delicadas campanillas, las más

tímidas y dulces de la flora de los bosques, y unas pocas y pálidas azucenas

como espíritus de los capullos del año anterior. Las delgadas hebras

centelleaban como plata entre los árboles y las ramas de los pinos y las

campanillas parecían cantar una canción de amistad.

Todos estos embelesados viajes de exploración eran llevados a cabo en los

ratos libres que le quedaban para jugar, y Ana ensordecía a Marilla y a

Matthew con sus descubrimientos. No era que Matthew se quejase; escuchaba

todo sin decir una palabra y con una sonrisa de regocijo en el rostro. Marilla

permitía la «charla», hasta que se daba cuenta de que ella misma se estaba

interesando demasiado, y entonces interrumpía a Ana bruscamente con la

orden de que cerrara la boca.

Ana estaba fuera, en el huerto, vagando a sus anchas por el césped fresco y

trémulo salpicado por la rojiza luz del atardecer, cuando llegó la señora

Rachel, de modo que la buena señora tuvo una magnífica ocasión para hablar

Anne Of The Green Gables (Ana De Las Tejas Verdes)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora